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Reportaje:

Diario de campaña (II)

14 de enero

Llegar de noche a un lugar nuevo siempre me sobrecoge. No es justo ni para el lugar ni para mí.

Nos instalan a Penélope y a mí en unas suites (no recuerdo el nombre del conjunto) y a Tinín y Michel en un hotel que está al cruzar la calle. Lo primero que les advierten es que son habita­ciones de no fumador (de las otras ya no hay), y les obligan a fir­mar un papel en el que se comprometen a no fumar, si descubren lo contrario serán multados con la cantidad de 300 dólares (unas 45.000 pesetas) por la limpieza de la habitación.

Alucinamos cuando nos lo dicen. Ya que sale el tema, Pené­lope nos cuenta que ella también ha tenido que firmar, en su contrato como actriz, una cláusula por la que se compromete a no acosar sexualmente a nadie en los lugares del rodaje. En este país hay tal paranoia con los pleitos que el estudio teme que los denuncien subsidiaramente a ellos. Alucinamos again. Gran ingenuidad y atrevimiento los de nuestro país anfi­trión, como si la gente dejara de delin­quir por haber firmado un contrato.

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La suite de Penélope y la mía son enormes, pero sin vida. No hay nada, excepto los muebles. No funciona el room service ni ningún otro servicio. Los pasillos nos recuerdan el hotel de Theshining (El resplandor) y dentro de la habitación se refleja el desierto con toda su magnitud. No parece un lugar vivido ni para vivirlo, son como suites pilotos. Mi hermano Agustín da con la realidad, se trata de un lugar de multi-propietarios. Por eso no hay servicios ni detalles personales en las paredes. Lo que no entiendo es por qué nos alojan en ese lugar. Por el bien de la campaña decido aceptar la situa­ción, aunque no la entienda.

15 de enero

El Festival de Palm Springs coincide en el tiempo con el de Sundance. Para sobrevivir se ha especializado en cine extranjero, por­que las películas americanas prefieren ser descubiertas en Sundance. De rebote, a nosotros nos viene muy bien. Varias de las 47 películas que optan a ser nominadas como Mejor Película Ex­tranjera están presentes en los diferentes programas del festival.

Palm Springs es una ciudad construida en el desierto, flan­queada por montañas, llena de palmeras y molinillos de viento. En sus alrededores se rodó Bugsy de Barry Levinson, filme que pasará a la historia porque puso en contacto, full contad más bien, a Warren Beatty y Annette Bening, la pareja más sólida de Hollywood después de nuestros Antonio y Melanie.

También se ha rodadoThe player, de Altman. Y entre sus ha­bitantes se encuentra la mona Chita. A sus setenta y tantos años, el mono vive con un familiar de su antiguo cuidador y se pasa el día pintando y viendo la televisión.

La mayoría de la población de Palm Springs la componen re­tirados de Hollywood. Es un lugar totalmente artificial (todo pa­rece decorado, incluso la naturaleza parece imitarse a sí misma), pero ideal para retirarse. Tiempo seco (es un desierto), pocos cam­bios atmosféricos, temperaturas suaves. Sus habitantes viven una vida suspendida, como en formol, comenta mi hermano. Tal vez la única relación con la realidad y otro tipo de existencias sea este festival, especializado en películas extranjeras. Todos ellos son vo­tantes activos.

Lo explicaré brevemente, la categoría de película extranjera es la única categoría en la que sólo puedes votar si demuestras que has visto las cinco películas nominadas. Resultado de lo cual sólo unos pocos miembros (los más viejos y ociosos) tienen el tiempo de ver todas las películas nominadas. Muchos de esos miembros viven en Palm Springs. Por eso estoy aquí. Por eso vino Roberto el año pasado.

Éste es uno de los anzuelos del festi­val, y el encanto personal de sus organi­zadores. Como todo festival no competi­tivo resulta relajado, agradable e ins­tructivo, aunque (recordemos el asunto de las suites-piloto) algunas cosas no fun­cionan, pero esto ocurre hasta en San Sebastián.

Por la noche asistimos a la Gran Gala del Festival, hay profusión de me­dios en la consabida entrada de tapete rojo, pero el acto no se transmite por televisión, lo cual siempre es mejor. Hay mucho famoso (estaba George Chakiris. Penélope y yo lo buscamos con la mirada pero no le encontramos), pero la pareja de la noche son Warren Beatty y Annette Benning, a ella le ha­cen un tributo a lo largo de la gala. La suya es una pareja que emana poder, sobre todo él. Lástima que haya decidido apearse de la política, en cualquier caso hay algo presidencial en la pa­reja. De broma, entre nosotros, a él le llamamos el presidente de Hollywood.

Sentados en su mesa, Warren y Annette reciben en audiencia a casi todos los presentes, en grupos de dos o cuatro. Con Penélope comento la presencia de Beatty en Esplendor en la hierba (Kazan) y Lilith (de R. Rossen). A los dos nos gusta más que James Dean, en todos los aspectos. A mí me lo presentó Madonna, el día después de no ganar un Oscar por Mujeres, hace justo 11 años, en el set de Dick Tracy. Por entonces ella compartíaset and bed con Warren.

El anfitrión de nuestra mesa, Dr. Kaminski (encantador y ge­neroso, por eso no quise amargarle la noche con el asunto de nues­tras suites piloto) parece leernos el pensamiento. ¿Queréis cono­cer a Warren y Annette? Seguro que a ellos les encantará.

Nos levantamos Penélope y yo y atravesamos parte del enor­me salón con cierta aprensión. La mesa presidencial está de bote en bote. Annette está con el torso vuelto, como una figura egipcia (incomodísima, pero como es la homenajeada no se queja). Pare­ce una endemoniada de ésas que giran la cabeza sobre sí misma, la pobre trata de oír lo que le dice uno de los visitantes. Warren atiende de pie, junto a la mesa. Nada más vernos nos llama y juro que pasan del resto, que son multitud, y se centran en nosotros, con­versación a ras de mesa, Warren me saluda efusivo, los dos de pie. Le digo que nos conocimos hace 11 años. "En el plato de Dick Tracy", especifica él. Me halaga mucho que se acuerde. ¿Dónde estáis?, me pregunta. En el SunsetMarquis, le respondo. De pron­to, me recita de memoria el teléfono del Sunset. (Supongo que ha debido tener a más de una amante instalada en alguna de sus vi­llas. La gente dice que a Warren nunca le elegirían presidente de Estados Unidos porque se le conocen demasiados amoríos. Yo creo que eso debería constituir una garantía especialmente cuan­do, como en su caso, goza de enorme reputación como amante). De todos modos, me gusta que me recuerde y me sonría amplia­mente con sus ojillos ambiciosos. "Os llamaremos para cenar la próxima semana", me dice.

Cuando me inclino y me pongo en cuclillas para poder hablar con Annette (está embaraza de seis meses, por eso sigue sentada) le confieso lo mucho que la admiro. Y no lo hago por cumplir. Vean American beauty y comprobarán que no exagero. Annette es una actriz ideal tanto para comedia como para drama, y sobre todo cuando ambos géneros caminan juntos. Le digo que ella es mi tipo de actriz. Annette sabe que no miento y me lo agradece de corazón.

16 de enero

Me levanto muy tarugo, totalmente embotado, y hoy es el día de mayor actividad. En la terraza de mi suite piloto repaso con mi hermano el tema de la mesa redonda e intento hilvanar un dis­curso de agradecimiento para el premio que me concede Va- riety.

No me sale nada, sólo tópicos. Mi hermano me da varias ide­as sobre el tema del cine en lo que queda del milenio, pero segui­mos sin encontrar las palabras, sinceras y originales, para agra­decer el premio. Tinín me entrega una botellita que contiene además de ginseng, alfalfa y equinácea y me invita a dar un lingotazo. La equinácea es ahora la panacea.

Yo creo que me espabila.

Cuando estamos en pleno pannel resulta que el tema no es el que nos especificaron por fax en Madrid, sino otro: influencia del cine americano en el cine europeo y viceversa. Me sorprendo, pero no me importa, el nuevo tema es más fácil.

Compartimos mesa cinco directores con película nominable (Carlos Diegues, Toni Bui, SasaGedeon, SorenKragh-Jacobsen y yo) y dos que ya han sido galardonados, Héctor Babenco y Milos Forman, con el colmillo retorcido porque su Man of the moon no funciona como a él le gustaría. Modera la mesa un periodista de Variety.

La sala está a reventar, y a juzgar por las risas del personal to­dos tenemos intervenciones divertidas.

A las tres de la tarde, Variety me hace entrega del premio Best International FilmakerAward. En la sala han puesto un bufé li­bre para los asistentes a la ceremonia. No es mala idea, teniendo en cuenta la hora. La comida convierte la entrega del premio en un evento popular. La gente está tan hambrienta que concentra su atención en conseguir un plato y pasa bastante de la presenta­ción que Héctor Babenco hace de mi trabajo en una pequeña ta­rima improvisada como escenario.

Lejos de importarme, este caos me relaja.

Babenco dice cosas muy bonitas sobre mis películas, con acen­to argentino aunque se exiliara en Brasil hace décadas. Junto a él aparece un artista grueso de aspecto bohemio, Dale Chihuly, con un ojo tapado con un parche a lo pirata. Saca cuidadosamente de una caja el objeto que ha diseñado como premio. Es muy bonito y de cristal. A su lado aparece un crío de dos o tres años, su hijo su­pongo. Cuando el niño ve que el padre está dispuesto a entregar­me el objeto de cristal que él pensaba que era suyo, empieza a be­rrear y trata de impedirlo con todo su cuerpecito.

A los asistentes en busca de alimento no les parece raro que el pequeño irrumpa en el escenario en plena ceremonia, bus­cando el trofeo que su papá bohemio había hecho para mí, pero que él creía de su posesión. Los gritos del niño convocan a dos niñas de tres o cuatro años que también suben a la tarima. Le digo por el micrófono al artista bohemio que me gusta mucho su premio, y aprovecho la presencia de los niños en el escena­rio para dedicárselo a ellos, consigo que se sienten en el borde de la tarima, los tres juntitos. Improviso un discurso dirigido exclusivamente a los tres crios. Les digo que ellos son el futuro del cine, además del futuro de América. Los niños se callan por primera vez y me miran muy serios. Les explico que el premio me lo dan por una película que ellos no han podido ver porque salen personajes muy fuertes y que yo muestro con todo cora­zón.

Los asistentes, sin dejar de comer, vuelven sus cabezas hacia el escenario y empiezan a prestar un poco de atención a la cere­monia (¿es que los americanos son incapaces de dar un premio sin cenar o comer durante la entrega?).

No recuerdo qué más les dije a los niños, pero al final el padre de una de las crías se me acerca emocionado y me dice que es lo más hermoso que nadie le ha dicho a su hija, está muy orgulloso y al borde de las lágrimas.

Cuando termino el discurso les entrego el micrófono a los niños y les pido que me canten una canción. Ni cortos ni perezo­sos, comiéndose el micrófono entre los tres, empiezan a cantar Twinkle, twinkle, littlestar que es como "el patio de mi casa", una canción de guardería.

Me pierdo entre la multitud que no puede estrechar mi mano ni felicitarme porque en ese momento sostienen platos abarrota­dos de comida.

Tinín y yo estamos de acuerdo, la ceremonia no ha podido aca­bar mejor.

Por la noche tenemos la fiesta en casa de los Kaminski, me gustaría ser justo con ellos porque fueron maravillosos. Real­mente defendían (de modo totalmente desinteresado) la nomi­nación de mi película como si fueran parte de ella. Fue una no­che para mí confusa, porque tuve que hablar con todos los in­vitados y estaba muy cansado, y desde mi ascensión a las Torres Gemelas mi oído estaba afectado. A los invitados académicos se les distinguía del resto por la edad y porque llevaban la carátu­la del vídeo de Todo sobre mi madre y me pedían que se la fir­mara. Todo rebosaba buena intención y ese olor dulzón típico de la captura de votos. Aunque nunca se sabe. Nos recogemos pronto, porque hay que hacer las maletas. Al día siguiente vol­vemos a Nueva York.

17 de enero

Volvemos a Los Ángeles en limusina, dejamos tirada a Penélope en el Sunset y cogemos un avión para Nueva York. Se nos pasa el día volando.

Cuando nos instalamos en el Trump Tower de Nueva York ya es casi medianoche. Bajón de temperatura, estamos a -20 grados.

El Trump Tower se halla en la plaza de Columbus, frente al Central Park y a pocos metros del edificio Dakota, donde vivió y murió John Lennon. Es un hotel diseñado para "putos amos del universo", pero reconozco que después de las suites piloto esto es la gloria. Todo es bonito, colosal y práctico. Nada más llegar te dan una carpetita y dentro ya tienes impresas tus pro­pias tarjetas con la dirección, tu número de fax y de teléfono. Una pasada.

Salimos a dar una vuelta, a comprar chucherías en un deli, como me he olvidado todos mis gorros en Madrid (un artículo de difícil susti­tución porque todos me sientan mal. cuando me pongo algo en la cabeza doy inevitablemente agrario) me cubro la cabeza y los oídos con dos bufandas, y parezco tal que Doña Rogelia. Pero es que no hay Dios que soporte este frío. Y menos si eres mediterráneo.

18 de enero

Hoy se lleva a cabo la entrega de los Premios National Board of Review. un galardón antiquísimo y superpresti- gioso. Como no quiero repetir el mode­lo del New York Critics Circle, ni el de Palm Springs, voy a Barney's-New York, mis grandes almacenes favoritos, y me someto a una sesión de autocastigo. Barney's está al otro lado del par­que, así que decidimos caminar un poco. En el trayecto nos en­contramos en la puerta de más de un edificio gente aterida, que ha bajado según estaba (con ropa de interior) a fumar un ciga­rrillo, tiritando. Tinín comenta, que por una razón o por otra, aquí el fumador está condenado a morir (o bien por las sustan­cias que como explican en El dilema crean adicción y por últi­mo cáncer, o por la pulmonía que cogen al tener que salir a la calle a fumar, con semejantes temperaturas, y sin abrigo). En Barney's encuentro un traje negro de Armani. que después de bastantes arreglos podría quedarme bien. Son más de las doce de la mañana y la ceremonia empieza a las seis. Por ser yo quien soy prometen arreglármelo en el día.

El traje me queda bien, como todo Armani, el único problema es que aparento la edad que tengo.

Hago una entrevista con TVE, el periodista es encantador, pero yo me muero de frío, tengo la impresión de que la cara me va a estallar. Estoy lleno de bufandas. Hay un leve rayo de sol. pero las temperaturas no suben de los -20 grados. En ese mo­mento empiezo a incubar un catarro al que voy a serle fiel du­rante varias semanas.

A partir de las seis de la tarde, en pleno corazón del Central Park. The Tavern on the Green. se celebra la cena de entrega de los premios National Board of Review. La velada seguirá la mis­ma mecánica que la de los críticos de Nueva York, pero esta no­che hay muchas más celebrities. Alguien que admira al premiado hace una glosa de él, le entrega el premio y el micrófono para que constate lo emocionado que está. A mí me presentará el maestro Stanley Donen.

A base de patearme festivales, y probablemente gracias a mi simpatía, descubro que conozco a casi todo el mundo. Antes de instalarme en mi mesa abrazo a John Turturro. Adorable como siempre, comparte mesa con sus compadres SusanSarandon y Tim Robbins. Premiado por Cradlewill rock, a Susan le explico que tengo una espina con ella y que me gustaría arrancármela. Me mira nerviosa. Cuando fue a San Sebastián. Susan declaró a EL PAÍS que me había mandado un guión y que yo ni siquie­ra me había dignado contestarle. Le juro que ese guión nunca llegó a mis manos, y que si todavía le interesa le sugiero que me lo envíe de nuevo. Le confieso mi admiración reverencial, vuelvo a darle mi dirección, le ofrezco una vez más mis fanáticos servicios y la besuqueo en ambas manos. Se queda más tranquila. A su marido Tim Rob­bins le sonrío y le doy un golpecito en la espalda porque acabo de ver a Ant­hony Minghella. Me echo en sus bra­zos, mide exactamente la mitad que Tim Robbins, y está más gordo que yo. Nos declaramos mutua admiración y yo le digo que todos los libros que me gustan se los encargan dirigir a él, des­pués de Ripley, de Higsmith. hará El lector, novela por la cual babeo.

Veo de lejos a Sigourney Weaver, sobresale como medio me­tro por encima de la gente. Le doy dos besos a la altura de las caderas y supongo que me dice que se volvió loca con mi pelí­cula porque no la oigo, empieza a haber mucho ruido. De sus brazos me arranca Rubén Blades. con gran escándalo me grita que le saque de tanta mediocridad (me lo dice en español, y sue­na a canción protesta) y que lo lleve a trabajar a España. Conocí a Rubén hace 15 años y sigue exactamente igual. Tiene muy buena reputación entre el elemento femenino. Tremenda y enorme reputación, por lo visto. Por suerte, Ted Demme, en­cantador y rechoncho sobrino de Jonathan, me coge del brazo y me lleva a un extremo de la sala donde se halla su tío. No veo a Jonathan desde el rodaje dePhiladelfia. Nos conocimos en el 85 en el festival de Río, fue amor a primera vista, aunque en los últimos ocho años no nos hayamos visto. Nos besuqueamos mu­cho y de verdad, como viejos cuates. Jonathan le recuerda a Ted que yo le presenté a Antonio durante la proyección de La ley del deseo en el MOMA y que Antonio no hablaba una sola palabra de inglés. También recuerda que se lo entregué como si fuera mi hijo y le advertí: "A ver cómo le tratas". Yo no me acordaba de este detalle. Ted comenta que le dije lo mismo con Penélope. ¿Tan paternal y posesivo soy con mis actores?, me pregunto. In­terrumpe mi reflexión Julianne Moore y no puedo por menos que comérmela a ella también. Está nominada y premiada por lo menos por cuatro películas: Magnolia (Paul Thomas Ander- son),Theend of theaffair (Neil Jordán), A map of theworld(con SigourneyWeaver) y Un marido ideal (con Rupert Everett). Por si no tuviera bastante, además agoniza por trabajar conmi­go. Deseo recíproco. Desde que la descubrí enVania en la calle 42, de Louis Malle, siento gran admiración por esta pelirroja.

Michel corta de golpe mi petardeo social para decirme que Stanley ha llegado.

Stanley Donen posee uno de los rostros más simpáticos que co­nozco, una sonrisa de pillastre con ojillos ad hoc compone su ex­presión habitual. Hollywood planea rehacer Dos en la carretera y Charada, esta última ya en preproducción será dirigida por mi cuate Jonathan Demme. Le deseo mucha suerte, 30 años después ambas películas parecen recién salidas del laboratorio.

El mismo día que se estrenó Mother en Nueva York recibí un fax de Stanley Donen en el que manifestaba la emoción que le había producido mi película, todavía lo conservo, para mí es como un trofeo. Cuando llego a la mesa y me siento junto a él le agra­dezco, con toda humildad, que haya aceptado presentar mi pre­mio. Yo se lo pedí a los de Sony

Stanley parece muy animado. Se saca dos folios del bolsillo del esmoquin y me pregunta: "¿Quieres leer lo que he escrito sobre ti?". A mí me da mucho apuro, pero naturalmente cojo los folios y los leo (después del acto me los regala y los guardo en mi cha­queta). Soy muy tímido y todo esto me embaraza un poco: le doy las gracias de nuevo y hablamos de sus remakes. Insisto que es inútil tratar de poner al día más de lo que están Dos en la carre­tera o Charada. Stanley se frota los dedos, el índice y pulgar con expresión picara. Money, money.

Cuando empieza la ceremonia, él gira su silla y la pone mi­rando al escenario, como un niño con ganas de salir.

Hay muchos premios, además de las categorías habituales: In­ternational Freedom of Expression (Joan Chen. ahora converti­da en directora), Mejor TV Movie, Mejor Película Independiente,Premio Billy Wilder (para John Frankenheimer). Actor y Actriz Revelación, etcétera.

Vuelvo a coincidir con Hillary Swank, en esta edición Me­jor Actriz Revelación. Su discurso es más o menos el mismo, in­cluyendo a su marido Chad Lowe. hermano de RobLowe. La presenta Angelina Jolie. Por fin la veo en persona, aunque no me la presentan. A todo lo que he dicho de ella añado cierta chepa, pero no le queda mal. Hace una apología del individuo frente a la sociedad, la sociedad decide lo que uno debe ser en la vida y si el individuo o individua piensa que lo suyo es exac­tamente lo contrario ahí viene el problema, problema que como en el caso de Theena Brandon (el personaje de Hillary Swank en Boys don't cry) acaba con la vida de la persona. Con esta in­troducción, Angelina está defendiendo su propio derecho a po­nerse el mundo, y en especial la sociedad americana, por mon­tera. Tiene todo el derecho. El vestua­rio, a cuya libertad de elección le asiste idéntico derecho, yo lo encuen­tro inadecuado para el salón caldeado del Tavernonthe Green. Angelina lle­va una especie de sobretodo largo, con capucha.

Premian también a Russel Crowe por El dilema. El australiano es un gamberro gracioso. Enciende un ciga­rrillo en el escenario. No sé si era una provocación (en sus películas denun­cia a las tabacaleras por introducir en los cigarrillos sustancias altamente adictivas) o simplemente que es tími­do. Actorazo de raza, da igual lo que haga cuando recibe el premio. Sidney Pollack presenta a Minghella, elegido mejor director porThetalented Mr. Ripley,Pollack es el productor ejecutivo de la película, función que pone a mis pies si me decido a rodar en inglés. Se lo agradezco. Buenavista Social Club de Wim Wenders gana como Mejor Do­cumental, me había olvidado de ella, pero se los está llevando todos. Y me alegro, aunque el documental me hubiera gustado rodarlo a mí, por cultura, genes, biografía y afinidades me co­rrespondía más a mí que a Wim. Me da mucha envidia, así que mejor me callo, porque acabaré encontrándole algún defecto (a la película, no a los cuatro discos producidos por Ry Cooder que son joya).

Cuando sale Stanley Donen a presentarme se nota que le gus­ta el escenario. Lee con ironía sus dos folios, en los que habla de los órganos con los que yo elaboro mis películas: cerebro, corazón y sexo. Todo ello muy bien articulado, pero a mí me da apuro transcribirlo palabra por palabra.

No tengo vértigo ni excusa, nada me impide expresar el agra­decimiento que siento por Stanley (le recuerdo su gran perfor­mance cuando recogió hace dos años un Oscar honorífico. Cantó y bailó que es lo que hay que hacer cuando a uno le premian) y el amor hacia la mayoría de los presentes. A ellos les dedico el pre­mio y a mi hermano y productor: "Ser mi productor es un buen negocio, pero ser mi hermano a veces no es tan fácil". La frase les hace gracia y no sé por qué.

En la fiesta que organiza la William Morris después de la ce­remonia estamos sólo unos minutos. Saludo a Wes Bentley (Mejor Actor Revelación), es el chico de mirada fija y ceja única que tan­to ha llamado la atención en American beauty. Mejor Película esta noche. Me entrevisté con él hace dos meses para uno de los prota­gonistas de Paperboy, en el caso de que la haga, que todavía sigo con dudas. Sidney Pollack vuelve a ofrecérseme como interme­diario (productor ejecutivo) protector si me decido. Minghella me lo recomienda personalmente. Pollack me presenta al interesante Kevin Spacey, sin premio esta noche pero con un morbo que te ca­gas. Nos decimos las dos frases protocolarias: "Me encanta tu tra­bajo y me encantaría trabajar contigo". En mi caso no miento.

Cuando la cosa empieza a animarse tenemos que salir co­rriendo como nuevas cenicientas, porque mañana temprano vo­lamos a Los Ángeles. ¡Sí! Hay otro premio esperando que lo reco­ja, y como es el de la Asociación de los Críticos de Los Ángeles, la ceremonia de entrega se lleva a cabo allí. En el Bel Age Hotel.

19 de enero

Llegamos al Bel Age Hotel por los pelos. Gracias que una housekeeper latina me plancha el traje en diez minutos, de lo contrario me veo con uno de esos mode­los arrugados que diseña Issei Miyake que sólo le sientan bien a Carmen Alborch o a Alicia Moreno.

En Los Ángeles estamos a 30 grados más que en Nueva York, pero no me im­porta porque tenemos otra vez a Penélo­pe con nosotros (a mis bronquios y a mi garganta sí le importan, pero ese es otro capítulo, el humano, que aquí no viene a cuento).

La entrega, como es habitual, se hace a lo largo y ancho de una cena. En nuestra mesa se sientan algunos críticos y un tími­do Curtis Hanson, egregio director de L. A. Confidential, entre otras. Me lo reservo para el postre.

Como siempre, no tengo ni puta idea de lo que voy a decir, pero no me importa (¡en este continuo trasiego han dejado de im­portarme tantas cosas!) ahora mi única ambición es llegar a los sitios. Preveo que voy a estar sobrio y neutro en los agradeci­mientos. por un día no creo que pase nada...

En lugar de celebrities, en esta ocasión son los críticos los que presentan y entregan los premios. Todo es similar y, sin embargo, distinto a como ocurrió en Nueva York. No intento explicarlo por­que es demasiado sutil...

Desde el principio, la recogida y presentación de los premios se muestra muy extrovertida, los premiados montan bastante nú­mero; no me extrañaría que le hubieran dado al tarro en el cóctel previo a la ceremonia (al cual nunca llegamos porque siempre es­tamos de camino). Todo el tufo que si me descuelgo con un simple gracias, o dedicándoselo a los críticos, o a la ciudad de Los Ánge­les la gente me va a silbar.

Entre otros, reciben sus premios Cristopher Plummer (igualito que en La familia Trapp), enorme actor, que lucha a brazo par­tido con la peor de las edades. Se le premia por El dilema, de Michael Mann, la película ha recibido gran apoyo por parte de la crí­tica (también le dan el premio como Mejor Película), pero no aca­ba de arrancar en taquilla. La protagoniza Pacino, pero a él es al único que no premian. El australiano Russell Crowe se lleva de nuevo el premio al Mejor Actor, siempre por El dilema. Rusell mon­ta un número gestual y oral distinto al de la noche anterior, yo sólo entiendo las dos palabras finales:thank you. Es impulsivo y venal, parece que en Australia son todos así de ingenuos salvajes.

Esta noche, el premio a la Mejor Actriz Secundaria cae en ma­nos de Cloé Sevigny, maravillosa joven white trash en Boys don't cry. Cuando Cloe deposita su mirada sobre uno, notas toda tu piel chorreando: son sus ojos.

Por fin presentan muestro premio. Sin haberlo decidido me pon­go a improvisar (a veces cuando estoy muy cansado entro en un es­tado de semiinconciencia y delirio que desde fuera se confunde con elocuencia e inspiración). No recuerdo exactamente lo que digo por­que estoy como en trance. Recuerdo que yo "no juzgo a mis perso­najes, aunque muchos de ellos parezcan freaks o estrafalarios" (doy ejemplos y el público se ríe). El éxito de Mother es que el especta­dor tampoco los juzga, o ésa es mi impresión. Cuando hablo de la celebración de las actrices incluyo a Hillary Swank y a Cloé Se­vigny Ellas me miran asustadas, pero después se relajan cuando les digo queBoys don't cry sería inconcebible sin ellas. Llegado este mo­mento charlo directamente con el público, en plan cabaret. Esto siempre funciona. Al final repetí lo de mi hermano productor (ser mi productor es un buen negocio, pero ser mi hermano a veces no es fácil), la gente se ríe exactamente igual que en Nueva York. Y yo sigo sin entender por qué, aunque como un mal cómico acabo co­locando el chiste. Al final le doy gracias a todo el mundo, incluso a Curtís Hanson, por haberse sentado en nuestra mesa.

Mi discurso calienta el ambiente, ya de por sí bastante caldea­do. Cuando le dan el premio, Hillary Swank está mucho más suel­ta, incluso nombra a su compañera Cloé Sevigny y me dedica unas palabras, tipo que no abandone Los Ángeles. Termina de todos mo­dos dedicándole el premio a su marido, Chad Lowe, hermano de Rob Lowe.

Cuando vuelvo a mi mesa, Curtís Hanson ha olvidado su ti­midez y parece que lleváramos varios meses cenando, quiero de­cir que todo el mundo tiene mucha más confianza conmigo. In­tercambio elogios con Curtís, y a los dos nos sabe a poco.

Más allá del morro inherente en mi persona creo que hay algo en el acento de los españoles cuando hablamos inglés que a los americanos les encanta. Y hay algo (probablemente mucho y físi­co) en Penélope que vuelve loco a Russell Crowe.

Nos lo encontramos en la terraza, antes de salir del hotel, ro­deado de amigotes y cervezas. Me llama por mi nombre. No tardo ni un segundo en materializarme a su lado, nos damos la mano y nos felicitamos. Su mirada de toro desbocado traspasa mi cuerpo y se detiene ante el de Penélope. que está de cháchara con Agustín y Michel. La llamo para presentársela.

Pe ha venido muy española, pelo tirante hacia atrás, recogido en discreto moño. Este peinado pone de relevancia los maravillosos detalles de su rostro, los ojos, la nariz, la bocaza, y una paz interior que no se sabe de dónde la saca. Torea fina y segura al señor Cro­we, que enviste sin disimulos desde el primer momento. Decido que mejor vuelvo al hotel, Penélope dice que se viene conmigo y Michel y Tinín. Russel promete que pasará a vernos, y no miente.

El bar del Sunset Marquis abre por las noches, y se ha con­vertido en uno de los lugares máscool de la ciudad.

Cuando llegamos al hotel encontramos al señor Russel, acom­pañado de dos personas de las que pasa total cuando nos ve.

Tomamos una cervecita con él, por no desairarlo, y le dejamos que vuelva con las dos personas con las que estaba. No hubo en­cuentro entre España y Australia y yo me alegro. Praga (Thomas) puede dormir tranquilo.

Me olvidaba, la secretaria de Annette Benning nos llama para concretar una cita con ella y Beatty. Quedamos en cenar con ellos el viernes, qué bien.

20 de enero

Día de bajón y tiendas.

Sólo me anima ver la publicidad de nuestra película, páginas enteras, y las cifras de Variety. En L.A. vales lo que haya dado tu película el último fin de semana yMother se ha embolsado 400.000 dólares. Antes de salir me miro al espejo y pienso que valgo mu­cho menos.

Por la tarde vemos Girl, interrupted. Winona está estupenda en su primer papel de adulta. Le encuentro los brazos menos gor­dos que en la bolera, supongo que adelgazó para la película. El tra­bajo difícil es el suyo, pero la que ha conseguido una nominación a los Globos de Oro es la otra, Angelina Jolie.

Por la noche volvemos a cenar con los Banderas. Nos acom­paña una chispeante y bilingüe Stella.

21 de enero

No me siento bien y por si fuera poco dedico el día entero a ha­cerme fotos para EL PAÍS. Las fotos me agotan como si hubiera recogido dos o tres premios más, con sus respectivas cenas. Cuan­do, como es mi caso, uno ha decidido dejar atrás una prometedo­ra carrera de modelo, no mola volver a ponerte delante de la cá­mara, porque sin darte cuenta ya has perdido ese tipo de vanidad.

Con dolor de mi corazón anulamos la cena con Warren Beatty y Annette Benning porque el perro que tengo en la garganta no para de ladrar.

22 de enero

Detesto llamar al médico cuando estoy en otra ciudad, pero el frío que cogí en Nueva York se ha convertido en bronquitis y no hay modo de disimularlo. Y yo quiero estar bien mañana, en la cere­monia de los Golden Globe, que justamente esta mañana me están dando muy mala espina. Me explico: un camarero fan que me ha traído el desayuno me comunica chochi que en la villa al lado está la señora Deneuve.-¡Catherine! exclamo yo, aunque por mi acento parece que di­jera cátering.

El camarero me entiende y asiente con la cabeza.

-¿Y qué hace aquí Catherine Deneuve, qué se le ha perdido en Los Ángeles? le pregunto mosqueado.

-Viene a la ceremonia de los Golden, me responde.

Llamo raudo a los de Sony y exijo información. Ellos ya lo sabían y también están preocupados. Sony va a distribuir Este-Oeste, la película de Regís Wergnier donde interviene Catherine, pero aún no la han estrenado y en estos momentos están apoyan­do claramente la nuestra.

Corren rumores, me dicen, de que los del Foreign Press han solicitado la presencia de Catherine para presentar uno de los premios, lo cual hace sospechar que su película conseguirá el galardón a Mejor Película Extranjera. Requisitos no le faltan, es francesa, o sea, extranjera; está entre las cinco candidatas, interviene Cathe­rine que es como decir lo mejor que ha exportado Francia desde el agua Evian. Fue musa de Ivés Saint Laurent, Polanski, Truffaut, Techiné, Mastroianni y Buñuel. Y yo sólo soy un director manchego, que usa la talla 54. No pue­do competir con Catherine ¡y menos en América! Creo que me da fiebre y no es el catarro, sino el disgusto, los celos. Por si fuera poco no puedo desearle ningún mal a la bella mamá de Chiara Mastroianni, hermana de Francois Dorleac y emperatriz del buen gusto francés, porque ella es muy buena gen­te. Con el tiempo, Deneuve se ha con­vertido en una gran actriz y además adora Tout sur ma mère.

¿Quoi faire?

La inseguridad me vuelve autodestructivo. No fui a la cena con Annette Bening y su descomunal esposo, pero sí pienso asis­tir (aunque me sienta fatal) a la que organiza Phoenix Pictures, una fiesta preglobo que ya es tradición.

Hay mucha gente, más ejecutivos que estrellas, pero lo que más impresiona es la vivienda. Pertenece a uno de los socios de Phoenix Pictures.

La casa, lo correcto sería llamarla palacio, o gran villa, es co­pia de una mansión florentina, ¿o florentina?, mandada hacer a propósito por su primer propietario, el actor silente Harold Lloyd. Su primer deseo fue el de traerse piedra a piedra la villa entera, pero como no fue posible decidió copiarla y ambientarla con al­gunas rosillas como un tiovivo de hace un siglo que decora un ex­tremo de un impecable jardín francés. No tengo palabras para des­cribir la casa, los elementos, su grandeza, el jardín francés, una casita completa, en miniatura para los crios, los cuadros... desde Renoir a Hockney, en fin. Me encantaría verla de día.

Volvemos a coincidir con Kevin Spacey y Chloè Sevigny. Tam­bién están Michael Nyman, Jon Bon Jovi y Michel York que me pregunta si la ciudad me está tratando bien. Yo digo que sí, pero en realidad estoy pensando que Michel York se conserva igual que en Cabaret (no así Liza, la pobre) y no entiendo por qué en las se­ries da tan mayor.

A pesar de que la situación es rica en futuros temas de con­versación y en comida, yo quiero recogerme pronto. El dueño de la casa me pide que espere, dentro de unos minutos vendrá el pre­sidente, "y así le conoces". El presidente de qué compañía, pre­gunto. Me mira como si yo bromeara. El presidente de Estados Unidos, Clinton. Dice.

Me trago de golpe sin masticar el último bocado y me reúno con Michel. Tinín y Penèlope, en plan cumbre. Penèlope y Michel declaran su enorme interés por conocer al presidente. Mi herma­no y yo (esa Mancha realista y poco impresionable) decimos que nos da igual. A mí me gustaría irme ya. Pero el dueño personal­mente me ha pedido que espere y no puedo hacerle ese feo.

La situación deviene una mezcla de El ángel exterminador y Bienvenido Mr. Marshall.Todo el mundo sabe quién va a venir, pero está tardando más de lo previsto. Comentamos con alguien si son ciertos los rumores de que el Presi­dente va a instalarse en California cuando expire su mandato. Se dice que planea sustituir a Jack Valenti, en la presidencia de la MPAA. La idea no es mala, no explico por qué. Los rumores apuntan también a que Hillarv (no me atreveré a comentar aquí el volumen de Brazo, Pierna y Tobillo), además de pro­ponerse la alcaldía de Nueva York, espe­ra que su marido deje la presidencia para: a) darle una patada en el culo, y b) escribir esebestsellerque todos estamos esperando. Alguien nos corrige, "ella" ya ha declarado públicamente en una entrevista exhaustiva que no abando­nará a su marido ¡nunca! (esta promesa de fidelidad eterna suena como la mayor de las venganzas).

Por fin, gran revuelo de hombretones, murmullos, amontona­miento de invitados, y allí está Él. Es alto y sonrosado, no puedo de­cir más. No sé si está avergonzado de sí mismo, o que el rosa es el co­lor natural de su piel. El anfitrión me busca con los ojos, acudo de la mano de Penèlope. Me presentan, no creo que se entere de mi nom­bre. le digo: me llamo Pedro Almodóvar y hago películas de hora y media. Le presento a Penèlope. Se dan la mano. Ella no dice nada.

En estos escasos segundos se resume toda nuestra experien­cia con el Presidente, que se adentra en la casa envuelto en un re­molino humano.

Una vez en nuestra limusina-útero, de vuelta al hotel, refle­xiono: ¿por qué la presencia de los presidentes te deja un sabor acre, de clara insatisfacción, en la boca?

Mi hermano insiste: igual que en Bienvenido Mr. Marshall.

23 de enero

Llama el médico interesándose por mi salud. Le respondo que no sé cómo me encuentro, sólo sé que es el día G.G. y yo no pienso faltar a la cita.

La televisión es más rápida que la redacción de este diario. To­dos ustedes saben qué película ganó el Golden Globe como Mejor Película Extranjera. Pero el día 23. domingo, a las tres de la tarde, hora absurda para vestirse de noche, ninguno de nosotros lo sabe.

Hago triunfal paseíllo por la alfombra roja enlazado a la Bella Pe, mientras a nuestra izquierda fotógrafos y reporteros se des­gañifan para que posemos, y a la derecha, grupos de fans senta­dos en gradas montadas a propósito, también gritan, pero sin des­gañifarse, al menos con Pe y conmigo.

Es un circo. El griterío me distiende y le quita seriedad al asunto que vendrá después.

La organización tiene la diabólica idea de sentarnos en la misma mesa con el equipo francés, que dicho sea de paso. chapeau! En todo momento nos dan una lección de saber estar. En cuanto al impacto visual, nuestra Penèlope domina la gala. Las famosas lucen estupendos escotes de tirilla sobre pálidos hom­bros con piel de carne de gallina, a excepción de Halle Berry (la guapa de Bullworth, la película de Beatty, nominada y ganadora por Introducing Dorothy Dandridge) y Angela Basset, que son morenas de natural. Nuestra Penèlope lució cual princesa den­tro de un traje blanco de Ralph Lauren, con su pelazo desparra­mado, etcétera.

Estaba todo el mundo, y guapas-guapas (sin contar a Pené­lope. Halle Barry y el rostro de Winona) sólo tres: Julia Roberts. ¡Careto! Parecía que los rasgos se le iban a salir de la cara, de pura magnitud. La boca realmente no le cabe en el rostro. Cameron Díaz es como un gato precioso. De comérsela, que es lo que literalmente hacía su nuevo novio, un joven actor que sale en la película de Winona Ryder y hacía todo lo posible para que la gente se fijara en él. Dos mesas detrás estaba Michelle Pfeiffer, con gafas de leer. Una belleza. Me la encontré al salir del la­vabo. Antes de entrar vi salir del mismo lavabo a Liz Hurley y HughGrant con toda la pinta de haber mantenido un inter­cambio físico o químico. Al salir. Michelle iba un metro delan­te mía. La miré por detrás, caminaba de un modo especial... Vean El precio del poder, de De Palma. Caminaba exactamente igual que en esa película. Cara guapa de verdad, la Pfeiffer. Tal vez demasiado seria, pero guapa.

¿Premios? Muchos, más que en ninguna otra ceremonia... había al menos 40 categorías. Yo sólo recuerdo uno, mejor di­cho, recuerdo la cara de la figuración cuando me vio subir al es­trado y escuchó el consiguiente discurso, tronchándose o no dando crédito. Parte de la figuración, al menos los más cerca­nos al escenario, eran: Robert De Niro, W. Beatty Annette Benning, Courtney Love. Meryl Streep, Jim Carrey, Harrison Ford, Liz Hurley, Hugh Grant. Jodie Foster. Sigournev Weaver. Alee Baldwin, Sarah Jessica Parker. Angelina Jolie, Gwyneth Paltrow, Michael J. Fox. Ben Affleck. Tom Cruise. la hermana de Nicole Kidman. Billy Cristal, Julianne Moore. Matt Damon. Wi­nona Ryder, Antonio Banderas, Melanie Griffith, Sidney Po- llack, Sam Mendes, Minghella, Jack Lemmon, Shirley McLaine, Spielberg... y todo el reparto de la serieThe Sopranos, la serie televisiva de la década, con James Gandolfini al frente.

No lo esperaba, cuando dijeron "Spain Allabout my mother" me dio tal que perdí el control, y convertí (o lo intenté) mi fal­ta de control en espectáculo. Improvisé a cien por hora, no había quien me arrancara del escenario. Los delprompter tuvieron el de­talle de ponerme "adiós" en español, pero les dije que era un irres­ponsable y que no hablaba español. Y "todo Hollywood" se partía de risa, lo juro, hay un vídeo por ahí que lo demuestra (yo no lo quiero ver porque me da vergüenza). Todas aquellas celebridades reían, aplaudían, y se daban codazos, yo los veía desde arriba.

Era como una gran borrachera.

Acudimos a la fiesta de Sony-Columbia. estuvieron cientos y con cientos departí, además de hacer unas diez entrevistas por teléfono con medios españoles, y otras tantas para televisiones de países variados. Vimos a Russell Crowe cogido de la mano de Jo­die Foster. Nos saludamos, pero como si no nos reconociera.

Después nos trasladamos a la fiesta de la CAA. A los que no pude ver en la de Sony, me los encuentro en esta fiesta, excepto a Meryl Streep que me estuvo esperando para congratularme, pero se fue antes de que llegara. Robert de Niro me presentó a su hija, morenita, y dos palmos más alta que él. Es fanática mía y supersimpática.

Conocí a De Niro en Carmes, hace tres años. El ministro de Cul­tura nos condecoró con la medalla de la Legión de Honor, máximo reconocimiento en Francia. Le pregunto a De Niro por su feo asun­to con la prensa y la policía francesa (salió su nombre encabezan­do una red de prostitución, o algo así... y la policía se presentó en su hotel con todo el aparato, como si fuera a capturar a King Kong). Le pregunto si en efecto les tiró la condecoración a las narices como había leído en los periódicos. Robert me reconoce que estuvo a pun­to de hacerlo, pero que al final no fue necesario y se quedó con ella.

En la fiesta me felicita por mi intervención hasta el mismísi­mo y legendario Hurricane, el boxeador al que Bob Dylan le de­dicó una canción años ha. y por cuya interpretación en la pelícu­la del mismo título el antipático Denzel Washington acaba de ga­nar el Globo al mejor actor. "I loved your speech" (me encantó tu discurso) es la frase que todos repiten, incluido el boxeador su­perviviente.

Hablé. Besé, estreché manos, mejillas y torsos hasta que me quedé mudo.

En ese momento abandonamos la fiesta.

24 de enero

Hacemos las últimas compras y tratamos de meterlas en las maletas

25 de enero

En mi estado no debería viajar, pero viajamos. Vía Miami. Pené­lope se queda en L.A.

Cuando todo el mundo duerme en el avión (aunque me he to­mado un somnífero, yo no lo consigo) siento cómo cada uno de los miles de kilómetros que hemos hecho laten en mis cejas, me tala­dran los oídos, y tocan el tambor en mi pecho.

Ya estoy de vuelta en casa, siento el vacío y la flojera de cuan­do llegas al final de algo.

La campaña terminó, al menos hasta que marzo ataque, si ataca.

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