Yaron Shani: "Quiero que la gente salga aturdida por mi filme"
El codirector de la finalista al Oscar 'Ajami' habla sobre la vida diaria en un violento Israel
En los últimos tres años, en el quinteto finalista al Oscar a la mejor película de habla no inglesa ha habido tres filmes israelíes. En 2008, Beaufort ; en 2009, Vals con Bashir ; en 2010, Ajami . Una de dos: o ellos lo están haciendo muy bien, o el resto lo está haciendo fatal. Va a ser lo primero, porque para los pocos filmes que se ruedan cada temporada en Israel, su calidad impresiona. Si Vals con Bashir, de Ari Folman, dejó a medio mundo con la boca abierta (el otro medio estaba viendo El caballero oscuro), Ajami confirma la sensación de que una pléyade de cineastas de ese país tiene muchas cosas que contar... sobre la violencia. Porque este trío de filmes comparte una visión descarnada de la violencia: no hay concesiones en las calles en Israel, luego tampoco las hay en la pantalla.
Ajami es uno de los barrios de Jaffa, el viejo puerto que cierra por el Sur la expansión de Tel Aviv. Allí malconviven musulmanes y judíos, árabes y cristianos, palestinos ilegales y palestinos israelíes, beduinos... "Aunque el choque entre las dos religiones es constante en nuestro país, Jaffa es única: un gueto árabe en mitad del centro judío de Israel, un barrio que empieza a tener más y más judíos atraídos por los aún bajos precios de los pisos, y que viven rodeados de palestinos". Habla Yaron Shani, judío, 37 años, uno de los dos codirectores del filme, que este semana ha visitado España. El otro es Scandar Copti, árabe de etnia, cristiano de religión, y nativo de Ajami. Juntos han creado un puzzle cinematográfico, una película con evidentes referencias a Pulp fiction y a Guillermo Arriaga, una visión a priori caótica del día a día de una zona infectada de delincuencia. El espectador empezará a encajar las piezas según avanza el metraje, hasta que pueda ver de manera omnisciente el destino de casi todos los personajes. Durante siete años Shani, que dirigía el festival internacional de estudiantes de cine de Tel Aviv, y Copti, que hizo un corto en formato falso documental sobre su barrio para el certamen, han edificado una valiente obra que aclara mucho sobre lo que supone vivir hoy en Israel.
Pregunta. En tres años, tres apariciones en los Oscar. ¿Qué secreto cinematográfico esconden en Israel?
Respuesta. Hay una razón para todo... pero yo no la conozco. Podría pretender saber porqué, pero de verdad, ni idea.
P. Las tres se centran en la violencia. ¿Así es Israel?
R. Si te fijas en las cinco películas este año a los Oscar -La cinta blanca, Un profeta, El secreto de sus ojos, La teta asustada y nosotros-, verás que la violencia es un material estupendo para hacer películas. En Ajami es fundamental porque queremos que el público choque contra las horribles consecuencias que produce la violencia. No es una violencia para entretener, es una violencia para horrorizar. Nos importa que la gente salga de la sala no asombrada por lo que acaba de ver, sino dolida, aturdida, conmovida por esa violencia. Esa era nuestra única intención y no llenar los cines o ser candidatos a un premio. Mostramos problemas reales. Escribimos un guión que por supuesto sorprendiera y motivara a los espectadores, pero detrás de eso hay una discusión sobre la vida, sobre lo que afrontamos cada día, que no nos puede dejar indiferentes. Si sales de una sala sin más, a eso le llaman de cine de entretenimiento. Nosotros queríamos más, queríamos afectar al público. Y si logramos provocar algún cambio, mejor.
P. Ari Folman, responsable de Vals con Bashir, decía que quería que los israelíes fueran conscientes de la violencia en la que vivían, que no siguieran como con orejeras rehuyendo la visión. ¿Ajami nace con ese sentimiento?
R. Por supuesto, pero es muy difícil cambiar eso, porque es un comportamiento humano. Ahora mismo estamos sentados en unos sillones de cuero, luego han sido la piel de un animal, con familia, sentimientos, miedos... Y sentados aquí no pensamos en eso. Si yo lo dijera a gritos, la gente se enfadaría, porque nadie quiere oírlo. Todos queremos comer bien, pero no reflexionamos sobre cómo ha llegado hasta nuestra mesa la comida, ¿verdad? Es la naturaleza humana. El mérito está en hacer pensar sobre algo de lo que no queremos reflexionar, en sacar a la luz emociones que reprimimos. Probablemente porque la represión forma parte de la psicología humana y es muy necesaria para sobrevivir.
P. Han usado gente de la calle y no actores profesionales para el filme. ¿Tal vez porque reaccionaban con mayor verosimilitud?
R. Sí, pero no sólo por eso. Es que trabajamos con un método único. Rodamos en orden cronológico, porque queríamos que los actores no actuaran, sino que vivieran la experiencia realmente. Cuando alguien llora, llora porque le sale a él. Cuando alguien discute con otro personaje, es porque reacciona enfadado ante la violencia. Si necesitas un policía, lo mejor es contratar a uno porque a sus espaldas ya lleva su propia historia y ante las cámaras se comportará como lo que es: un policía; si le echas en mitad de una acción violencia, reaccionará como siempre lo ha hecho. Y lo mismo vale para el resto de los personajes. Sólo debes contratar a la gente adecuada y ponerles en la situación adecuada con las cámara encendidas.
P. Y cuando cortaban, ¿sus actores seguían dentro de los personajes o desconectaban?
R. Es complejo. Por un lado, cuando cortas todo se acaba pero los sentimientos siguen ahí. Por otro, se acababa y muchos se abrazaban o charlaban. Dependía de la habilidad de cada uno por conectar y desconectar. Fue un proceso muy largo, en el que la gente se fue cada vez más identificando con su papel, y moldeándolo con su propio carácter. Así era muy difícil dejarlo de lado.
P. Ese estilo Arriaga o González Iñárritu, ¿estaba ya desde el guión?
R. Hemos dedicado siete años a este proyecto. Escribimos el primer boceto en 1998. Así que fue Pulp fiction la principal influencia. Todos los filmes que veas que rompen la línea temporal vienen de ahí, o siguen una línea posmoderna. Nos podríamos remontar hasta Ciudadano Kane. Nuestra novedad es que añadimos un fuerte punto de vista moral. Y jugamos con que cada personaje sólo entienda su parte, sea coherente con su experiencia, y se sorprenda en sus cruces con otros. Porque así es la vida.
P. Supongo que acabarían exhaustos tras esos siete años.
R. Fue muy duro, porque nos hemos metido en muchos jaleos, hemos abierto muchos caminos, y por supuesto esto nos asustaba a nosotros, a los actores... ¡y a los productores! (ríe).
P. ¿Hay más barrios como Ajami en Israel?
R. No, es una burbuja árabe, un gueto cultural en medio de la mayor población judía de Israel. Muchos de sus vecinos no salen a Tel Aviv, y los habitantes de Tel Aviv no saben lo que pasa en este vecindario. Es la primera vez que se muestra en la gran pantalla.
P. ¿Hay solución para Israel?
R. Ahora mismo parece que vivimos una situación desesperada. Hoy en día, siendo realista, parece imposible encontrar una solución que funcione. Pero a la vez creo en el ser humano, he visto a judíos y musulmanes cambiar de opinión cuando conocían a sus "enemigos". Soy optimista, porque si no lo fuera... ¿qué haría aquí?
P. ¿Por qué aplaudió tanto cuando no ganaron el Oscar?
R. Porque es nuestra primera película, y si hubiéramos ganado, nuestro ego hubiera destrozado nuestras carreras. No nos preparamos discurso, y sólo me puse nervioso cuando Scandar me señaló una cámara que nos enfocaba justo cuando abrían el sobre y dijo: 'Uy, es nuestro'. Aplaudí de alivio. Además, todos sabíamos que se lo llevaba Campanella.
P. Menos él. Campanella apostaba por Haneke.
R. Yo creo que sí lo sabía. El secreto del corazón era el filme más clásico, que emana calor para el corazón, el menos violento y oscuro y con más, llamémosle, material de Oscar. Y de verdad que soy feliz porque él se lo llevara. Ha sido una experiencia maravillosa, y grité aliviado con nuestra derrota.
Babelia
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