Un Springsteen de leyenda sale a la luz
La caja 'The Promise: The Darkness on the edge of town story', que saldrá a la venta el 16 de noviembre, recoge la historia del mítico álbum con un documental, dos DVD de conciertos en directo y un doble disco con 21 canciones, la mayoría inéditas
Con la publicación de Darkness on the edge of town y su posterior gira de más de 100 conciertos por Estados Unidos, el año 1978 alumbró la mejor versión que se ha conocido de Bruce Springsteen y la E Street Band. En términos objetivos, es como decir que en aquel año se escribió una de las páginas más fascinantes de la historia de la música popular. Con su aire de pandilleros, Springsteen y sus chicos se ganaron el calificativo de "máquina del rock" garantizando una comunión musical arrebatadora. Era el resultado de un proceso compositivo extraordinariamente prolífico. En pleitos con su anterior manager y sin dominio legal sobre su obra, el joven músico se había encerrado durante más de un año, llegando a componer suficientes canciones como para grabar cuatro discos. Esa mítica antesala creativa se puede conocer ahora gracias a la caja The Promise: The Darkness on the edge of town story, que saldrá a la venta el 16 de noviembre, y arroja luz sobre la etapa más cautivadora del músico de Nueva Jersey.
Al igual que hiciera en 1998 con el asombroso Tracks, formado por cuatro discos de descartes y rarezas, Springsteen ha desempolvado lo mejor de sus archivos, en una maniobra tan agradecida para con sus fans como provechosa para sus arcas. El plato fuerte es un fantástico álbum doble que recoge 21 temas de las maratonianas sesiones en el exilio, encerrado durante noches y días en el estudio de grabación. Para dar sensación de compacto a la colección de canciones (algunas ya editadas anteriormente en otro formato), el músico no ha tenido reparos en añadir nuevos instrumentos o incluir su voz actual en pistas antiguas. Con retoques incluidos, The Promise empieza a ser conocido como el gran disco perdido de Springsteen, aunque confirma que Darkness -comparado en su día por la revista Rolling Stone con el Astral Weeks de Van Morrison y el Are you experienced de Jimi Hendrix- es el trabajo perfecto que fue porque su autor supo hacer criba y seleccionar temas para alcanzar la atmósfera asfixiante y sugerente que buscaba.
También se antoja como el disco que siempre esperó Steve Van Zandt, guitarrista de la E Street Band, de su gran amigo y mentor. Van Zandt, que nunca quedó contento con el sonido crudo de Darkness, contó a este periodista que su disco preferido de Springsteen es el segundo de la caja Tracks y, ciertamente, en The Promise late con fuerza esa efervescencia musical, de ropajes sinfónicos y contundentes, abundante en coros y dando aire al recreo instrumental. Solo basta escuchar la versión alternativa de Racing in the street o la orquestal de The Promise para captar que la banda escondía una vitalidad exuberante.
A caballo entre Born to run y Darkness, el doble álbum se baña en el soul clásico y el pop de los sesenta, desprendiendo un sabroso regusto añejo. Si Darkness representaba la pérdida de la inocencia, con afiladas guitarras y temática de desamparo, las nuevas canciones ofrecen una celebración melancólica y cálida del amor y la supervivencia con arreglos que recuerdan al pop mayúsculo del sonido Brill Building (Gotta get the feeling, Someday), a Roy Orbison (The brokenhearted), al Elvis Presley de finales de los sesenta (Fire, It's a shame) o al soul de Smokey Robinson (City of night). Forman parte de la cosecha más brillante y romántica del músico. Durante años, sus seguidores más fanáticos han alimentado la leyenda escuchando grabaciones piratas cuyo sonido dejaba mucho que desear, pero, siguiendo el ejemplo de Bob Dylan y Neil Young, Springsteen ha decidido que la clandestinidad sea cosa del pasado.
Y lo ha decidido a lo grande porque la caja viene con ingente material, como un documental sobre el proceso de creación del álbum, donde se ven imágenes del cantante ganándose el apodo del boss (jefe) cuando, desesperado por alcanzar un clímax sonoro, manda callar a todos en el estudio de grabación. También se recogen dos DVD de actuaciones en directo: una de diciembre de 2009 con la banda tocando íntegramente Darkness en Asbury Park (Nueva Jersey), y otra de 1978 en Houston (Tejas), en uno de los mejores conciertos de una gira que inauguró la conocida iglesia invisible del músico, más vigente que nunca en nuestros días, formada por personas de toda edad y condición que recorrían largas distancias para verle. Y lo hacían con la promesa de presenciar tres horas de incendiario repertorio, con la promesa de gozar, a fin de cuentas, con un Springsteen de leyenda.
Análisis de Diego A. Manrique: 'Y se hizo adulto'
Sabemos que 1976 y 1977 fueron años inciertos para Bruce Springsteen. Había paladeado los efectos ambiguos del hype -el montaje promocional que le permitió ocupar las portadas de Time y Newsweek la misma semana- y temía que su carrera se le descontrolaba. Al poco, rompió con su manager, poniendo su destino en las manos de Jon Landau, periodista musical reciclado en productor.
Y entró en el limbo. Su airado representante, Mike Appel, le llevó a juicio y le impidió grabar hasta bien entrado el año 1977. El conflicto está detallado en Down thunder road, de Marc Elliot y el propio Appel, libro de texto para todos los abogados que litigan en la industria musical. De resultas, Bruce perdió el impulso que le había llevado hasta el arrebatado Born to run (1975). Continuó tocando -urgía pagar las facturas, había que mantener la llama- pero las canciones se acumularon, mientras meditaba sobre su siguiente paso.
Cuando se publicó Darkness on the edge of town (junio de 1978), el péndulo social había oscilado hacia la concupiscencia de la disco music. Daba igual: Bruce parecía haber desarrollado una fobia hacia el éxito fácil. Para desesperación de su discográfica, pasó el material más comercial a otros artistas. Darkness... no generó pelotazos pero en las radios sonaba el Because the night, de Patti Smith, o el Fire, de las Pointer Sisters.
Consiguió enfriar el motor a la vez que subía el listón: invitó al núcleo duro de los oyentes a que aceptara un cancionero más dubitativo. En directo, continuó escenificando los rituales de la pandilla, los chicos de New Jersey contra el resto del mundo; en los nuevos surcos, el protagonista tendía a encontrarse solo, zarandeado por las circunstancias o por sus decisiones. Quedaban los coches como símbolo de una libertad ahora limitada por las responsabilidades del trabajo y la pareja.
Se acabó la fiesta de la adolescencia prolongada. Como decía en The promised land: "no soy un chico, soy un hombre." Un homo politicus, además: en 1979 se posicionaba contra la energía nuclear participando en un concierto en el Madison Square Garden neoyorquino. Todavía no dominaba los códigos de los adultos: esa noche, exigió a la organización que vetara a la fotógrafa Lynn Goldsmith, antigua novia. Y lo consiguió: era la estrella del cartel.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.