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IN MEMORIAM
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Trataremos de reírnos, Miguel

Barroso, fallecido a los 70 años, se caracterizaba por la conversación inteligente y divertida, el análisis fino y el respeto absoluto por el trabajo de los periodistas.

Miguel Barroso, en una foto de 2021.
Miguel Barroso, en una foto de 2021.Luis Sevillano
Pepa Bueno

Es difícil pensar con lucidez cuando el dolor y el sentimiento de pérdida siguen al shock por la muerte inesperada de Miguel Barroso. Pero hoy se impone la necesidad de despedirlo bien y ojalá la reflexión que voy a compartir no hubiera tenido que hacerla como homenaje póstumo. Siempre llegamos tarde a decir las cosas que importan.

Establecer la distancia justa con el poder, dentro y fuera de su empresa, es una tarea fundamental para un periodista. Porque esa convivencia forma parte de la naturaleza de nuestro trabajo, también la tensión que conlleva, por eso es imprescindible delimitar bien el terreno de juego. Pero para bailar bien este baile hacen falta dos que se lo crean. Lo contrario acaba con el periodista o con el periodista en la calle.

He tratado a Barroso en dos etapas diferentes de mi vida profesional. De 2004 a 2006 siendo él Secretario de Estado de Comunicación y yo en la tele pública como directora-presentadora de Los desayunos de TVE, y otros dos años, estos últimos, él ejerciendo como consejero editorial del grupo PRISA, yo directora de EL PAÍS. Ni entonces ni ahora tuve nunca que señalarle las líneas rojas, aunque muchas veces no estuviéramos de acuerdo. Mi experiencia con él ha sido la conversación inteligente y divertida, el análisis fino y el respeto absoluto por el trabajo de los periodistas. Que esto les resulte inconcebible a tantos dice mucho del momento que vive el periodismo.


El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, junto a su mujer, Begoña Gómez, acude al velatorio por Miguel Barroso este domingo.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, junto a su mujer, Begoña Gómez, acude al velatorio por Miguel Barroso este domingo.Santi Burgos

Le espantaría saber que hoy estamos todos escribiendo sobre él. Tenía alergia al protagonismo público —llevaba con resignación ser un tentetieso al que golpear para darle a EL PAÍS, la SER o PRISA— y, sin embargo, conservaba intacto el placer de estar en la primera fila donde ocurren las cosas —el periodista que no dejó de ser— y la voluntad de que este mundo fuera un poco más vivible —el compromiso con unas ideas que nunca ocultó y que siempre estaba dispuesto a discutir con elegancia con quien pensara distinto—. Ese era su poder en realidad, hablar con todos, saberlo todo, y disfrutar buscando soluciones, nuevos caminos. Disfrutar y comprometerse con la pasión de su tiempo, este tiempo, no el de ayer, el de hoy. Como escribió Jordi Gracia en Tinta Libre, y publicamos en EL PAÍS, no es la edad, es el poder, la gestión del poder presente, pasado o ausente, la que nos hace perder pie con la realidad. Barroso no lo perdió.

Hoy sería uno de esos días en los que nos reiríamos a carcajadas leyendo lo que se está escribiendo de nuevo sobre él, esos superpoderes que le permitían inspirar al sanchismo, asaltar empresas, maniobrar con accionistas, renovar redacciones, diseñar campañas electorales, controlarlas en los mítines, en las redacciones, en las redes, hacer portadas, editoriales, programas, susurrar al oído y cantar habaneras. Todo a la vez en todas partes. Esa caricatura que pasean quienes necesitan creer o hacer creer en grandes conspiraciones para justificar prosaicos fracasos personales.

Trataremos de reírnos, Miguel, aunque hoy nos costará sin ti.

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