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Emergencia climática
Tribuna
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Colocar negacionistas del clima en puestos de responsabilidad es suicida

Asisto con profunda preocupación a la ocupación de instituciones de gobierno por partidos y personas que cuestionan el cambio climático y se vanaglorian de su ignorancia

Declarado patrimonio mundial por la Unesco en 2004, el fiordo de Ilulissat, 250 kilómetros al norte del límite del Círculo Polar Ártico.
Declarado patrimonio mundial por la Unesco en 2004, el fiordo de Ilulissat, 250 kilómetros al norte del límite del Círculo Polar Ártico.Klaus Brandstaetter (getty images)

La constatación, desde el mes de abril de 2023, de una avalancha de extremos climáticos en todas las latitudes está alarmando a los científicos y exige reconsiderar la acción climática, no para relajar la ambición de los objetivos, como piden algunos líderes europeos, sino, precisamente, para diversificar las palancas de actuación de forma a obtener mejores resultados con menor coste, o incluso, beneficios.

Estamos siendo testigos de temperaturas anómalamente elevadas, de hasta 12 grados centígrados de aumento por encima de máximos anteriores, en distintas geografías y estaciones climáticas; la mitad de la superficie del océano está afectada por olas de calor marina; un mínimo de extensión de hielo marino sin precedente en la Antártida nunca constatado desde que hay registros, y fenómenos de transporte atmosférico inusitados, como eventos de calima que transportan polvo sahariano hasta latitudes tan altas como Londres y París, y que siguen propagándose por el Sur de Europa, provocando un verano asfixiante. Los cambios en la circulación atmosférica con el calentamiento climático han provocado que el anticiclón de las Azores se debilite este verano hasta casi desaparecer, acentuando la sensación de bochorno que acompaña a las calimas, pues actúa como gas de efecto invernadero que retiene calor durante la noche y aumentando la temperatura del mar rápidamente.

Estas condiciones térmicas desafían la habitabilidad de ciudades en Estados Unidos, China, Irán o, en ciudades como Sevilla y Córdoba en nuestro propio país. Los impactos de estos extremos empiezan a evidenciarse, en forma de muertes por golpes de calor, quemaduras por contacto con el asfalto; blanqueamiento de corales en Florida, y mortalidad masiva de peces y moluscos marinos asfixiados por falta de oxígeno; fuegos descontrolados en Canadá, Grecia, Turquía y Norte de África; caída de las cosechas en Europa, e inundaciones destructivas en un monzón desatado en India, Bangladés y Pakistán.

Algunos de estos episodios extremos se podrían explicar de forma independiente en relación con los modelos de cambio climático existentes. Sin embargo, lo que alarma a los científicos es la coincidencia de tantos fenómenos extremos en el tiempo, junto con la aparición de fenómenos imprevistos. La preocupación que se destila de los foros de discusión de científicos del clima es que los modelos climáticos pueden haber subestimado la respuesta del sistema climático a la presión derivada de los gases de efecto invernadero acumulados en la atmosfera, potenciados por oscilaciones climáticas que alimentan la tendencia al calentamiento. Más concretamente, estos modelos podrían haber subestimado mecanismos de cambio abrupto, procesos no lineales en jerga técnica, capaces de desviar la senda climática de la respuesta gradual a las emisiones de gases de efecto invernadero que asumen los modelos climáticos.

Entramos en un terreno climático nunca antes experimentado por nuestra especie, que tenemos que afrontar con medidas ambiciosas e inteligentes, apoyadas en la ciencia y criterios de justicia social, pues las sociedades y segmentos de población más desfavorecidos son también los más vulnerables a estos episodios extremos.

Precisamente en este momento crítico, cuando nuestros líderes han de actuar con determinación e inteligencia, asisto con perplejidad y profunda preocupación a la ocupación de instituciones de gobierno por partidos y personas que cuestionan el cambio climático y se vanaglorian de su ignorancia o su arrogancia en ignorar no solo el consenso científico, sino las evidencias que se acumulan a su alrededor. En su afán por regresar al régimen de nuestra postguerra, estos individuos adoptan el mismo desprecio por la ciencia de Millán Astray cuando dijo “¡Muera la inteligencia! ¡Viva la muerte!”.

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Cuando afrontamos un enorme riesgo de fracasar en nuestro afán de contener el cambio climático en el estrecho margen que queda para alcanzar la franja de seguridad fijada en el Acuerdo de París, colocar escépticos del clima en las instituciones es una actitud suicida. A quienes tendremos que dar cuenta de estas decisiones no son otros que nuestros hijos y nietos, que son aquellos a quienes estos irresponsables que piensan que sus creencias anulan las leyes de la física, condenan a vivir en un infierno climático.

Pues toca a España, como presidente de turno de la Unión Europea, liderar la respuesta al cúmulo de eventos climáticos extremos que estamos experimentando, con sus previsibles consecuencias este otoño. Hemos de hacerlo con determinación, ambición, inteligencia y guiados por la ciencia, sin dejarnos ensimismar por las incertidumbres de nuestra coyuntura política.

La Unión Europea debe activar un esfuerzo de respuesta rápida para producir modelos climáticos con mayor capacidad predictiva, capaces de reproducir los acontecimientos presentes y que permitan anticipar fenómenos extremos en el futuro con la resolución necesaria en el espacio y el tiempo. También debe revisar a fondo sus políticas climáticas para hacerlas más efectivas y resilientes. Esto requiere activar un espectro de soluciones más amplio que el énfasis actual en la eficiencia y transición energética, apostando también por nuevas tecnológicas de captura y utilización de CO₂, que sin duda vamos a necesitar. La reciente resolución de restaurar un 20% de ecosistemas degradados en la UE se debe desplegar priorizando aquellos cuya restauración reportan también beneficios climáticos, ya sea para mitigación o adaptación al cambio climático. Las políticas de adaptación al cambio climático se deben desplegar horizontalmente abarcando todos los sectores, desde planificación urbanística, infraestructuras, gestión de costas y aguas, y políticas agrarias y pesqueras, rebajando de esta forma los impactos del cambio climático y las pérdidas económicas que ocasionan.

Ahora que las salas de cines recrean el proyecto dirigido por Robert Oppenheimer hace 80 años, necesitamos precisamente de un nuevo Proyecto Manhattan. No se trata esta vez de frenar al fascismo, cosa que los españoles acabamos de hacer en las urnas, sino de dar una solución definitiva al cambio climático. Lograr esto requiere de un esfuerzo intenso y colaborativo y focalización de recursos para que las mentes más brillantes de nuestro tiempo aporten soluciones que no pueden esperar más frente a una amenaza existencial para la humanidad.

Como dijo, en otro contexto, Martin Luther King, “hemos de afrontar el hecho de que el mañana ya es hoy, confrontar la fiereza urgente del ahora, y dedicarnos a la larga y amarga, pero hermosa, lucha por un nuevo mundo”.

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