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La degustación de un baile sensual

"Cómeme". Compañía Trans/Garden; Coreografía: Mey-Ling Bisogno; luces: Paloma Parra; música: Martín Ghersa; Teatro Pradillo. Hasta el día 25.

El planteamiento de "Cómeme" remite a varias referencias estéticas, que luego se van manifestando como epidérmicas, sin calado en el meollo de los materiales coreográficos. Así están los cuadros que recrean a los del cineasta Peter Greenaway; al ballet "Arcinboldo" de Jiri Kylian y siempre en formato de cámara, a la frialdad atmosférica de un sector la nueva danza francesa. Pero por encima, o dentro, de todo el andamiaje de tono surrealista y sugerente, de fuerte impronta sexual y chispazos explícitos de desboque erótico, está la voluntad de la coreógrafa de dar continuidad a la trama danzada, lo que está conseguido parcialmente.

Tres mujeres se devoran en un ritual gastronómico que quiere tener tintes humorísticos que no calan ni llegan al público, tomando mayor peso la parte dura o seria. Sí se hace evidente ese "crescendo" de tensión, dentro de una escenografía limpia, útil y muy justificada en que domina el blanco y los elementos "hight-tech". Lo mismo que el vestuario colorista y sacado de la ropa civil y las luces, de fuerte cromatismo intentando acentuar cierto tenebrismo. Pero ¿dónde está la razón medular de esta obra? Probablemente en el señuelo del programa de mano en el que se promete la intervención de un bailarín que por fin no aparece. Es como si las tres mujeres se prepararan y lucharan por él y para él, conformándose finalmente con lo que son capaces de ofrecerse entre ellas mutuamente; ¿ritual de desacralización? ¿conjuro del macho? ¿metáfora de la castración? Todas estas posibilidades se dan cita en lectura abierta. La masa de harina, el gran cuchillo, las fresas rezumantes, la manzana pendiendo de un hilo sobre sus cabezas: son símbolos, algunos más evidentes que otros, reuniéndose y perdiéndose en meandros oscuros, en líneas difusas, como tan difuso es el baile mismo.

Se hecha en falta un cierto terminado en lo estrictamente técnico. La tendencia a dotar de naturalismo, a través de la relajación formal más que de descomposición de las evoluciones de danza, perjudica el dibujo. Baile es dibujo, aún en su negación más explícita (que es este caso). Las bailarinas lucen concentración y energía, pero falta la coherencia que permite determinar que un trabajo de taller asume categoría coréutica real

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