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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Scott Matthew: El lenguaje de Nueva York

El músico australiano, residente en Brooklyn, presentó en Madrid su primer disco con una propuesta íntima y delicada

Hace año y medio era un completo desconocido. Apareció por primera vez en Shortbus, la deliciosa película en la que John Cameron-Mitchell, el director de Hedwig & the angry inch, reivindicaba el libertinaje sexual como método para alcanzar el amor y la felicidad. Scott Matthew se interpretaba a si mismo. Era aquel delicado y cool barbudo que tocaba como 'residente' en un club imaginario llamado Shortbus.

Ayer se presentó en Madrid, en la penúltima fecha de una gira europea de siete semanas, que termina esta noche en Barcelona. Traía bajo el brazo su primer disco homónimo. Y el club Moby Dick era el lugar perfecto para la propuesta íntima, delicada, triste y hermosa de este australiano residente en Brooklyn cuyo sonido es la quintaesencia del Nueva York de hoy.

Porque por esos caprichos del destino y del comercio, Matthew tocó ayer para un puñado de personas, apenas 70, mientras muchos de los artistas con los que comparte vecindario, público y salas en La Gran Manzana, en España lo hacen en espacios mayores.

La referencia más obvia es Antony and the Johnsons. Sus temas también tienen ese aire a cabaret, debido en parte a la delicada instrumentación que, por cierto, ayer sonó maravillosamente. La base es un piano extremadamente sutil y un violonchelo que añade intensidad a la melodía. Eugene, la mano derecha del cantautor, aporta el ritmo con el bajo o toques de color con un diminuto instrumento surafricano, la kalimba, que se pulsa con los dedos. Y presidiéndolo todo, la voz del Matthew, tan parecida a la de otro neoyorquino de adopción, David Bowie. Matthew entona como él. Tiene el mismo deje en la voz que el Bowie de Ashes to Ashes, ese mismo poso de tristeza tan adecuado para esas canciones sobre amores no correspondidos, corazones rotos y espíritus solitarios.

Sentado en un taburete, bebiendo vino, tocando a veces el ukelele, un instrumento muy apreciado por otro neoyorquino con el que tiene mucho en común, Stephin Merrit, el alma de Magnetic Fields, que la última vez que actuó en Madrid traía una formación extremadamente parecida a la de Matthew.

Durante una hora larga, ante un público tan escaso como respetuoso, que calló cuando tuvo que callarse y rió los chistes de esa Reina queer encerrada en un cuerpo de gigante, el australiano tocó prácticamente entero su disco.

Después en los bises nos deleitó, (suena cursi, pero es que no hay otro verbo que se adapte mejor) con un versión de Harvest moon del inmenso Neil Young y otra de, cómo no, Heaven knows I?m miserable now, de The Smiths.

Si todo va como debería ir en unos meses Scott Mathew se hará muy grande. Seguramente su culto se irá ampliando gracias al boca a boca. La próxima vez que venga, posiblemente sea a un recinto más amplio. Pero pase eso o no, éste ha sido, de momento, uno de los conciertos del año.

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