Harpo Marx: "Nunca fui a ninguna parte por la ruta establecida"
Quince citas de la autobiografía de Harpo Marx para recorrer la vida del gran mimo del cine
Claro que podía hablar. Y vaya si tenía cosas que contar. Quizá carecía de la destreza en el póker de Chico o del ingenio cáustico de Groucho, pero Harpo Marx, el de la peluca pelirroja, el impermeable astroso y la elocuente bocina, el que decidió enmudecer ante el público, atesoraba una vida de novela, un optimismo diamantino y una vocación vitalicia para hacer el ganso. Creció en las callejuelas del Upper East Side de Manhattan (número 179 de la calle 93 Este), en el seno de una familia de inmigrantes judío alemanes. Junto a sus revoltosos cuatro hermanos (él era el segundo): Leonard (Chico), Julius (Groucho), Milton (Gummo) y Herbert (Zeppo), su padre, el sastre Sam Frenchie Marx, que los adoraba, y la matriarca, la infatigable Minnie Schoenberg, que ideó el Plan Maestro para convertir a aquellos granujas en los Hermanos Marx, superestrellas del cine cómico.
Harpo -nacido Adolph (Nueva York, 1888-Los Ángeles, 1964)- vivió de verdad. "Siempre seguí mis reglas y nunca fui a ninguna parte según la regla establecida". Se coló entre la crema intelectual de Nueva York y veraneó en la Riviera francesa en los felices años veinte, junto a Somerset Maugham y George Bernard Shaw. Cruzó a todo meter la Alemania hitleriania y se adentró en la Unión Soviética de Stalin. Allí, su mueca gookie y sus mangas llenas de cubertería consiguieron que el público moscovita se tronchara de risa. Fue invitado a la mansión californiana del magnate William Randolph Hearst y llegó a la cima de Hollywood. Soltero irreductible, se casó a los cuarentaytantos con Susan Fleming, con la que adoptó cuatro niños. Una vida intensa que regresa ahora con la reedición de su entretenidísima autobiografía, ¡Harpo habla! (Seix Barral), coescrita junto a Rowland Barber en 1961 (traducida por Paloma Villegas en la editorial Montesinos). Hoy llega a las librerías.
La escuela no es para mí
Nueva York, hacia 1900. A los ocho años, el pequeño Adolph deja la escuela. "En la escuela no enseñaban qué hacer cuando te detenía una pandilla enemiga: cuándo correr, cuándo defender tu terreno. La escuela no enseñaba cómo recoger pelotas de tenis, cómo fabricar un patinete, viajar en los ferrocarriles elevados y los trolebuses, hacerse llevar por los carros repartidores, tener un perro, irse a bañar al río, conseguir un helado o una fruta, todo ellos sin pagar un céntimo".
El "raro" del Upper East Side
"Los polis perseguían principalmente a las pandillas, que eran el blanco más visible, y yo no era un pandillero. Yo era un lobo solitario. Esto me convertía, a mi vez, en un blanco visible para las pandillas. Los pandilleros no toleraban a los solitarios. Me llamaban "raro" [queer: raro, homosexual] y cosas peores. Hoy día, supongo, un chico como yo merecería la atención más especial de las autoridades. Me llamarían "inconformista antisocial" y cosas peores".
En la carretera
En algún lugar del interior de EE UU, hacia 1910. Antes de triunfar en Broadway, los cuatro hermanos mayores (Chico, Harpo, Groucho y Gummo) y la matriarca, Minnie Schoenberg Marx, recorrieron de punta a punta los circuitos de vodevil de la América profunda. "Fue un milagro que no nos hundiésemos. Muchos miembros de la grey teatral, valientes y decididos, habían caído al borde del camino haciendo lo que hacíamos nosotros. Y no era que mis hermanos y yo tuviésemos más agallas o más determinación que la gente que se dio por vencida. Pero teníamos a Minnie, y ella sí las tenía. Ella fue nuestro milagro."
La creadora de los Hermanos Marx
Retrato de Minnie Schoenberg Marx. "Era encantadora, pero su apariencia suave como la de una gacela podía llamar a engaño. (...). Toda su vida adulta, cada minuto de ella, estuvo dedicada a su Plan Maestro. (...) Minnie tenía la ambición suficiente para llevar a cabo cualquier plan que se hubiera trazado y energía sobrante para arrastrarnos a todos los demás consigo (...). El Plan de Minnie era simplemente el siguiente: llevar a su hermano pequeño y a sus cinco hijos al escenario y hacer que triunfaran."
Una mueca legendaria. Gookie
Nueva York, hacia 1900. Ojos bizcos, lengua atascada y carrillos inflados. La mueca más lunática de Harpo nació gracias a Gookie, un tipo que liaba puros en un escaparate de la avenida Lexington. "Gookie tenía un aspecto ya bastante divertido cuando no estaba trabajando, pero cuando alcanzaba su máxima velocidad liando puros era un espectáculo digno de ver. (...) Cuando arrancaba, se perdía completamente en su trabajo, tan absorto que no tenía idea de la cara tan cómica que ponía. Su lengua sobresalía en forma de rollo, se le inflaban las mejillas y se le saltaban y entrecruzaban los ojos. (...) Yo me quedaba de pie delante de él y trataba de imitar la cara de Gookie durante quince o veinte minutos seguidos, utilizando el cristal del escaparate como espejo. Él estaba demasiado hipnotizado por su propio trabajo para advertir mi presencia. Por fin un día decidí que ya lo tenía perfeccionado: lengua, mejillas, ojos y todo".
Un debut inolvidable
"Me di la vuelta. Y allí estaban Ellos. Un mar de rostros hostiles y burlones al otro lado de las candilejas. Y aquí estaba yo, sin nada a qué agarrarme, absolutamente nada. Con la primera mirada a mi primer público, volví súbitamente a la infancia. Mi reacción fue instantánea e incontrolable. Mojé los pantalones".
¡Broadway, patas arriba!
"Se ha contado muchas veces la historia del debut de los Hermanos Marx en Broadway la noche del 19 de mayo de 1924. La han repetido y machacado en columnas, artículos y libros, y hasta en la radio. (...)". "Lo siento mucho, pero poco puedo añadir a la historia. Lo único que recuerdo, con toda honestidad, es que actué, conseguí unas buenas carcajadas, hice unas cuantas reverencias, y luego me fui solo a la casa de Long Island y me metí directamente en la cama".
Un 'bobo' entre intelectuales
Nueva York, años veinte. El Hotel Algonquin albergaba la Mesa Redonda, una tertulia que reunía a algunos de los mayores intelectuales neoyorquinos de los años veinte, como el reportero Alexander Woollcott, la narradora Dorothy Parker, el dramaturgo Ben Hecht, el guionista George S. Kaufman y el editor Harold Ross, fundador de la revista New Yorker. "Jamás contribuí con nada, pero absolutamente nada, a la Mesa Redonda. Sin embargo, fui aceptado inmediatamente como alguien que pertenecía al lugar. En realidad no esperaban que hablase: eso no sólo se debía a que yo representaba a un mudo bobalicón en escena y a veces también fuera de ella, sino principalmente a que yo aporté a la mesa otro tipo de talento -el único talento que le faltaba- : el de sentarse y escuchar."
Riviera, años veinte
En Villa Ganalon, en el cabo de Antibes, al sur de Francia.. "Vivir era fácil en 1928. La vida se componía principalmente de diversiones, y el mundo era nuestro campo de juegos privado y millonario. Todos nosotros teníamos, de algún modo, los medios para hacer lo que queríamos. Los impuestos eran una molestia -como el cambio anual de matrícula del coche- pero no una carga."
Fascinado con el Rey de España
"Mis personajes favoritos eran el rey Alfonso de España y su Chambelán del Himno. El rey Alfonso tenía tan mal oído que no podía distinguir un pasodoble de la Obertura de Guillermo Tell. Por ello viajaba con un ayudante especial cuyo deber consistía en hacerle una señal cuando tocaban el Himno Nacional español, para que Alfonso supiera cuándo tenía que saludar".
A través del Tercer Reich
Alemania, 1933. "En Hamburgo vi el espectáculo más aterrador y más deprimente que jamás había visto: un hilera de tiendas con la Estrella de David y la palabra 'Jude' pintada encima, y dentro, tras los mostradores semivacíos, personas anonadadas, encogidas como si no supieran qué las había golpeado ni de dónde llegaría el golpe siguiente (...) Atravesé Alemania lo más rápido que pude".
En el país de los Soviets
Moscú, 1933. "Mientras caminaba por aquella arteria importante hacia el Kremlin, me di cuenta de qué era lo que resultaba tan espeluznante en Moscú. No había ruido de tráfico. Las calles estaban llenas de gente, pero casi vacías de coches. (...) Era como ver cobrar vida a una película muda, sin títulos ni música de fondo". Y sobre el público: "Nunca había topado con gente que se riera tan fácilmente como los rusos. Tal vez la risa representaba para ellos un lujo, más que para nadie. Tal vez se morían de sed de ella. Dejé de intentar comprenderles. Al andar por la calle, al trabajar o al hacer cola, eran las personas más controladas que había visto jamás. En el teatro, las mismas personas eran incapaces de contenerse".
La juerga se acabó
El soltero convencido se casó finalmente con la atractiva y constante Susan Fleming el 28 de septiembre de 1936, coincidiendo con las elecciones en las que sería reelegido Franklin Delano Roosevelt. "El castigo por circular durante cuarenta y dos años como un lunático lobo estepario me había llegado". Él mismo se confesó a sí mismo: "-La juerga- le dije a quienquiera que fuese el pobre payaso del espejo- se acabó".
Duelo de monologuistas
Hollywood, 1940. En el Club Hillcrest. "Había poca conversación propiamente dicha. Se trataba de una competencia abierta para ver quién podía hacer reír más a la concurrencia, uno juego continuo de "¿Puedes superar esto?". Nunca era aburrido. Se contaban entre nosotros tres de los hombres más graciosos de nuestro tiempo: George Burns, George Jessel y Groucho Marx. Y entre nosotros, donde no había barreras, eran aún más graciosos".
El tipo más normal de la Meca del cine
Hollywood. 1940. Reunión en casa del cineasta David O. Selznick. La mujer del dramaturgo Ben Hecht (Primera plana), Rose, define a Harpo. "Es uno de los pocos hombres que conozco que no se ha pasado ni una hora en el diván. Es el único hombre que conozco que ni siquiera ha hablado de hacerse psicoanalizar. Está felizmente casado. Su hijo ha alcanzado los dos años sin que lo haya visto ni una sola vez el psicólogo infantil. Harpo no tiene enemigos. Nunca ha hecho régimen ni ha tomado pastillas para dormir. No va loco por el dinero ni le arrastra la ambición. Es maduro. Está adaptado. Es un soplo de aire fresco en una ciudad llena de neuróticos exhibicionistas y presumidos".
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