Carlos Ann, alma de taberna
El artista explica cómo se ha gestado su nuevo disco, 'El Tigre del Congrés'
Todo comenzó en un concierto de Chavela Vargas. El cantante y compositor Carlos Ann cuenta que el guitarrista que la acompañaba sobre el escenario, Juan Carlos Allende, estaba llorando. "Salté hasta él, como un hooligan. Le propuse al oído colaborar conmigo. Él me decía: ¡Tú de aquí no te vas, loco!". El resultado es El tigre del Congrés, 13 temas que buscan el sabor a cantina mexicana, ese dolor que se macera mientras el camarero llena el penúltimo vaso.
"En aquel país puedes ver a dos hombres llorando de verdad en un bar, tal vez por una mujer... y es normal, nadie les dice nada. Tienen incluso licores especiales para quitar las penas". Explica este artista catalán, que ha tenido proyectos en común con Bunbury o Morti (Bushido ) y Mariona Aupí, (Santa N ), entre otros. Las canciones hablan de ese ambiente que Ann admite conocer, aunque ya no lo frecuente. "Cada vez me gusta más vivir de día", descarta con una mano. Lo que le atrae de esa cultura no es la barra del bar, sino la pasión que se pone en todo. "Allí, en México, la gente es mucho más pasional. La música, por ejemplo, para ellos es un ritual. Aquí, vamos a los conciertos y somos como escáneres".
Si algo ha definido su carrera, es un afán constante por reinventarse y hacer cosas distintas. Hoy, con una de esas chaquetas de maestro de ceremonias circense, sólo se quita las gafas de sol por un momento, al presentarse. Después se vuelve a recostar en el sofá y explica que el disco se ha grabado en un estudio antiguo, de los de antes. "Nada de equipos digitales, todo analógico. No podría haber grabado este disco aquí". Las canciones son sosegadas, las líneas dulzonas de la guitarra de Allende se contraponen a la afligida voz de Ann. "No es un disco para oír en el coche. Es para escuchar como se hacía antes, de forma tranquila. Ahora, escuchamos un momento una canción, juzgamos y ya queremos oír la siguiente".
El camino de Carlos Ann
Podría parecer que se trata de un nostálgico: nada de eso. En 1997, ya coqueteaba con la electrónica. "Todavía no existía la etiqueta pop electrónico. No descarto volver a eso, aunque no se ha evolucionado mucho en ese campo. Lo más curioso es que muchos de los que me criticaron por aquello están haciendo lo mismo ahora".
A sus fans le intrigan sus letras, esa espiritualidad que impregna sus textos su música y hasta sus portadas. "Eso es así porque lo busco. Me he interesado mucho por las religiones. Tengo ciertos hábitos, por ejemplo: todos los días miro el sol. La gente ya no mira al cielo. Pero si lo piensas un momento, ves que hay que agradecer al sol, de ahí viene toda la vida". Esa intensidad con la que Ann habla, piensa y siente se aplica también a su trabajo. Asegura que a veces compone a impulsos. "la mitad del disco está compuesto en horas. Me llega la idea, lo veo claro... y lo hago. Me llego a retorcer en el suelo, de dolor", explica, sonriendo. ¿Podría alguien como él trabajar en otra cosa que no estuviera vinculada a la música algo artístico?, "De no poder ser quien soy, sería... el presidente de mi club de fans", dice con un guiño. En la búsqueda de lo trascendental, del sentimiento a quemarropa y las nuevas experiencias, parece que Carlos Ann también se permite un poco de humor.
Babelia
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