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Internet entierra las escenas musicales

La Red configura un nuevo espacio de relación entre músicos y actitudes artísticas que trasciende el tradicional entorno físico y cultural compartido

Daniel Verdú

Massive Attack fueron un producto genuino del Bristol de principios de los noventa y de todo un aroma jamaicano que creó un sonido con denominación de origen; los New York Dolls o Talking Heads no se entenderían completamente sin analizar aquel Manhattan de mediados de los 70 sumido en plena depresión económica y social; sería también complicado imaginar todo el movimiento punk y Oi! de Inglaterra sin las manifestaciones, el paro y el derrocamiento del laborismo que ejecutaron los propios sindicatos. Pero hoy todo el asunto empieza a sonar diferente. Internet deslocaliza las escenas musicales y las referencias geográficas y sociales dejan paso a otros vínculos entre músicos para crear un sonido y unas costumbres compartidas que generen la comunidad. Sucede en todas las artes, pero especialmente en la música: las escuelas no se definen ya tanto por lugares como por una serie de coordenadas que proceden de un mundo virtual. ¿Se puede pertenecer a la escena de música africana y vivir en Alaska?

Los productores actuales no atienden a cuestiones que suceden más allá de su dormitorio

Los extendidos bedroom producers (productores de dormitorio), por ejemplo, chavales en su veintena diseñando música con su portátil desde casa, no atienden a demasiadas cuestiones sociológicas, políticas o culturales que sucedan más allá de las paredes de su habitación y la pantalla de su ordenador. Es más, el sonido melancólico y tristón de los últimos éxitos de hip-hop, R&B o electrónica producido en esas condiciones (Oneohtrix Point Never, The Weeknd, James Blake, Balam Acab…), claro reflejo de un estilo de vida enclaustrado y solitario, aconsejaría que se dieran una vuelta por el exterior. Pero más allá del resultado artístico (bastante homogéneo, por cierto), los lazos que existen entre determinados sonidos clasificables bajo una misma etiqueta, pero producidos a miles de kilómetros de distancia, solo pueden ser ya, a lo sumo, emocionales.

Es un cambio radical. Pero la pregunta es: ¿estamos ya por encima del entorno? Ricard Robles, codirector de Sónar

“Lo que se deduce de aquí tiene un calado muy importante. La escena hasta ahora era un espacio geográfico con una cultura que tiene una influencia en el discurso identificable de una serie de creadores. Estilo de vida, educación, tradición musical, formación, cantidad de música en directo en el entorno… Son infinidad de inputs, componentes de realidad tangible, que configuran ese estilo. Si ahora hablamos de que cualquier tipo de música puede surgir en cualquier lugar del mundo, llegamos a la conclusión de que el entorno de influencia es virtual, estés donde estés. Es un cambio cultural radical. Es evidente que puede salir un talento único o muy especial en cualquier lugar del planeta, pero la pregunta es: ¿estamos ya por encima de la influencia del entorno?”, reflexiona Ricard Robles, codirector de Sónar.

Se han perdido los filtros. La red está llena de basura de aficionados que juegan a ser artistas Santi Carrillo, director de Rockdelux

Robles, director de un festival que, precisamente, ha ido deslocalizando sus escenarios originales de Barcelona, señala a la industria como única ancla todavía en el desarrollo de las tendencias musicales. La espontaneidad artística y esa extraña ubicuidad que vive la música mantiene todavía en la figura de agentes, distribuidores, promotores los patrones tradicionales. Continúa siendo extremadamente complicado convertirse en un agente influyente si tu lugar de operaciones está, con perdón, en Almendralejo.

Pero la independencia de los nuevos productores respecto a los cauces originales también genera problemas. “Ahora no hay escenas ni cortapisas. No hay patrones ni directores. Todo el mundo tiene la libertad para hacer lo que quiera al alcance du un clic. Pero también se han perdido flitros: productores, arreglistas que hacían mejor el producto... Los genios no necesitan opiniones ajenas, pero la verdad es que no hay tantos genios. Ahora mismo estamos padeciendo esta contaminación de la red llena de basura no reciclable. Hay que soportar a miles de aficionados que juegan con el ordenador en su tiempo libre y se creen que son artistas. Aunque también podamos disfrutar de vez en cuando de algunos iluminados que antes no conocíamos ”, considera Santi Carrillo, director de la revista musical Rockdelux.

Eloy Fernández-Porta, autor de obras como €®o$ (Anagrama), donde reflexiona sobre asuntos parecidos, no cree que las escenas puedan desaparecer completamente. "Esto funciona con algunos ejemplos. Es cierto que ya no hay ningún centro en Nueva York, Londres o Berlín. Pero para iniciarse, las corrientes si requieren de un espacio particularmente hospitalario en términos de recepción, condiciones financieras y ambiente creativo. Sigue siendo muy importante el primer paso de una corriente musical, aunque luego se propague por otros cauces”. Fernández-Porta señala a los sellos discográficos como elemento de fijación geográfica de la creación artística. Pero aunque un sello determine todavía el sonido que produce un artista, centenares de las obras que editan hoy pequeñas empresas musicales pertenecen a autores que jamás han pisado sus oficinas. En caso de tenerlas, claro.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes

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