Así es el programa para controlar a los osos problemáticos en Asturias: trampas, collares con GPS y balas de caucho
El Principado pone en marcha un radiomarcaje para ejemplares que se acerquen a los pueblos. El objetivo es disuadirlos para evitar que se habitúen a las interacciones con los humanos ahora que la especie se recupera y hay turismo para verlos
Andrea Kieser, alemana de 55 años, escudriña las escarpadas montañas de Somiedo con unos prismáticos. “Hemos visto ya un gato montés, un rebeco... Pero nos encantaría ver un oso. Creo que vamos a tener suerte”, dice. No se equivoca. “¡Allí hay uno!”, señala el guía. Un prolongado “¡ohhhh!” escapa de las gargantas de los 10 turistas alemanes, que giran sus telescopios hacia la zona donde aparece Clarita, una osa que camina confiada entre riscos, y se quedan mirando hasta que se vuelve a esconder. El turismo es la cara más amable de la recuperación de los plantígrados en la cordillera Cantábrica, cuya población ha pasado de unos 60 o 70 ejemplares a más de 370 en cuatro décadas. El riesgo, ahora, es que algunos animales se acerquen a los pueblos y se habitúen a los humanos, causando incidentes. Para evitarlo, Asturias ha puesto en marcha un programa para controlar a los osos que denomina problemáticos, que incluye trampas, collares con GPS, contenedores blindados y balas de caucho.
“Cuando aumenta la población de osos, hay más probabilidades de que uno de ellos entre en alguna localidad para buscar comida —a un contenedor, un restaurante, un gallinero—, lo que puede generar alarma. En cuanto vemos que algún ejemplar lo hace más de una vez, activamos el protocolo”, explica Miguel Díaz, jefe del Servicio de Vida Silvestre del Principado de Asturias. El lugar donde lo dice no puede ser más apropiado: la plaza de Pola de Somiedo, en el corazón del parque natural del mismo nombre, uno de los pocos lugares de Europa donde se puede tomar un café en una terraza mientras se ve —con prismáticos— a los osos caminando por los montes cercanos, su medio natural. Díaz está aquí para reunirse con representantes de las otras entidades que participan en el radiomarcaje —la Fundación Oso Pardo, la Fundación Oso de Asturias, y científicos de la Universidad de Oviedo y CSIC— y en otros programas para cuidar a los plantígrados.
¿En qué consiste este protocolo? “Lo primero es llevar al lugar una trampa tipo Culvert, una especie de remolque cilíndrico con una puerta que se puede cerrar a distancia. En la trampa metemos el alimento al que se esté habituando el oso. Y establecemos turnos para los guardas del parque —y para el personal científico y de las fundaciones— para ver cuándo entra el ejemplar, que puede tardar un día o meses”, apunta desde el mismo lugar Pedro García-Rovés, jefe de la Sección de Recursos Naturales de
Una vez que el oso problemático se mete en el cilindro, científicos y veterinarios se desplazan hasta ahí para dormirlo —sin que el animal los vea—, se le toman muestras de sangre y pelo para ver su estado de salud, y le colocan un collar con GPS que ayuda a entender sus movimientos —lo que ofrece una valiosa fuente de conocimiento— y, sobre todo, adelantarse a sus incursiones una vez liberado. El collar está programado para soltarse, como mucho, al cabo de un año.
Ahí empieza la segunda parte, que se denomina “aversión condicionada”: “Si vemos por el GPS que el ejemplar se acerca a una fuente de comida en un pueblo, avisamos a los guardas para que estén preparados. En el momento en que empieza a comer, le disparan balas de caucho —que no son letales— para que el animal asocie ambas sensaciones y no vuelva a hacerlo”, comenta José Vicente López-Bao, del Instituto Mixto de Investigación en Biodiversidad (IMIB) del CSIC, la Universidad de Oviedo y el Principado de Asturias, y director científico del programa de radiomarcaje, que también participa en la reunión de Somiedo. Se han probado otros métodos, como tratar de ahuyentarlos con ruidos fuertes, pero lo que más les disuade son estas balas. Por ahora, han marcado a cuatro hembras, que tienen mayor dificultad para conseguir comida en época de cría: una que hacía daño al ganado, otra que comía de un contenedor, y otras dos que se habituaron al pienso.
Otra de las acciones del programa consiste en dificultarles el acceso a la comida en las áreas urbanas, tal y como cuenta Luis Fernando Alonso, director del Parque Natural de Somiedo: “Por una parte, hay ayudas para financiar vallas electrificadas donde hay colmenas, que es uno de sus alimentos preferidos. Por otra, estamos haciendo pruebas piloto con unos contenedores de basuras anti-oso, una especie de cubierta metálica que se coloca sobre el cubo y permite a las personas abrirla —accionando un mecanismo— y echar su bolsa, pero resulta imposible que un oso pueda hacerlo con sus garras”. Más adelante se instalarán en puntos oseros de Asturias.
Guillermo Palomero, director de la Fundación Oso Pardo y uno de los principales artífices de la recuperación de los plantígrados en la cornisa cantábrica, mira hacia los montes de Somiedo y resume: “En esta cordillera hay mucha actividad humana. Ha costado muchos años lograr que el oso, que antes se consideraba un peligro, sea aceptado socialmente. Por eso, el objetivo del programa es que ningún oso se habitúe a la presencia humana o a la comida fácil en los pueblos, porque ahí es donde pueden surgir los conflictos y generarse alarma social”.
Turismo de osos
En esa aceptación social ha tenido mucho que ver que esta especie empieza a considerarse como una riqueza para el territorio, en gran parte debido al turismo de osos: la Fundación Oso Pardo (FOP) calculó hace cinco años que su presencia tiene un impacto de unos 20 millones de euros y 350 empleos directos en los municipios oseros —van a repetirlo y creen que ahora la cifra será muy superior—.
La Consejería de Turismo de Asturias no dispone de datos, pero señala que ya son 12 las empresas que ofertan avistamiento de osos en la comunidad, un tercio de ellas en Somiedo. “Abrimos en 2015 y desde entonces la gente que reserva una jornada para ver osos se ha multiplicado por cuatro”, cuenta Jorge Jáuregui, de Somiedo Experience. Lo confirma Noe Álvarez, propietario del hotel Castillo del Alba de la misma localidad: “El turismo de osos ha aumentado muchísimo, viene gente de toda Europa y nos preguntan por los mejores sitios para verlos”. En los restaurantes de esta pequeña localidad de 1.100 habitantes, repartidos en más de 30 núcleos, hay franceses, alemanes, italianos, irlandeses...
“Las mejores épocas para venir a ver a estos animales son abril y mayo, cuando muchos animales están en celo y las hembras salen de las oseras con sus crías, y de mediados de agosto a mediados de septiembre, cuando se alimentan de bayas y otras frutas carnosas para coger fuerzas de cara al invierno”, explica Palomero desde un mirador junto a Pola de Somiedo. Allí hay un panel informativo, una cabaña para resguardarse de la lluvia, bancos, y mucho espacio donde esperar con unos prismáticos. “Antes, la gente se ponía en medio de las carreteras para buscar osos, y era un problema, por eso hicimos una red de miradores con aparcamientos”, señala Alonso, del parque natural.
Unas 20 personas se encuentran en uno de ellos, el de Gúa, a la búsqueda del oso; la mayoría han reservado con una empresa —cuatro horas, unos 40 euros— que incluye el servicio de guía y potentes telescopios para no perderse detalle. Otros van por su cuenta, como Ángel Trotter (53 años) y Marta Mariscal (48), una pareja de amigos que ya han estado más veces aquí. “En Somiedo es muy fácil tener suerte, acabamos de ver una osa con dos crías”, dice él.
“Hay más osos en la zona, y más turistas que se meten por todos los caminos, con lo que hay más encuentros”, apunta por teléfono Javier Naves, investigador de la Estación Biológica de Doñana-CSIC y experto en estos animales. “Me preocupan imágenes como las que hemos visto hace poco de un coche persiguiendo a dos crías, ya que los oseznos se ven como entrañables, pero son la parte más vulnerable de la especie, se pueden estresar, y pueden habituarse a los humanos y generar comportamientos no deseados”, añade.
Para que el maná turístico continúe es fundamental seguir protegiendo a este animal que, superada la situación crítica, sigue en peligro de extinción. Una de las herramientas es el proyecto Life Osos con futuro, que investiga cómo afecta el cambio climático a estos animales: “Ya se están dando cambios en el comportamiento de los plantígrados, como por ejemplo una tendencia a hibernar menos, y eso hay que comunicárselo a los usuarios de la montaña —senderistas, cazadores, buscadores de setas—, para que sepan que en invierno también se pueden encontrar a un oso”, comenta Palomero. Por eso, la FOP edita vídeos para explicar qué hacer en el caso de encontrarse con uno de estos animales en el monte.
El reto es conjugar ese turismo con la conservación de la especie. “El 38% del Parque Natural de Somiedo son zonas de uso restringido por las que no pueden entrar los visitantes. Los miradores siempre están alejados para no interferir con los animales, y se especifica que no hay que hacer ruido ni molestarles. Y si aparece una osa con crías cerca de algún punto crítico, cerramos esa zona temporalmente a los visitantes”, comenta Alonso, director del parque. La información obtenida con el radiomarcaje también ayuda a saber por qué pasan por algunas carreteras o infraestructuras sobre las que luego se puede actuar. Palomero resume: “El oso se ha recuperado combatiendo la caza furtiva, preservando su hábitat, pero, sobre todo, con ese tesoro que es la aceptación social. Y eso no lo podemos perder. Por eso hay que seguir trabajando para evitar que se acostumbren a la presencia humana”.
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