La emoción de un jarrón chino
Chen Kaige, cineasta chino de la quinta generación, parece decidido a seguir la estela de su compañero Zhang Yimou, a otorgar un radical giro a su estilo cinematográfico, y a convertir sus películas en jarrones (chinos) de inacabables proporciones, en objetos de presunto brillo que aguantan la mirada durante unos segundos para luego provocar la siguiente pregunta: ¿quién demonios nos regaló semejante horterada el día de nuestra boda?
Kaige, que hasta ahora había deambulado entre el análisis histórico de su país a través de dramas de corte intimista (Tierra amarilla, Adiós a mi concubina, Together), la sofisticación con toques de erotismo (Temptress moon, Suavemente me mata), y el gran fresco de ardor guerrero (El emperador y el asesino), se zambulle con La promesa en el cuento romántico con toques de cine de artes marciales. Un género popularizado para los espectadores de Occidente por Tigre y dragón (Ang Lee, 2000), y que se ha hecho cada vez más esteticista, cada vez más alambicado, con las sucesivas aportaciones (Hero, La casa de las dagas voladoras, La maldición de la flor dorada) del otrora interesantísimo Zhang Yimou.
Érase una vez una niña paupérrima y hambrienta que un mal día, ante la presencia de un hada no precisamente madrina, hizo un trato con pinta de catastrófico error. Así comienza, como un clásico cuento infantil, La promesa. Pero a partir de ahí, sin orden ni concierto, sin rumbo narrativo, sin tensión dramática, sin una pizca de emoción, se suceden las banales postalitas de colores, sin que llegue a adivinarse del todo cuál es el objetivo del relato. A medio camino entre la pulsión presuntamente romántica y la aventura de kung-fu, la película es una sucesión de imágenes (y de luchas) creadas por ordenador, que ni entretienen ni conmueven ni sorprenden.
Una épica de cartón piedra, unida a lírica de celofán rosa, enmarcadas ambas en una historia que nunca resulta fácil de seguir, donde la pirámide informativa clásica (¿quién, cuando, dónde, cómo y por qué?) resulta imposible de hallar. Tal vez porque estamos confusos ante la inicial hermosura de ese jarrón que, poco a poco, y ante los ojos atónitos del dueño, se va convirtiendo en un suplicio casero.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.