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Bernardí Roig reconstruye el frío aterrador de la muerte

El artista mallorquín recrea en su nueva exposición asuntos como la amputación de la memoria, la incomunicación, la crueldad y las apariencias

Thomas Bernhard escribió en 1963 Der Italiener, una reflexión sobre las fosas comunes que pueblan los bosques polacos y que se distinguen porque sobre ellas no han vuelto a crecer los árboles. En 1971, Ferry Radax llevó la historia al cine y lo convirtió en una película experimental, de 90 minutos de duración, muy poco explotada en circuitos comerciales. Los temas clásicos de Bernhard (amputación de la memoria, la incomunicación, la crueldad, las apariencias) han sido recreados por Bernardí Roig (Palma de Mallorca, 1965) en una nueva exposición titulada Der Italiener con la que el artista vuelve a exponer en Madrid, en la galería Max Estrella, después de seis años.

Un buey de 345 kilos de peso, abierto en canal y sujeto con ganchos y barras fluorescentes a modo de banderillas introduce al espectador a un recorrido por el horror en el que, extrañamente, no faltan algunas gotas de humor. No lejos del animal, en un rincón hay un hombre atrapado por tablas de madera. En medio, en una gran pantalla junto a la pared, se recrea la versión que Roig ha hecho de la historia de Bernhard. Reducida a 17 minutos, se proyecta en versión original alemana y subtitulada en español con unos textos que nada tienen que ver con la banda sonora del filme. Son reflexiones que Roig ha ido recopilando por escrito y que aquí aparecen recopiladas en un volumen que forma parte de la exposición. Es el libro Binissalem, publicado por el Kunstmuseum de Bonn con motivo de su exposición The Light-exercises series, en 2006.

En el monitor se van viendo imágenes de personajes que desfilan por un pabellón de caza cuyas paredes están llenas de escopetas y cornamentas. Las señoras, elegantísimas, miran con tanto morbo como seriedad. Los cuartetos de cuerda de Bela Bartok ponen un sonido inquietante a unas escenas en las que un matarife se pasea de blanco impoluto cuchillo en mano.

Ruido perturbador

A poca distancia, desde un pequeño monitor se emite un ruido perturbador. Sin descanso se reproduce la imagen y el sonido del matarife rasgando el esternón de un buey. Las dificultades para que el cuchillo avance muestran las visceras oscilando de un lado a otro.

Pero la representación final espera en el fondo de la galería. Una película de siete minutos protagonizada por el propio Roig recrea el silencio. Rodada en blanco y negro, el artista, perfectamente arreglado y trajeado procede a coserse la boca con 17 puntadas que poco a poco va ejecutando. El color rojo de su sangre será la única nota de color del filme. Mientras el actor-artista se da puntadas sin inmutarse, los espectadores le contemplan sin la menor pasión. En las imágenes no hay trampa. Todo es auténtico. La filmación se produjo delante de profesionales médicos.

Siete dibujos inspirados en el padre del artista relajan el inquietante recorrido por la exposición. Son imágenes cargadas de poesía que dan el contrapunto perfecto a la exposición más inquietante de Bernardí Roig.

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