España en tiempos del Quijote
Antonio Feros y Juan Gelabert dirigen 'España en tiempos del Quijote', una guía imprescindible para entender el contexto histórico en el que se escribió el Quijote
Introducción
Tiempo del Quijote, El Quijote en perspectiva histórica, o el que se propone para este volumen —España en tiempos del Qujote—, constituyen algunos de los muchos títulos que explícita o implícitamente reivindican el hecho de que no se puede entender el Quijote sin entender el periodo, el contexto histórico, la vida y aventuras de su autor, don Miguel de Cervantes. Desde el momento en el que los responsables de este libro comenzamos a imaginarlo teníamos claro que la relación entre una obra, su autor y su tiempo se antojaba ciertamente materia compleja. Ni el autor era simplemente un producto de su tiempo, ni su obra mero reflejo de la «realidad» externa; lo mismo cabía decir de lo que pudiera haber entre el autor y su obra. Como explica Georgina Dopico en uno de los capítulos de este volumen, la biografía de un autor no «determina su producción textual de una manera predecible» y, por ello, parece un error tratar de volver a la vieja tradición de leer las obras del pasado como directo reflejo de la experiencia del autor y de la realidad histórica a su alrededor. En cierto modo, la gran popularidad del Quijote, ya desde el mismo momento de su publicación, tanto en el mundo hispano como en otros países europeos, indica claramente lo equivocado de extraer deducciones simplistas respecto a las relaciones entre tiempo histórico y autor/obra. Los ingleses del siglo xvii, o xviii o xx, al igual que muchos otros habitantes del planeta, no consideran que el Quijote sea una de las grandes obras de la literatura universal, sino la más grande; y es seguro que ni antes ni ahora estos lectores de las aventuras de Don Quijote tenían o tienen mucha conciencia del mundo histórico que Cervantes habitaba cuando escribió su novela. En un artículo publicado en The Guardian (24 de enero de 2004), la escritora inglesa A. S. Byatt recordaba que la atracción que el Quijote ha ejercido sobre millones de lectores se debe fundamentalmente a que éstos «han sentido y sienten amor y atracción primitiva hacia los personajes y sus aventuras», unos personajes que, una vez se han conocido, es imposible olvidar, sin tener en absoluto en cuenta la historia de la sociedad en la que vivió su autor.
El Quijote, por lo tanto, se puede leer y disfrutar sin necesidad de saber absolutamente nada sobre el periodo histórico en el que fue escrito. Pero no es menos cierto que una buena lectura de las aventuras del señor Quijano requiere también tener al menos la misma dosis de curiosidad que el famoso hidalgo y su creador. De nuevo nos servimos de las palabras de Georgina Dopico: «Miguel de Cervantes no es en ningún sentido ajeno a las ansiedades e inquietudes de la España de finales del siglo xvi y principios del xvii, las mismas que el Quijote, con inmensa vividez, recupera, repite y transforma». Y ésta fue nuestra intención desde el primer momento en que pensamos echar a andar este volumen: tratar de ofrecer a sus lectores una visión comprensiva de las ansiedades, situaciones, inquietudes, esperanzas que vivieron Cervantes y sus contemporáneos; pero también las estructuras políticas, económicas, intelectuales, culturales y literarias que les permitirían leer y entender el mundo que les rodeaba. Tanto nosotros mismos como quienes nos siguieron en esta empresa estábamos y estamos convencidos de que sí existe un tiempo del Quijote, un tiempo que ayuda a explicar por qué el Quijote es como es. Quizá sus historias y sus personajes sean «universales» y «atemporales», pero desde luego fueron creados, y sólo pudieron ser creados, en un momento histórico determinado, el que va desde 1570 hasta la muerte de Cervantes en 1616.
Fue éste un tiempo de inquietudes, de ansiedades, de fracasos, de peste y carestías, de corrupción, de temores, de crisis, de pérdida de la influencia política, de explotación y colonización, de violencias y crueldades —violencia y crueldad del poder, pero también de grupos e individuos, como tantas veces nos recuerda Cervantes en su obra—. Pero fue también un tiempo de esperanza, de ilusión, de reforma, de diálogo entre culturas y sociedades, de creación de nuevos géneros literarios, de paces y treguas, de replanteamientos de las relaciones de poder entre el centro y las ciudades, de discusiones sobre cómo restaurar el poder de España en el mundo. Estamos, pues, ante un tiempo y una sociedad complejos, tanto como los de hoy. En este sentido, como recuerdan varios de los colaboradores en este volumen, existía en aquellos momentos un cierto pesimismo sobre el futuro de la Monarquía Hispana. Representaban esta tendencia hombres como el jesuita Pedro de Ribadeneyra y el mismo Felipe II, quienes compartían una visión muy maniquea de la sociedad humana, a la cual sólo le cabía la opción de elegir entre un mal y un bien absolutos, representado éste por las fuerzas católicas lideradas por la propia Monarquía. Para dichos personajes, la verdadera talla de los dirigentes y de la sociedad en general venía dada por su voluntad para enfrentarse con todas sus fuerzas al mal, lo cual requería la constante inversión en la opción militar, aunque ello supusiese la ruina material de la sociedad. Todo síntoma o indicación de que se cedía ante la presión del mal —por ejemplo, estableciendo paces con los enemigos eternos, o abandonando algún territorio, aunque ya no estuviese realmente bajo control— era visto como una rendición al enemigo y el comienzo del fin de una monarquía que sólo parecía tener sentido desde su lado mesiánico. Pero esta visión pesimista del mundo, de la historia y del futuro no era compartida por todos los contemporáneos de Cervantes, y ello es lo que hace tan profundamente interesante «el tiempo del Quijote». Como escribe en sus páginas Jean-Frédéric Schaub, la generación de Cervantes no era la de 1640, la del gran momento de crisis de la Monarquía, y nada en el tiempo de Cervantes indicaba o presagiaba la trágica suerte que habría de sufrir la España de la segunda mitad del siglo xvii. Pocos, muy pocos de los contemporáneos de Cervantes llegaron siquiera a imaginar un futuro así. En pocas palabras, la España de Cervantes era todavía, como sugiere el título del capítulo de Georgina Dopico Black, una «España abierta», un mundo abierto a muchas posibilidades, a muchas y diversas soluciones y alternativas. Cuáles se privilegiaron, dónde se fracasó y dónde se acertó son temas que se discuten en los varios capítulos que componen este volumen.
Existe otra razón, ahora intelectual, que nos empujó a considerar la importancia de volver a reflexionar sobre la España del Quijote. La tarea de publicar un volumen como éste se sustentaba no sólo en la oportunidad de una fecha, el cuatrocientos aniversario de la publicación del Quijote, sino también en el convencimiento de que el periodo en cuestión había experimentado en los últimos años tal cúmulo de nuevos enfoques, de aportaciones singulares hechas desde tan variados ángulos, que la oportunidad primera no restaba un ápice de interés a esta segunda. En nuestras conversaciones para preparar los distintos capítulos destacaba precisamente esta característica: la increíble mejora en nuestro conocimiento del periodo que se había producido en los últimos años, las nuevas preguntas que los investigadores habían puesto sobre la mesa, la exploración de nuevos temas, el descubrimiento de nuevos focos de atención que una década atrás se podrían haber tenido por baldíos. Si, como se dice, cada generación lee el Quijote desde perspectivas diversas, para nosotros también era importante reconocer que la presente generación de historiadores de la sociedad, la literatura y la cultura también lee de modo diferente la historia de ese periodo, y justamente esto es lo que hemos intentado reflejar en este volumen. Como responsables del mismo nos gustaría, sin embargo, dejar muy claro desde el principio que los capítulos están escritos desde perspectivas historiográficas, intelectuales e ideológicas diversas. Habrá momentos en los que los lectores apreciarán diferencias de interpretación de uno u otro autor sobre los mismos acontecimientos y procesos. No se trata en modo alguno de errores que hayan pasado inadvertidos a los responsables, sino de la palmaria constatación de que cada uno de nosotros tenemos percepciones distintas, valoramos de modo diverso unos hechos y otros, tratamos de entender la época desde perspectivas historiográficas diferentes o nos colocamos frente a ella desde formaciones intelectuales dispares.
Pero ¿cuáles son los temas que se discuten en este volumen? Deberíamos quizá comenzar por declarar una ausencia: muchos de nuestros lectores echarán en falta un capítulo sobre el mundo americano, o, en general, sobre el papel de la Monarquía Hispana como poder colonizador en América, Asia y África. Como ha sugerido un buen número de cervantistas, el autor del Quijote se refiere, implícita y explícitamente, en multitud de ocasiones, a ese mundo colonial, o al menos al tráfico comercial atlántico que lo sostenía. Por lo demás, hay que recordar que Cervantes vivió varios años en Sevilla, el centro de ese mundo colonial y atlántico, y que en 1590 llegó a solicitar un oficio en el Nuevo Mundo, petición que le fue denegada. Es igualmente importante recordar que el Quijote se convirtió en un gran best seller para los españoles que vivían en las Indias ya desde el mismo momento de su publicación, como en su día mostrara Irving Leonard (1953). Nuestro problema consistía, por lo tanto, en reducir temas de tanta envergadura, de tanta complejidad, a las pocas páginas de un capítulo. Al final optamos por no dedicar ninguno de ellos, de forma específica, al mundo imperial/colonial, y sí por incluir todas las referencias a éste que nos fuese posible en cada uno de los restantes. Somos conscientes de que no se trata de la solución ideal, pero las opciones eran limitadas.
El volumen comienza así por una «vida» de Cervantes («La historia del ingenioso hidalgo Miguel de Cervantes») que firma Georgina Dopico Black, profesora de literatura española del Siglo de Oro en la Universidad de Nueva York. Los datos que aquí se aportan son de sobra conocidos, pero creíamos necesario ofrecer esta vida para que los lectores del volumen tuvieran acceso a una información que consideramos esencial, sin necesidad de tener que recurrir a libros adicionales. La España de Cervantes, las experiencias vitales del propio autor, es difícil que se puedan entender sin una referencia específica al reinado de Felipe II («Máquina insigne»), capítulo del que se ocupa John H. Elliott, profesor emérito de la Universidad de Oxford. Elliott nos recuerda los fundamentos políticos de una monarquía en expansión, las decisiones políticas (incluidas las que llevaron al enfrentamiento con el imperio otomano en la batalla de Lepanto) que convirtieron a España, para utilizar un término de nuestra época, en la más grande de las superpotencias del momento. Pero estas políticas también fueron vistas con cierta aprensión por buen número de los contemporáneos, incluido el mismo Cervantes. Él gozó de la oportunidad de contrastar los tiempos del Rey Prudente con los de su hijo Felipe III, tema que discute Antonio Feros, profesor en la Universidad de Pensilvania. El objetivo de su ensayo («Por Dios, por la Patria y el Rey») es llamar la atención sobre las novedades políticas, también las continuidades, que marcaron este reinado y que, de forma equivocada, han llegado a ser interpretadas como el origen de la llamada «decadencia» de España. Asimismo se ocupa de las relaciones entre el centro de la Monarquía y los distintos reinos, las opciones, planes y posibilidades de acción que permitían a uno y otros la constitución de una monarquía compuesta como la Hispana. Se destaca asimismo la importancia de la Iglesia, de las relaciones entre religión e ideología, así como algunos otros asuntos que desempeñaron un papel importante en las reflexiones de Cervantes.
En las historias al uso, las relaciones entre la Monarquía Hispana y los otros poderes europeos (especialmente Francia, Inglaterra y los otros reinos británicos, los Países Bajos, incluida la República Holandesa) suelen ser abordadas como si se tratase de mundos radicalmente distintos y por ello naturalmente destinados a enfrentarse hasta la completa aniquilación. Así, desde España se aseguraba que las acciones de Felipe II o Felipe III en contra de otros poderes europeos estaban basadas en la legitimidad que daba la supuesta posesión de la verdad católica. Desde fuera, a España se la veía como la tirana de Europa y del mundo, la responsable de torturas y destrucciones sin cuento, historias relatadas infinidad de veces en textos que ayudaron a fundar la llamada leyenda negra. Dos de los capítulos de este volumen ofrecen una perspectiva mucho más compleja y rica de esta situación y lo hacen desde enfoques teóricos complementarios. Jean-Frédéric Schaub, de la École des Hautes Études en Sciences Sociales de París, analiza los temas arriba mencionados desde una perspectiva política y diplomática («La Monarquía Hispana en el sistema europeo de estados»). Su argumento central es el restablecimiento de paces y treguas entre España y otras monarquías europeas después de la muerte de Felipe II en 1598. Pero Schaub también ofrece un análisis de cómo otros europeos veían a España. Lo hacían ciertamente desde los presupuestos de la leyenda negra, y acertadamente se nos recuerda que muchos de estos presupuestos fueron creados por súbditos del monarca español (Bartolomé de las Casas o Antonio Pérez). Pero Schaub señala también cómo desde otras latitudes, especialmente Francia, el modelo español era visto como modelo político a imitar, en un muy interesante análisis de la coexistencia de oposición y mímesis a propósito de las superpotencias a lo largo de la historia. Roger Chartier, también de la École des Hautes Études en Sciences Sociales, bajo un sugerente título («La Europa castellana durante el tiempo del Quijote») vuelve a algunos de los temas discutidos por Schaub, pero ahora desde la perspectiva de la historia cultural. Si Castilla era la dominadora, la que daba ejércitos y hombres a la Monarquía Hispana, también creaba cultura, modelos literarios que en muchos casos eran recibidos en Europa con enorme avidez, y que de nuevo ayudan a entender que tanto los españoles como los europeos del periodo veían el mundo desde diversas perspectivas al mismo tiempo.
Próximo fragmento: ' El último adiós', de Reed Arvin
Babelia
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