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Reportaje:

Haneke se inspira en Haneke

El director austríaco estrena su segunda versión de 'Funny Games', rodada en Hollywood con Naomi Watts y Tim Roth

Michael Haneke ha decidido unirse al selecto grupo de cineastas que, por perfeccionismo, pulsión artística o falta de ideas, realizaron en sus carreras dos películas sobre un mismo argumento. El director austríaco se suma así a Alfred Hitchcock, Frank Capra o Takashi Shimizu al anunciar el estreno de su último trabajo: una nueva versión, vía Hoollywood, de Funny Games (1997).

"La idea del original era dirigir la película al espectador americano acostumbrado al cine violento, pero desafortunadamente y debido a un reparto germanoparlante, la cinta sólo se vio en los circuitos de arte y ensayo", ha reconocido el cineasta en una entrevista concedida a la revista británica Time Out. Funny Games irrumpe abruptamente en la comodidad burguesa para dinamitarla con un reparto que, en la versión estadounidense, Haneke cuanta con Naomi Watts, Tim Roth y Michael Pitt.

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En la industria estadounidense resulta habitual recurrir a clásicos del cine europeo, o incluso a éxitos locales, para adaptarlos, darles un aire más mayoritario o, simplemente, hacerles un lifting con las nuevas tecnologías. Pero no lo es tanto que los encargados de manipular las obras ya creadas sean sus artífices originales, algo que en el caso de Michael Haneke, que estrena en EE.UU. este fin de semana, se justifica, según sus palabras, como "una segunda oportunidad" para la cinta 11 años después de su estreno.

La versión de la versión, mi versión

Con el estreno de Funny Games, Michael Hanecke pasa a engrosar las filas del bando de cineastas que, desde Hitchcock a Shimizu, han decidido visitarse a sí mismos. Fiel a su fama de maestro del suspense, el director de Pájaros y Psicósis distanció en dos décadas plagadas de avances las distintas perspectivas que ofreció de El hombre que sabía demasiado. La primera fue un éxito temprano, rodado en blanco y negro en su etapa británica, en 1934 y con Peter Lorre como protagonista. La segunda, ya en 1956, disfrutó de los lujos del color y del presupesto de un cineasta de Hollywood, lo que permitió trasladar la primera parte del film de Suiza a Marraquech; su banda sonora, la mítica Qué será, será, se llevó el Oscar en 1956. Protagonizada por James Stewart y Doris Day, cambió a la niña secuestrada por un niño y la película pasó de durar una hora y cuarto a dos. El objetivo se cumplió con creces: fue todo un éxito de público y, hoy en día, su recuerdo tiene más peso que el de la anterior. El mismo año que el clásico de Hitchcock, Cecil B. De Mille cerró su carrera con Los Diez Mandamientos, que contó con una innovadora apertura con el Mar Rojo, impensable para la versión muda que el director había realizado en 1923. Frank Capra también realizó su particular canto de cisne volviendo a sus orígenes, a una Dama por un día (1933) que, tras casi 30 años, no perdió ni un ápice de su proverbial optimismo en Un gángster por un milagro (1961), con Bette Davis y Glenn Ford.

Pero ha sido en los últimos veinte años cuando Hollywood ha instaurado con regularidad, y especialmente en el cine de terror, este fenómeno de realizar versiones en su idioma, con sus propios actores y recursos de producción pero manteniendo al director extranjero. Es el caso del danés Ole Bornedal, que disfrutó de un modesto éxito internacional encerrando una trama de suspense en las paredes de una morgue en El vigilante nocturno. En 1994, el guardia de seguridad era su compatriota Nikolaj Coster-Waldau, que, tres años más tarde, se convertíría en el escocés Ewan McGregor en una versión que pasó sin pena ni gloria a pesar de que en su reparto también figuraron Patricia Arquette y Nick Nolte.

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