Rafael Conte, el lector feliz
Murió el crítico que marcó una época del comentario de libros en España
Afrancesado feliz, apasionado de los libros, en él era secundario su trabajo de crítico literario, uno de los más importantes del último medio siglo en España: lo que él quería ser, y lo fue, era un lector. Murió hoy, a los 73 años, en Madrid. Durante los últimos tiempos estuvo recluido en su casa, leyendo. Leer fue su felicidad, mientras la enfermedad le dejó leer.
Su época en Informaciones, cuyo suplemento literario está en la leyenda de este tipo de publicaciones en España, forma parte de lo mitología de un tiempo en el que Conte fue sin duda un abanderado de la lectura feliz, completa, de la lectura para debatir, para contar qué se ha leído y no para decir que se ha leído.
Su trabajo era un placer; de Informaciones se fue a París, a la corresponsalía del periódico que dirigía Jesús de la Serna, y que en cierto modo fue un antecedente de este diario, EL PAÍS. En París Conte fue especialmente feliz, rodeado de libertad y de libros. Leer, escribir, ese era su territorio del placer. Era un enamorado de Francia, y de Jacqueline, su mujer, y de los libros. Los libros lo eran todo en su vida, o casi todo. A veces tenía que cubrir informaciones políticas, en aquella época en que España intentaba entrar, como con cucharón, en la sociedad democrática europea. Allí estaba con gente como José-Miguel Ullán y Feliciano Fidalgo; y enviaba crónicas, claro que sí, pero con la otra mano. Con la mano de lector se afanaba en los libros como si en la vida sólo hubiera letra impresa, y ficción, ficción, Conte estaba nadando siempre entre novelas.
EL PAÍS le atrajo mientras estaba en París, cuando ya el diario estaba en funcionamiento; formó parte del consejo editorial, de las páginas de Opinión, de la sección de Cultura; fue redactor jefe y subdirector de esas secciones, y fue crítico literario, siempre; durante una época ejerció ese oficio en El Sol, después pasó a Abc, y luego volvió a EL PAÍS, donde publicó, tanto en Opinión como en Babelia, el resultado de su pesquisa intelectual como lector: veía los libros por todos los lados, y su juicio siempre tuvo que ver con su afán pedagógico por contar lo que había leído para que los demás supieran lo mismo que él.
En su época de Informaciones, a finales de los sesenta, principios de los setenta del pasado siglo, su contribución a abrir compuertas tuvo mucho que ver con el esplendor literario que distinguió a aquel tiempo, en el que coexistían aún generaciones de escritores que iban desde los que hicieron literatura en la República a los que ahora ya tienen sesenta años.
Conte fue un lector, sobre todo; le recuerdo escribiendo y tarareando; en este obituario de urgencia he notado que he escrito muchas veces la palabra feliz. Y es que él era el lector feliz. Lo contagiaba.
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