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Me olvidé la memoria en algún sitio

Autorretrato de cómo los dramaturgos latinoamericanos han reflejado en sus obras la historia e idiosincrasia de su continente

Cuando hablamos de historia, ¿de qué historia hablamos? Hay un teatro latinoamericano que recrea, cuestiona y reinterpreta los hitos nacionales y otro que da cuenta de la intrahistoria de los pueblos: la vida nueva de los inmigrados europeos, el desarraigo de quienes abandonan el campo por las ciudades, el desencuentro entre las culturas indígenas y foráneas...

Piedra angular de la dramaturgia que mira atrás con perspectiva crítica, la trilogía antihistórica de Rodolfo Usigli sostiene con fundamento una versión contraria a la entonces oficial de tres hechos fundamentales de la historia de México: la coronación de Maximiliano I y la subordinación de la política nacional a intereses europeos (en Corona de sombra, 1943), el fin del tlatoani Cuauhtémoc (Corona de fuego) y las apariciones marianas de Guadalupe (Corona de luz).

Que el conocimiento cabal de los hechos abre la esperanza de un futuro donde las raíces indígenas y occidentales se entrecrucen armoniosamente es la tesis que respira Digo que norte sur corre la tierra, espléndido drama épico trufado de un humor restallante donde Sergio Arrau presenta la lucha entre Pedro de Valdivia y el toqui mapuche Lautaro como piedra angular de la construcción de la nacionalidad chilena. Con una libertad escénica fascinante, Arrau embarca a sus personajes en una torrentera teatral y los lleva de la batalla de Andalién a la de Tucapel y del Arauco al Perú, citando en el camino textos de Alonso de Ercilla que sus personajes se encargan de contradecir irónicamente y echando mano también del Canto general de Neruda, de las Cartas de Valdivia al emperador Carlos V y de letras folklóricas recopiladas por Oreste Plath. Ese momento histórico es un filón: muestra de ello es Pedro de Valdivia, la gesta inconclusa, espectáculo musical con instrumentos tradicionales programado estos días en el 25 Festival Iberoamericano de Cádiz, la XXI Muestra de Teatro Latinoamericano Universidad de León, el X Festival de Teatro Iberoamericano Contemporáneo de Almagro y en II ciclo La Americana del Teatro Pradillo de Madrid.

Hay una épica del enfrentamiento entre capitanes españoles y jefes nativos y una épica de la independencia (valgan como ejemplos La Santa Juana de América, de Andrés Lizarraga; la trilogía sobre Bolivar, Sucre y Francisco de Miranda escenificada por el grupo venezolano Rajatabla y las obras de Osvaldo Dragún y David Viñas sobre Túpac Amaru), pero hay también una búsqueda de la otra cara de la moneda, del ejemplo posible y del intento político que de fructificar hubiera tatuado delicadamente la piel de la historia americana en lugar de marcarla a fuego. En El carnaval de la muerte alegre, de Carlos José Reyes, un grupo de actores, con la complicidad de La Muerte, reviven a Núñez de Balboa para mostrar que su gobierno interino del Darién propició una sociedad mejor que la impuesta por el gobernador designado por el rey de España. Y en El guerrero en paz, Fernando Debesa glosa la figura del misionero jesuita Luis de Valdivia, cuya posición política equidistante entre los intereses de colonizadores e indígenas, asumida por Felipe III, fue abruptamente rectificada por Felipe IV.

La historia reciente, con heridas aún abiertas, se aborda con otro tiento, elípticamente. La muerte y la doncella, de Ariel Dorfman, y El señor Galíndez, de Eduardo Pavlovsky, muestran la descarnada topografía de las torturas, de sus secuelas y de la relación entre víctimas y verdugos en las dictaduras militares del Cono Sur. Potestad, de Pavlovsky, disecciona el rapto y entrega en adopción ilegal de hijos de padres opositores argentinos asesinados durante ese periodo: la Muestra Teatro x la Identidad lleva diez ediciones colaborando en la búsqueda de aquellos chicos, hoy adultos. Del choque que experimentaron los primeros exiliados bonaerenses a su regreso en viaje de visita habla con humor elocuente la exitosa Made in Lanas, de Nelly Fernández Tiscornia. En Hija, Moro Anghileri cuenta en primera persona como hubo de forjar su identidad en ausencia de su padre asesinado.

Al norte también cuecen habas: los experimentos letales que científicos estadounidenses hicieron en los años cincuenta con un grupo de mujeres puertorriqueñas para testar los efectos negativos de la píldora anticonceptiva son el motor de Miénteme más. Basada en un hecho real, Lacandonia, de Guillermo Schmidhuber, analiza la disgregación que provoca en una familia lacandona de Chiapas una antropóloga extranjera cargada de buenas intenciones.

Pero hablemos de ese teatro que revela con bromuro de plata la idiosincrasia de un pueblo, o que lo muestra en una encrucijada. Contigo pan y cebolla, de Héctor Quintero, es un retrato cómico costumbrista de la sociedad cubana y también la crónica de cómo una generación educada en el antiguo régimen intentó adaptarse al socialismo. La gringa, de Florencio Sánchez, da cuenta del impacto de la inmigración europea sobre la vida tradicional en el campo uruguayo a principios del siglo pasado, mientras que Hatun Yachaywasi , de G. Juan Vilca, es la crónica melancólica del despoblamiento agrario en el Perú de fin de siglo y de la disolución del alucinante imaginario telúrico quechua andino. Dirigido por Antunes Filho, Macunaíma, quizá el mayor éxito internacional del teatro iberoamericano de las tres últimas décadas, embarcó a miríadas de espectadores en el viaje simbólico de su desnudo protagonista desde la Amazonía virgen, donde es sensual animal entre animales y rama inocente entre las ramas, hasta la ciudad de Sao Paulo donde sin dinero no es nadie. Nadie somos sin memoria

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