"La crisis actual es por la falta del sentimiento de culpa"
El chileno Rafael Gumucio disecciona la catadura moral de su país y del mundo en la novela 'La deuda'
Tras 22 años de llevarla, el protagonista decide esa mañana quitarse la barba; el libro arranca casi así, pero no parece un acto importante porque enseguida la novela se centra en la estafa que sufre ese personaje, supuesto cineasta de pro, por parte de su ¿fiel? contable y las consecuencias. Ni esa anécdota, ni los capítulos muy cortos, ni los diálogos, frecuentes y muy coloquiales, ni una fraseología más bien sucinta hacen prever que La deuda (Mondadori) pueda deparar una intensa vivisección de la sociedad actual. Pero nada es lo que aparenta en las obras del escritor chileno Rafael Gumucio (Santiago de Chile, 1970), porque ahí donde aquél se quita la barba la cosa adquiere tintes pirandellianos: el personaje pierde su máscara y se desencadenan los hechos, que girarán sobre aquello que hoy mueve el mundo, según el escritor: la culpa y el resentimiento.
Gumucio dirige el Instituto de Estudios Humorísticos de la Universidad Diego Portales de Chile pero, si bien el libro fluye y permite alguna sonrisa, en realidad no hay carcajada posible en sus 352 páginas. No hay un solo personaje que, de alguna manera, no fracase o sea desgraciado. "Mi pesimismo es tan profundo que los personajes de esta obra hasta casi me parecen felices; los seres humanos fracasan, no saben qué quieren ni qué son la mayoría de las veces, y a mi ese tipo de gente me interesa; me gusta saber cómo les ronda la cabeza, pero más la del corrupto que la de la víctima; la del estafado que no la del estafador, aunque los otros sean más literarios; sí, la verdad es que todos mis libros son cruelísimos con los personajes".
También llama la atención que, casi ridículamente, se sientan culpables por cosas a las que son ajenas y que, encima, les perjudican. "Con el fin del comunismo y de la iglesia la culpa se ha acabado en nuestra sociedad y esa especie de ranking de culpa que imponían era, de algún modo, ordenador de la sociedad; buena parte de la crisis actual, sobre todo la económica, es por la falta de ese sentimiento de culpa: se hizo creer que las deudas no eran tales por lo complejo del entramado bancario y las cifras manejadas... procesos parecidos se han extendido en lo moral y en lo político; pero la culpa volverá". Y cita A sangre fría, de Truman Capote, o El adversario, de Emmanuel Carrière, como obras que indagan en la trastienda de personajes despiadados y donde se llega a génesis tan extrañas como simples.
Hablar de la culpa lleva del brazo el resentimiento, que marca al personaje desencadenante de la trama de la obra. "La idea base del resentimiento es que todo lo que uno no puede hacer es por culpa de alguien; uno de los personajes actúa así con el protagonista pero es que el resentimiento es hoy algo muy cotidiano, es el motor de la política mundial, desde Chávez a Berlusconi, y no por cuestiones ideológicas sino también por heridas personales". Cómo no, Barack Obama puede cambiar el escenario: "Él carece de resentimiento, porque como buen conocedor de la comunidad afroamericana, sabe de las trampas de ese sentimiento; por eso Chávez no sabe qué hacer con él y le envía el libro Las venas abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano, el libro de la gran pasión de los resentidos, una novela de ciencia-ficción del resentimiento".
La acción de La deuda transcurre entre 1998 y 2003, pero bajo el ir y venir moral de los personajes subyace la transición de una sociedad que parece haber olvidado muy rápidamente la caída de Allende, la dictadura y la transición. "La transición chilena fue mucho más rápida e inescrupulosa de lo que parece; en 1982 se llegó a un 40% del paro, pero en 10 años fuimos un país emergente y 10 más tarde, la sociedad más neoliberal del continente, hasta el extremo de que EEUU estudió la posible importación del sistema chileno de pensiones; con el tiempo se ha visto que ese experimento de neoliberalismo salvaje ha ido fracasando país por país y dando nacimiento a líderes como Evo Morales o Chávez; Chile ha sido la excepción que confirma la regla". Como sus personajes, Gumúcio no está muy feliz con el papel de la izquierda chilena. "Es la más responsable y preparada del continente, pero si hay que medirse por lo que quería lograr, la constatación está llena de frustraciones y renuncias; se ha dado un choque como ocurrió acá en España cuando el final del felipismo; es verdad que ha sacado a millones de chilenos de la miseria, pero no ha reducido la desigualdad; justo al contrario de lo que ha hecho Cuba".
Cree Gumucio que todo estos temas "son una mina literaria que no explora la literatura suramericana, a pesar de que se pueden escribir con la misma ambición que otros". En ese sentido se ve más cercano a José Donoso ("mis personajes están cruzados por los mismos problemas de raza, clase o relaciones sociales que los suyos") y a Jorge Edwards ("por esa voluntad de unir política y literatura"). Lee a pocos coetáneos ("para no contaminarme de estilos") y considera que el mundo literario del gran Roberto Bolaño "no tiene nada que ver con el mío; disfruto con su literatura como lector, al igual que con la de García Márquez o Rulfo, pero su mundo es el de pueblos muertos que hablan con vivos por así decirlo; Bolaño y todo el influjo posmoderno cierra un ciclo iniciado con Rulfo", se aventura.
Con la facilidad de desconectar cuando desea de "las corrientes cerebrales que me llevan al humor", Gumucio alaba a tanto a Woody Allen como a Ingmar Bergman y, en las letras, a Tolstoi por "las deferencias que tiene con los lectores: pudiendo ser altamente metafórico, de estructuras complejas y altas reflexiones filosóficas, deja ex profeso todo eso, apuesta y se convierte en desagradable en lo más duro, porque va hasta el fondo de sí mismo: lea La muerte de Ivan Ilich". Ahora, está con Leonardo Sciascia, "un escritor moral, como yo quisiera ser".
Babelia
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