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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La colmena de Grojo

A finales de los noventa, después de haber estrenado los premiados cortometrajes La gotera (1996, candidato al Goya), El topo y el hada (1998, presente en el Festival de Berlín) y Esa habitación del demonio (2001, preciosa pieza de animación casi artesanal), Grojo parecía más que preparado para dar el salto al largometraje. Un paso que, con los años, fueron dando sus más alabados compañeros de generación (Jorge Sánchez Cabezudo, Gonzalo López Gallego, Mateo Gil, Santi Amodeo, Alberto Rodríguez?), pero que a él parecía resistírsele. Por fin, seis años después de su último corto, Grojo presenta La luna en botella, ambicioso proyecto en la línea de su muy particular universo, con sus aciertos y sus errores cada vez más acentuados: a saber, una gran ternura para la réplica poética, para la frase elevada dentro de un contexto dramático cargado de sencillez, y una peligrosa tendencia hacia el esteticismo que finalmente convierte en banal buena parte de lo expuesto.

La luna en botella presenta un conglomerado de personajes, entre lo estrafalario y lo pedestre, unidos por una localización casi única: una cafetería que remite inevitablemente a La colmena, de Camilo José Cela, aunque pasada por una batidora a la que se han añadido como ingredientes más o menos picantes algunas de las señas de identidad de cineastas tan característicos como Emir Kusturica (ese burro que habita en el local y que se deja olvidado la banda de músicos gitanos) y Jean-Pierre Jeunet. Las microhistorias que alimentaban el mundo de Delicatessen y Amélie son las que también hacen avanzar, con más dificultades de las previstas, la trama de La luna en botella, para terminar conformando una irregular amalgama de búsquedas del sentido de la vida. Y ahí está el singular Dominique Pinon, actor fetiche de Jeunet, para confirmar a las claras dónde reside una de las raíces estilísticas de Grojo.

A pesar del emplazamiento casi único, y del personaje central al que da vida con menos registros de los necesarios Eduard Soto, en la película se echa de menos un hilo de unión narrativo que otorgue empaque a la trama y la haga fluir de un modo natural y no a empellones. Y, quizá, también le falte un poco de inventiva, de riesgo, casi de locura, a una puesta en escena plana en exceso, sobre todo teniendo en cuenta lo estrambótico que resulta el tono general de la historia.

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