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Tribuna
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La España rural no es negacionista, somos diversos

Algunos partidos políticos siguen avivando el duelo a garrotazos entre lo urbano y lo rural

Una finca de regadío en la localidad sevillana de Camas.
Una finca de regadío en la localidad sevillana de Camas.PACO PUENTES
Lorenzo Ramos Juan Carlos Del Olmo

“Las élites provocan la sequía para meter miedo y expulsar a las gentes del campo”. “Los ecologistas no dejan a los pastores trabajar, porque quieren bosques intactos, y luego todo arde”. Estos son algunos de los bulos que ciertos actores interesados en atribuirse en exclusiva la voz del campo difunden desde hace tiempo con la excusa de una supuesta defensa del medio rural. Parece que el negacionismo ha encontrado un nuevo nicho en el que colocar sus narrativas para amplificar el conflicto social. Es comprensible: los que vivimos y trabajamos en el medio rural acumulamos ya muchas crisis sobre nuestras espaldas. Toda la sociedad vive momentos de cambio e incertidumbre y las emociones están a flor de piel.

Suena a divide y vencerás. Más que sonar, ruge cuando se comprueba con estupor cómo ciertos partidos políticos siguen avivando ese duelo a garrotazos para seguir sacando rédito político, aún ya pasadas las elecciones. Estrategias partidistas que alientan y aprovechan la brecha urbano-rural para aumentar la crispación, sin ofrecer soluciones reales a los problemas de los pueblos. Estrategias que, con sus mensajes incendiarios, intentan ocultar que en el campo hay una constelación de identidades, una diversidad de intereses que lleva años conviviendo y luchando, hombro con hombro, para sostener su medio. El rural.

Un claro ejemplo de trabajo en positivo es el Foro de Acción Rural (FAR), una agrupación de organizaciones rurales, sindicales, agrarias, forestales, ecologistas, cinegéticas, de mujeres, de producción ecológica y municipalistas que llevamos una década llegando a consensos. Sí, consensos. Debatiendo, claro. Con desencuentros y vuelta a comenzar, por supuesto. Pero con el firme propósito de imaginar la manera de transitar hacia un modelo respetuoso con la naturaleza y justo para el campo y sus gentes. Entre todas.

El último de nuestros acuerdos ha sido el manifiesto que enviamos a todos los partidos políticos, aquellos que aspiran a tener en sus manos el Gobierno de la nación. Les reclamamos abandonar la crispación y sustituirla por responsabilidad. Responsabilidad con un territorio, el rural, que a pesar de ocupar más del 80% de la superficie española, no acoge ni al 20% de su población. Un fenómeno, el de la despoblación, que exige mucha más atención por parte de los políticos.

Tal es la importancia del campo en el presente y futuro de la sociedad que se hace vital una política de Estado para el medio rural con todos los actores interesados. Transparente, participativa, basada en un debate constructivo y profundo. Y, por encima de todo, sereno, como demandamos desde el FAR.

La despoblación se combate priorizando servicios públicos e infraestructuras de calidad en la España, más que vacía, abandonada. Se pelea con políticas sociales efectivas. Para sostener a las mujeres que, aparte de la brecha que las separa de las comodidades del mundo urbano, suman otra más: la de género. También, para ayudar a ese tercio de jóvenes en paro que podría vivir en su tierra, pero que, sin trabajo, emigran a las ciudades, dejando tras de sí un campo envejecido.

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El vaciado de los pueblos se frena utilizando nuestros bosques de forma responsable. Se ralentiza luchando contra el cambio climático y protegiendo el suelo, el agua, la biodiversidad y restaurando los ecosistemas dañados —que no lo olvidemos: son la base de cualquier actividad económica, incluida la producción de alimentos—. Una naturaleza que nos provee de tantos servicios intangibles para el conjunto de la sociedad.

La España rural se recupera apostando por la agricultura y la ganadería familiar sostenible, aquella que nos alimenta preservando el patrimonio natural y cultural. La de pequeñas y medianas explotaciones, gestionadas por personas que residen y trabajan en un pueblo. Que compran en sus tiendas, que comen en sus bares y que charlan en sus plazas. Personas cuya valía debe ser reconocida y sostenida, garantizándoles precios justos, evitando la especulación con los alimentos y apoyando la alimentación ecológica, local y de temporada. Porque su poder para contribuir a transitar de manera justa hacia sistemas alimentarios más resilientes frente a retos globales y locales, como el que nos ocupa, es enorme. Sin dejar a nadie atrás.

Sabemos que es una ardua tarea. Y urge. No puede pasar ni un día más sin que los partidos políticos, sea cual sea su función futura, si oposición o Gobierno, escuchen juntos y aprendan, de verdad, de las diferentes voces del campo. Sin manipulación ni aspavientos. Porque lo rural no sólo es un caladero del que acordarse —para crisparlo— una vez cada cuatro años. Los rurales somos plurales, merecemos respeto y estaremos vigilantes.

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