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Reportaje:

La Galería Nacional de Londres exhibe al joven Rubens

La muestra incluye un centenar de obras los primeros años de la carrera del gran maestro del barroco

La Galería Nacional de Londres dedica desde hoy una exposición monográfica dedicada a los años de formación del gran maestro del barroco Pedro Pablo Rubens (1577-1640), diplomático, políglota, intelectual y sobre todo pintor codiciado por las principales cortes europeas. La muestra cubre los primeros años de su carrera, aproximadamente de 1597 a 1614, una época en la que el pintor flamenco absorbió como una esponja las enseñanzas de los grandes maestros del renacimiento italiano y se convirtió en un virtuoso del pincel al que le llovían los encargos de la nobleza y la Iglesia.

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En 1600, siguiendo los pasos de muchos artistas de la Europa del Norte, Rubens decidió viajar a Italia, visitó Venecia y se puso al servicio como pintor de Vincenzo Gonzaga, duque de Mantua y uno de los mayores mecenas del siglo: se rodeó de personajes como el músico Claudio Monteverdi o el poeta Torquato Tasso. Por encargo de Gonzaga, Rubens viajó en 1603 a España, acompañando unos cuadros que el duque quería regalar a Felipe III, cuya corte estaba a la sazón en Valladolid, y en las colecciones reales españolas (Madrid, El Escorial), el pintor flamenco pudo admirar la obra del gran Tiziano.

Durante el viaje, a caballo, se dañaron por culpa de la lluvia algunas de las pinturas que llevaba, y Rubens las sustituyó por alguna obra propia, que pintó en Valladolid como la que representa a dos filósofos de la antigüedad clásica: Demócrito y Heráclito. Este cuadro impresionó tanto al duque de Lerma, valido del monarca español, que éste le encargó un retrato suyo a caballo: sin duda, una de las primeras obras maestras del pintor. De regreso a Italia, Rubens estudió en Roma a Caravaggio y Anibale Carraccio, así como a los grandes maestros del Renacimiento como Leonardo, Miguel Angel o Rafael de Urbino, a los que copió, al igual que hizo con algunas estatuas de la antigüedad clásica como el Laoconte o el Hércules Farnesio.

Estilo grandioso

Allí encontró las bases para su estilo grandioso, que, unido a los encargos cada vez más numerosos de sus clientes, iba a exigirle con el tiempo rodearse de un elevado número de discípulos, algunos de ellos de la talla de Anthony Van Dyck, que le ayudarían en la ejecución de los cuadros. En el período cubierto por la exposición londinense, Rubens, sin embargo, trabajó solo, salvo algunas excepciones, lo que permite hacerse una idea cabal de su precoz maestría, su enorme versatilidad y su fogosa imaginación a la hora de pintar escenas bíblicas o alegóricas.

Desde sus primeras obras, Pedro Pablo Rubens se manifiesta en efecto como un auténtico maestro tanto en el arte de la composición y el color como de los efectos de luz. Sus cuadros, ya sean religiosos o mitológicos, rebosan de energía y vitalidad. Esto es cierto incluso de sus cuadros religiosos, tan alejados del misticismo de anteriores maestros de la pintura flamenca o de la Europa del Norte: sus Cristos, por ejemplo, son musculosos, atléticos y en algunos casos, como el Ecce Homo, del museo del Ermitage, de San Petersburgo (Rusia), transpiran sensualidad.

Del centenar de obras, entre óleos, dibujos y esculturas, de museos de todo el mundo, destacan especialmente un monumental San Jorge, del Museo del Prado, de Madrid, La caída de Faetón, de la National Gallery of Art, de Washington, El sepelio de Cristo, de la Galería Nacional de Canadá, en Ottawa, o La matanza de los inocentes (colección privada canadiense). Pero frente a la espectacularidad de muchas de esas obras está también, como prueba de la mencionada versatilidad del artista, el

retrato que pintó de su hija Clara Serena Rubens (1614), del museo Liechtenstein, de Viena, obra de una espontaneidad y una frescura que resultan aún hoy sorprendentes.

<i>Sansón y Dalila</i>, obra expuesta en la muestra de Rubens.
Sansón y Dalila, obra expuesta en la muestra de Rubens.EFE

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