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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Impresionismo sexual

El atrevimiento y la radicalidad cinematográficas suelen ir, en demasiadas ocasiones, acompañadas del desorden y de cierta autocomplaciencia narrativa, basados casi siempre en un orgullo mal entendido. Hay grandes directores incapaces de escribir una línea, y viceversa, así que lo ideal en estos casos, ya el cine es un oficio en el que se puede (o incluso se debe) delegar, es centrarse en lo que uno sabe hacer.

No hay duda de que el suizo Lionel Baier tiene una gran capacidad para la creación de imágenes poderosas, alternativas, incluso extremas. En Garçon Stupide, su primer largometraje de ficción, rodado con apenas 28 años (su estreno español llega con tres de retraso), Baier compone un atrevido ejercicio de contrastes formales que, casi siempre, funciona como imagen fílmica. Sin embargo, la narración, escrita por él mismo, junto a un coguionista, es harina de otro costal.

El seguimiento de un joven (el estúpido del título) gay de promiscua vida sexual, sin ambiciones más allá del sueldo que le proporciona su trabajo en una fábrica de chocolate, es ejercitado por Baier con una cámara digital que siempre ofrece una impresión de verdad.

Con un toque documental, el autor divide a menudo la pantalla en dos minipantallas con amplios márgenes en negro, en las que ofrece distintas alternativas visuales (plano corto, plano largo; o dos acciones distintas). Primerísimos planos de miembros masculinos en plena limpieza tras el coito, penetraciones y felaciones, imágenes más relacionados con el porno que con la ficción para todos los públicos (mayores de edad), que contrastan con una banda sonora en la que domina la música clásica, lo que confiere al conjunto un hermoso poderío que el propio autor calificaría, con no poca ambición, de impresionismo, pues juega con el concepto pictórico a lo largo de media película.

Sin embargo, durante una hora de metraje, Baier da vueltas y más vueltas alrededor de una de las materias que le interesaba tocar (el sexo), para luego, a toda prisa y en apenas un cuarto de hora, narrar una serie de infumables arbitrariedades en torno al amor, la familia, la amistad, la muerte, el arte y las opciones vitales. Un atroz tercio final que desemboca en un conclusivo monólogo, resumen de lo presuntamente narrado, bien escrito y filmado con contundencia. Un potente desenlace al que es evidente quería llegar el director desde un inicio, pero que se presenta absolutamente discordante con lo explicado hasta ese momento.

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