Las cartas del santo bebedor
La correspondencia de Joseph Roth, que se publica en España, es la autobiografía portátil de un escritor nómada
En lugar de casa, Joseph Roth tenía tres maletas. No guardaba ejemplares de sus libros ni copia de sus artículos, que escribió a centenares. Además, no sólo destruía las cartas que recibía sino que pedía a los destinatarios de las suyas que las destruyeran después de leerlas. Escribió cerca de 5.000 en sus 45 años de vida. Sólo se conservan 500. De ellas, 450 se recogen en el volumen Cartas (1911-1939) que publica la editorial Acantilado en traducción de Eduardo Gil Bera. La edición, por su parte, es la que dejó establecida un amigo de Roth, Hermann Kesten, que en su prólogo recuerda al autor de Fuga sin fin escribiendo cartas sin parar, "con ágil precisión y escritura microscópica, sin interrupción, como si escribiera al dictado". Lo hacía a todas horas y en cualquier parte. No le quedaba otro remedio. Cuando se vio obligado a dar una dirección de correo, el resultado fue una especie de mapa de su vida: "París: hotel Foyol; Marsella: hotel Beaurau; Viena: hotel Bristol; Ámsterdam: hotel Eden..." Y así en Salzburgo, Ostende o Zúrich.
Las 700 páginas que ocupan la correspondencia de Roth son el autorretrato portátil de un escritor nómada, su autobiografía "no premeditada", como dice Kesten, "medio desleída, transmitida por mil casualidades, dejada en blanco y sobreviviente por puro milagro". El milagro se llama Blanche Gidon, traductora de Roth al francés. Durante la ocupación alemana de París, Gidon ocultó bajo la cama de la portera de su casa todas las cartas y manuscritos que conservaba.
A París, precisamente, había llegado huyendo de los nazis el que fuera uno de los periodistas más prestigiosos de la prensa alemana de entreguerras. Había nacido en 1894 en Brody (actual Ucrania) antes de que saltara en pedazos el imperio austrohúngaro, "la única patria que he tenido", como escribió el propio Roth al profesor Otto Forst-Battaglia en una carta de 1932 que en apenas dos párrafos resumen toda su vida: "Soy el hijo de un austriaco, funcionario del ferrocarril (jubilado anticipadamente y muerto en estado de demencia), y una judía ruso-polaca", dice. Y sigue con sus estudios de germanística en Viena, su paso por el ejército como voluntario en la Primera Guerra Mundial y los seis meses que pasó en las prisiones rusas, de las que escapó para enrolarse en el Ejército Rojo. También habla allí de su primera obra, Hotel Savoy, que apareció, duda, "en 1923 ó 1924". Luego vendrían títulos como Job -una novela que disparó la popularidad de Roth cuando Marlene Dietrich la citó como su favorita-, La marcha Radetzky -su obra maestra y el gran retrato del finis austriae- y La leyenda del santo bebedor -que Ermanno Olmi llevó al cine en 1988 con Rutger Hauer en el papel protagonista, un trasunto del propio autor, cuyos problemas con el alcohol eran legendarios-.
Aunque no faltan nombres ilustres como Hermann Hesse, Klaus Mann o Bernard von Brentano, el principal destinatario de las cartas de Joseph Roth es su amigo y mecenas Stefan Zweig. Con él comparte una y otra vez su temor ante la escalada nazi, la gran preocupación de sus últimos años. "Nuestros libros son imposibles en el Tercer Reich", le escribe en abril de 1933. "Hágase a la idea de que los 40 millones que escuchan a Goebbels están muy lejos de hacer una distinción entre usted, Thomas Mann, Arnold Tuchyolsky y yo. Nuestro trabajo de toda la vida -en sentido terrenal- ha sido en vano. No le confunden a usted porque se llama Zweig, sino porque es usted un judío, un bolchevique cultural, un pacifista, un literato de civilización, un liberal. Toda esperanza es absurda. Esta "restauración nacional" llega hasta la más extremada locura".
Aquella locura se llevó por delante a Friedl, la esposa de Roth, enferma de esquizofrenia y víctima de la "ley de eutanasia" del régimen nazi: "Jamás hubiera creído que yo podría amar a una chica de manera tan duradera", había escrito en una carta de 1922. "Amo su horror a las confesiones y su sentimiento, que es miedo y amor, y su corazón, que siempre teme aquello que ama". Lo mismo, en el fondo, le pasó a él con Alemania, que le infundía una mezcla de terror y admiración. Y eso que, muerto en 1939, no le dio tiempo a ver lo peor: la familia que había dejado atrás en Galizia fue exterminada en el campo de Bergen-Belsen.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.