El largo adiós a las palabras escritas a mano
Las cartas manuscritas se han convertido en rarezas y los calígrafos van despareciendo.- La resistencia de la escritura manual al asedio digital agoniza
Todas las cartas de amor son ridículas / no serían cartas de amor si no fueran ridículas, escribía el poeta portugués Fernando Pessoa, bajo el heterónimo de Álvaro de Campos. También él, en su tiempo, escribió cartas de amor, confesaba en el mismo poema. Como las demás, ridículas. Corría el año 1935 y nada dejaba presagiar que un día el mundo se libraría de esa manera de comunicar tan extravagante. El mundo ha dejado de ser ridículo y los mensajes de amor se envían por sms o por correo electrónico. "Los jóvenes expresan sus emociones a través de los móviles o de las redes sociales, les trasladan a un espacio público, lo que resulta curioso, porque se ha perdido la privacidad, un tiempo fundamental en las relaciones de amor, de amistad o con los familiares", explica Antonio Aguilar, profesor de Historia de la Comunicación Social de la Universidad Autónoma de Barcelona.
"Somos los guardianes de la memoria del oficio de escribir", dice un pendolista
Un programa en Internet permite escribir en pantalla con la propia grafía, pero una vez grabadas las letras pierden su carga emocional
Aguilar trabaja además en el departamento de Comunicación de Correos de Barcelona, así que su testimonio también es útil para analizar el declive de las cartas desde un punto de vista cuantitativo: "Contrariamente a lo que se piensa, no ha sido la llegada de Internet lo que ha debilitado las misivas. El comienzo de su fin ocurrió durante los años 60 y 70, con la difusión del teléfono en las clases populares". Los datos de Correos no permiten cuantificar las dimensiones de la bajada, porque las estadísticas no distinguen las cartas personales de aquellas enviadas por los bancos o las compañías telefónicas. En 2009, por ejemplo, la correspondencia disminuyó el 9,6%, pero ese dato depende de la crisis -que llevó a las empresas que envían publicidad a buscar otras alternativas de comunicación- y por la difusión de trámites burocráticos que ahora es posible efectuar on-line. "Las cartas personales ya desde hace mucho tienen un papel secundario en las dimensiones del flujo postal, y esto más que los datos pueden confirmártelo los carteros de a pie, que cada vez más solo meten en los buzones cartas de empresas o notariales", dice Aguilar.
Maria de los Ángeles, jefe adjunto de una de las oficinas del centro de Madrid, respalda este análisis: "Los únicos que aún esperan cartas son las personas mayores, que están allí, al acecho de los carteros, esperando la respuesta de un amigo o de una prima lejana. Pero los jóvenes ya lo han dejado. En los periodos vacacionales hay un aumento notable de postales, aún hoy, y es el momento en que los chavales vuelven a acercarse a la correspondencia escrita". "En la Universidad hicimos algunas encuestas con los alumnos y los de hoy no han utilizado jamás la carta como medio de comunicación. En las entrevistas que los mismos estudiantes hicieron a sus abuelos, sin embargo, la carta tiene un papel fundamental", apunta Aguilar.
El pueblo de Calamocha (Teruel) es uno de los más fríos de España. No se sabe si para contrarrestar las inclemencias meteorológicas, pero su Ayuntamiento desde hace 16 años organiza un concurso de literatura epistolar amorosa. Los mejores años recibían hasta 200 trabajos. Después de una considerable bajada, las últimas dos ediciones han recogido unas 130 obras. "El participante típico tiene de 40 años en adelante, y hay un porcentaje mayor de mujeres y de amas de casa. No obstante, en los últimos dos años los jóvenes han subido", comentan en el departamento de Cultura del Ayuntamiento. Los trabajos se presentan en formato digital, lo que permite controlar los límites de caracteres impuestos, pero cada año se cuelan algunos trabajos escritos a mano. Cada vez menos, en realidad. En la edición de 2010, solo una carta proveniente de Argentina era fruto de una pluma. No ha entrado entre los ganadores.
Para los enfermos de nostalgia como el concursante sudamericano, ha nacido un programa gratuito (aunque sí, patrocinado por una famosa marca de bolígrafos) que permite escribir en cursiva, utilizando la propia grafía, con el teclado del portatil. Hay que apuntarse al sitio, PilotHandwriting, imprimir una hoja en la que escribir las letras del alfabeto y fotografiarla con la webcam. El programa trasladará los trazos en pantallas y permitirá aportar algunas modificaciones a las volutas y los garabatos. Desde ese momento, es suficiente con guardar con un nombre el tipo de letra que se hará sitio entre Times New Roman, Arial y Gautami y empezar a escribir. Las letras saldrán idénticas a las que se escribieron a mano, aunque no sujetas a los estados de ánimo del momento. "Lo que se pierde es todo lo que estaba antes y después el ritual de escribir una carta. Sentarse, elegir la clase de papel, la emoción que sentía quien la recibía al tenerla entre las manos aún cerrada y saber de quien era solo mirando las formas de las letras que indicaban el destinatario", opina el profesor Aguilar.
Para un programa que reproduzca lágrimas, suspiros y desazones intestinales, aún falta tiempo.
En el principio fue la mano
Como si de aprender un baile se tratara, es el ritmo lo que está detrás del arte de escribir a mano. El movimiento ascendente produce un trazo fino, delicado, mientras el descendiente un rasgo fuerte. Así explica la actitud necesaria para acercarse a la hoja en blanco Javier García del Olmo, uno de los últimos pendolistas de Madrid: "Aquí me siento bastante solo, en Barcelona hay más. Allí hay un gran calígrafo, Ricardo Rousselot, que tiene ocho alumnos a los que ha trasmitido el oficio". Del Olmo vive con la tinta desde los 14 años, cuando empezó a trabajar en una imprenta. Desde entonces ha cultivado una pasión por todo lo que significa escritura. En su casa tiene 50.000 piezas relacionadas con el arte de escribir a mano: tintas y tinteros, plumillas, sacapuntas, plumas enredadas en hilos de seda, cobre o plata. El proyecto es el de convertir todo este material en un museo. Del Olmo tiene un estudio de diseño gráfico; con los trabajos que le mandan como pendolista ya no podría vivir: "Hubo un tiempo en el que nos pagaban bien. Por un logotipo elaborado me daban un millón de pesetas y nadie se asombraba. Hoy pido 600 euros y parece que estoy cobrando una locura".
Ahora son muy pocos los que acuden a un calígrafo profesional. Algún trabajo del Ayuntamiento de Madrid, libros de protocolo del Tribunal Supremo, algunos diplomas y nada más: "Es un trabajo que va a desaparecer, pero como en todas las cosas que se desvanecen, quedan especialistas que acaban siendo los guardianes de la memoria del oficio". Del Olmo enseña algunos libros notariales de final del siglo XIX. Números de cuentas y voces comerciales escritos en bella grafía. En estos registros de argumentos grises, la personalidad del notario se expresaba en un adorno bonito o en una voluta más amplia en la letra que abría la página. Hoy, al revés, también frente al texto más emocional, cuando una persona se predispone a escribir a alguien a quien ama, a un amigo que no ve desde hace años, lo que sale del teclado son letras estandarizadas, que mortifican los afanes expresivos. "Es como si ese al que los latinos llamaban el ductus, este canal que del cerebro llega a las manos, se hubiera atrofiado", zanja Del Olmo.
Un librero que trabaja en una tienda de libros antiguos en Madrid fue pendolista hace 60 años: "Fue mi primer trabajo, me acuerdo que preparaba los diplomas para las primeras comuniones de mis compañeros de instituto. Tenía poco más de 10 años y por cada pieza me daban 50 céntimos de peseta o una peseta, esto no lo recuerdo muy bien. Eran otros tiempos, la caligrafía era una asignatura enseñada en las escuelas".
La caligrafía desapareció de los colegios en los años setenta, las cartas en el buzón son una rareza entre propagandas y quienes trasmitían el arte de la bella escritura se han reducido a un crepuscular puñado de supervivientes. Pessoa ya no escribiría aquel poema. Tampoco el verso en el que decía: Pero, al fin y al cabo, solo las criaturas que nunca escribieron cartas de amor, sí que son ridículas.
Babelia
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