El mar que nunca volverá
Isabel Coixet presenta un documental sobre la desertización del mar Aral
Dejó el lujo y el confort de la Croisette en Cannes (Francia) para adentrarse directamente, con un equipo de solo tres personas, en una tienda de campaña en el desierto, sin agua corriente, duchándose una vez por semana y teniendo que echar mano de unas letrinas. Así durante un mes. El objetivo lo merecía. "La vida del cineasta es así", aseguraba esta mañana Isabel Coixet, la realizadora catalana que ha presentado en la sección Zabaltegi el documental Aral, el mar perdido, sobre la desertización de este inmenso trozo de agua que ha desaparecido en apenas 50 años y que ha provocado unas consecuencias trágicas en la población. "Nunca, el mar nunca volverá", admite apesadumbrada la directora de Mapa de los sonidos de Tokio. El documental, narrado por sir Ben Kingsley y con música de Tim Robbins, está producido por la Fundación We Are Water, cuyo objetivo es sensibilizar a la población en la nueva cultura del agua y movilizar fondos para proyectos concretos en el mundo entero. El mar de Aral era hace apenas 50 años el cuarto lago más grande del mundo, con 66.000 kilómetros cuadrados. Hoy es un inmenso desierto con esqueletos de barcos varados en su arena.
"Yo recuerdo los mapas del colegio con esas manchas en azul que representaba el agua. El mar de Aral tenía para mí una sonoridad especial, había algo en esa mancha que me fascinaba. Recuerdo haber leído hace unos quince años en la revista Time un artículo que hablaba sobre la desertización del mar que se ilustraba con el gráfico en el que se veía el mar de hace 50 años y el de entonces. Me impresionó tanto que empecé a investigar. Lo que yo en su momento atribuí al cambio climático, ves que no era verdad. Ya en 1965, las autoridades soviéticas decían que el mar de Aral debía morir como un soldado en la batalla", explica Coixet, con un vaso de agua en las manos.
El mar de Aral se desertizó voluntariamente cambiando el curso del caudal de los dos ríos que le alimentaban con la intención de regar grandes extensiones de cultivo de algodón. Nunca se midió el alcance que iba a tener y por ello hay todo un ecosistema que ha desaparecido. Había vida, peces, pájaros, barcos que surcaban el mar, laboratorios, potentes empresas conserveras. Hoy, el algodón ya no lo quiere nadie y la zona está devastada. Las consecuencias que ha tenido a nivel económico y sanitario son trágicas. Las malformaciones, el cáncer linfático y las radiaciones son algo normal en la zona. El mar se secó a una velocidad de vértigo. Tal y como narra uno de los participantes en la película, el agua se iba alejando cada día un metro. Así durante muchos años.
"Yo pongo el ejemplo de que es como si desapareciera el mar entre Barcelona y Mallorca", explica la realizadora, que se encontró con dificultades por parte de las autoridades para rodar todo aquel horror. "Esto es lo que ha pasado allí. Es la sensación de una desolación sin retorno. Yo cuando estuve en el campo de refugiados de Chad comprobé el horror pero también que era posible salir. Pero allí no hay nada, hay gente que vaga por las calles con niños que nunca han visto el mar, que cuando los padres les hablan del mar piensan que están locos".
Práctica como nadie, Coixet aceptó el encargo de la Fundación We are water porque, dice, que independientemente de la sensibilización y la concienciación teórica inherente a todos estos proyectos, la institución tiene un objetivo claro de proyectos bien concretos y claros. "Todo el mundo quiere salvar el mundo, pero nadie quiere bajar la basura, pues hay que bajar la basura y realizar cosas muy concretas a través de organizaciones profesionales. El documental creo que plantea un problema irresoluble, pero para mí la cara buena es que está ligado a un buen propósito concreto". Todos los beneficios del documental irán a parar a la fundación.
Esta noche, en un local de San Sebastián, José Mercé actuará a beneficio de la fundación e Isabel Coixet ejercerá de pincha discos.
Babelia
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