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En un pesquero español en las Seychelles: ¿puede ser sostenible la captura industrial del atún?

La compañía vasca Echebastar es la primera del mundo en conseguir una certificación verde en su modalidad de pesca, que obliga a liberar vivos a tiburones y otras especies atrapadas en sus redes

Marineros del Jai Alai trasladan atún congelado en el buque hacia el puerto de Victoria (Seychelles). Encima de la cinta transportadora hay otra cinta para devolver al agua a los tiburones que caigan en las redes de pesca.Foto: RITU M. SINGH’ / MSC | Vídeo: EPV
Miguel Ángel Medina
Victoria (Seychelles) -

A las 6.30 de la mañana, el buque vasco Jai Alai entra en Victoria, capital de Seychelles. Sus casi 90 metros de eslora ocupan gran parte del puerto pesquero. Tras dos semanas pescando en el Índico, trae 569 toneladas de atún. Es uno de los 40 barcos españoles que faenan en estas aguas (27 bajo bandera española y el resto, seychellense), que suponen alrededor del 20% de las capturas totales de atún en este océano. Los grandes atuneros, que emplean alta tecnología para hallar capturas a cientos de kilómetros de distancia, han sido señalados por sus métodos de pesca industrial, pero ahora algunos tratan de adaptarse a los nuevos tiempos con un sello ecológico de pesca sostenible, el de la ONG MSC (Marine Stewardship Council), que les obliga a liberar vivos a tiburones y otras especies y cumplir otras medidas de conservación. El Instituto Español Oceanográfico y el centro de investigación AZTI consideran que estos esfuerzos suponen avances en sostenibilidad, mientras otras ONG señalan que la pesca industrial nunca puede considerarse sostenible.

Según datos del Ministerio de Agricultura, la flota de bandera española capturó 162.075 toneladas de pescado en el océano Índico en 2021, siendo este caladero el segundo del mundo en importancia para España, solo por detrás del Atlántico (530.528 toneladas) y por delante del Mediterráneo (62.087 toneladas). Además, a estas cifras habría que sumar los 13 barcos de capital español pero con bandera seychellense, de los que no hay datos. Algunos españoles llevan seis décadas faenando en ese océano, donde —a diferencia de en otros— se puede pescar atún todo el año.

Las mareas —cada incursión en el océano— suelen durar un mes, en las que un barco como este puede llegar a capturar hasta 1.300 toneladas de pescado. Esta vez, el Jai Alai ha tenido suerte y ha vuelto a puerto tan solo dos semanas después de partir. Al atracar, los marineros trabajan a destajo en el muelle de pesca —bajo la cubierta— y sacan los atunes congelados de unos enormes contenedores. La mayoría del pescado se descarga en Seychelles e Isla Mauricio, los puertos más cercanos, para ser enlatado, aunque una pequeña parte, el ultracongelado a 60 bajo cero, se envía a España.

El buque Jai Alai de Echebastar llega al puerto de Victoria, en Seychelles.
El buque Jai Alai de Echebastar llega al puerto de Victoria, en Seychelles. Ritu M. Singh’ / MSC

Estos atuneros suelen lanzar al agua dispositivos de concentración de peces (fads, por sus siglas en inglés), una especie de balsas que dan sombra y atraen a animales marinos. “Están hechos con un armazón de un par de metros para crear sombra y una cuerda, además de un peso. Cada fad está unido a una boya que tiene GPS y sonda, para que sepamos dónde está y qué cantidad de pescado hay debajo”, dice Alfonso Mouco, patrón del Jai Alai, mientras señala uno de estos artilugios que pende de una grúa en el exterior del barco: parece una balsa negra de la que cuelgan unas cuerdas.

En el puente de mando parece una nave espacial: está lleno de pantallas donde se aglutina toda la tecnología de estos buques. Jon Campos, primer oficial del buque, se detiene ante una: “Cada monitor localiza un fad y muestra cuánto pescado puede haber debajo. Si hay suficiente, vamos hasta allí. Entonces se lanza un remolcador con una red que tiene más o menos kilómetro y medio de largo y 250 metros de fondo, hace un círculo grande alrededor del fad y luego la red se cierra por abajo y se va acercando hacia el barco”.

Un dispositivo de concentración de peces (fads, por sus siglas en inglés) cuelga de una grúa junto al barco Jai Alai en el puerto de Victoria (Seychelles).
Un dispositivo de concentración de peces (fads, por sus siglas en inglés) cuelga de una grúa junto al barco Jai Alai en el puerto de Victoria (Seychelles). Ritu M. Singh’ / MSC

Las ONG más conservacionistas critican esa pesca a objeto o con sombra. “Con los fads no hay escapatoria posible para los atunes, que se suelen concentrar cerca”, señala por teléfono Pilar Marcos, responsable de Océanos de Greenpeace y bióloga marina. “Los buques llevan altísima tecnología para detectar a los peces y son muy autónomos, por lo que pueden estar mucho tiempo fuera y no queda una milla sin faenar, lo que impide la recuperación biológica de la especie”, prosigue. Además, denuncian que muchas otras especies quedan atrapadas en esas redes enormes.

José Luis Jáuregui, responsable de Sostenibilidad de Echebastar, la empresa vasca dueña del Jai Alai y de otros cinco buques en la zona (tres de bandera española y tres seychellense), contrapone: “Los fads sirven para ahorrar combustible y reducir la huella de carbono”. Admite, eso sí, que las críticas les llevaron a reunirse con varias ONG desde 2004 y replantearse su actividad para hacerla más respetuosa con el medio ambiente. En 2012, adoptaron un código de buenas prácticas que comparten con toda la flota española en el Índico.

José Luis Jaúregui, responsable de Sostenibilidad de Echebastar, en el buque Jai Alai, atracado en Seychelles.
José Luis Jaúregui, responsable de Sostenibilidad de Echebastar, en el buque Jai Alai, atracado en Seychelles.Hannah Maule-Ffinch / MSC (Hannah Maule-ffinch/MSC)

Ese código obliga a devolver al mar lo antes posible a las especies capturadas no objetivo, aunque no estén protegidas: tiburones, rayas, tortugas marinas… Cuando la red sube al barco cargada de atunes y se comprueba que, por ejemplo, hay un tiburón sedoso en ella, se coge por la aleta y se devuelve al agua directamente, tal y como muestran con un vídeo. Observadores científicos de AZTI se encargan de verificar que se cumple, de forma presencial o telemática: cada buque lleva tres cámaras, dos enfocando a la cubierta y una a la proa. Las imágenes también las revisa la Autoridad Pesquera de Seychelles, en este caso para comprobar que las capturas se ajustan a lo que marca la normativa.

Vídeo: EPV

Otro de los vídeos de la empresa vasca muestra cómo actúan cuando un tiburón ballena queda atrapado en la enorme malla: bajan los flotadores de la red para dejar que salga nadando por sus propios medios, a pesar de que así pierden gran parte de los atunes capturados. De hecho, según su experiencia, es más probable que los tiburones ballena entren en la red cuando se hace pesca libre que cuando pescan en fads.

José Ramón Sampedro, capitán del Jai Alai, en Seychelles
José Ramón Sampedro, capitán del Jai Alai, en SeychellesRitu M. Singh’ / MSC.

En 2018, Echebastar se convirtió en la primera pesquería industrial con fads que se certificó con el sello azul de MSC, que evalúa 28 criterios científicos para minimizar el impacto ambiental y evitar la sobrepesca. “Ese sello tiene mucho reconocimiento en Francia, Reino Unido y Alemania. Nuestros clientes ingleses nos convencieron para certificarnos”, comenta Jáuregui en el puerto de Victoria. El 14% de la pesca mundial está ya certificada con este sello, según datos de la ONG, una cifra que se eleva al 39% en el atún. En España, por ahora, se mira poco: tan solo el 2% de las 109.000 toneladas de atún consumidas allí en 2020 contaban con esta certificación, si bien el 44% de los consumidores dice conocer los sellos de alimentación sostenible. La organización de consumidores OCU lo ve como el sello de sostenibilidad más fiable en su ámbito, pero otras organizaciones como la ONG francesa Bloom lo critican por insuficiente y por permitir certificar como sostenibles métodos destructivos como las redes de arrastre.

¿Pesca industrial sostenible?

Alberto Martín, responsable de pesquerías de MSC —que invitó a varios medios, entre ellos EL PAÍS, a conocer la situación de la pesca en Seychelles—, recoge el guante en el mismo puerto: “MSC es una organización ecologista que busca unos océanos más saludables que sirvan de riqueza para esta generación y las siguientes. La pesca tradicional tiene mejor fama, pero lo que hay que arreglar precisamente es la pesca industrial, por eso nosotros trabajamos con este tipo de pesquerías para intentar mejorarlas y cambiar las cosas”.

Entre los criterios para certificarse están que haya suficientes ejemplares en la zona, que las flotas minimicen sus impactos ambientales —tanto de las especies que pescan como de las demás— y protejan los hábitats y que sean transparentes con sus datos. Certificarse supone ser más exigentes a la hora de liberar especies no objetivo o limitar el número de fads por barco, por ejemplo, además de llevar siempre un observador independiente a bordo. “Un equipo de científicos auditan todos los aspectos y ponen notas. La certificación es un proceso largo y costoso”, continúa Martín. A Echebastar le ha costado 12 años lograrla. Y solo para el atún listado, ya que que el de aleta amarilla se encuentra sobrepescado en este océano.

De hecho, la principal misión de MSC es acabar con la sobrepesca, que afecta ya a un tercio de los caladeros mundiales. Hace unas semanas se conocieron sendos informes de las ONG OceanMind y Blue Marine Foundation que acusan a los buques europeos —certificados o no— de apagar su sistema de posición para pescar en áreas no autorizadas del Índico. Tanto MSC como Echebastar niegan esas acusaciones, alegando que cada barco tiene dos sistemas de posición (AIS y VMS) y que, si bien el primero se puede apagar por razones de seguridad (para evitar piratas), el segundo no se puede apagar nunca y siempre es controlado por la autoridad pesquera europea o de la zona. Pescar fuera del área asignada supone que te retiren la licencia de pesca.

Los marineros del Jai Alai descargan atún congelado en el puerto de Victoria, en Seychelles.
Hannah Maule-ffinch (Hannah Maule-ffinch/MSC)

“Los atuneros tienen mala prensa porque es fácil atacar a los grandes, sobre todo ahora que son más transparentes”, cuenta desde Málaga José Carlos Báez, investigador del Instituto Español Oceanográfico (IEO) encargado de la pesquería del atún en la zona. “Pero la flota española ha mejorado mucho sus estándares y cuidan cada vez más del medio ambiente, algo de lo que no se preocupan las flotas asiáticas. Y partimos del punto de que la pesca es necesaria para la sostenibilidad alimentaria de Europa y de África”, continúa. En su opinión, el Índico “es el océano que mayor producción tiene del mundo y nuestros pescadores están cada vez más concienciados de que su producto tiene que ser sostenible y regido por las buenas prácticas, en las que les asesoramos”.

Materiales biodegradables

Josu Santiago, del centro de investigación AZTI, explica desde el País Vasco que ese centro está desarrollando fads biodegradables para el Índico en colaboración con la industria pesquera española. “Todavía tenemos que buscar materiales idóneos y resistentes, pero cada vez se avanza más en este sentido”, apunta. Los buques españoles ya usan esos fads, con un 70% de materiales que se degradan y que ya no son enmallantes, un modelo que antes afectaba mucho a las tortugas marinas. Santiago considera que “cualquier pesca puede ser sostenible si se hace con racionalidad, también la industrial”.

Marineros del Jai Alai sacan una red con atún listado pescado en el Índico para trasladarla a una fábrica de conservas de la isla.
Marineros del Jai Alai sacan una red con atún listado pescado en el Índico para trasladarla a una fábrica de conservas de la isla. Ritu M. Singh’ / MSC

Otro proyecto financiado por Echebastar consiste en investigar qué daño producen los fads que se pierden en hábitats sensibles. “Estamos en la isla D’Arros de Seychelles realizando inmersiones para evaluar el impacto de algunos fads que han acabado en una barrera de coral”, dice Santiago. Una labor similar la realiza FadWatch, financiada por la patronal Opagac —que aglutina a los grandes atuneros españoles—, tal y como explica en Victoria Jan Robinson, portavoz de la ONG: “Tenemos una herramienta digital que alerta cuando se acerca un fad a unas tres o cuatro millas de la costa de cualquiera de las islas, y personal de ONG locales en muchas de ellas para salir a interceptarlos antes de que lleguen a los arrecifes”. Algunos estudios hablan de que los dispositivos que se pierden pueden estar entre un 10% y un 20%, aunque no hay cifras oficiales. Los ecologistas critican que estos objetos dañan los ecosistemas.

Santiago, de AZTI, señala que también están diseñando nuevas herramientas de liberación de animales no objetivo capturados, como parrillas para las mantas, canaletas para los tiburones… Con esta última especie, han hecho un proyecto para poner marcas electrónicas a tiburones capturados y liberados. “Se pensaba que la supervivencia rondaba el 20%, pero hemos comprobado que llega al 50% y además las marcas electrónicas nos dan datos interesantes sobre el comportamiento de los escualos”, prosigue.

De vuelta al Jai Alai, atracado en el puerto de Victoria, José Ramón Sampedro, capitán del barco, resume así la polémica: “La pesca industrial tiene que existir. Pero esto es como todo, si todos los barcos cumplieran con las normas como nosotros sería una actividad sostenible al 100%. Nosotros estamos concienciados de que si no cuidamos lo que tenemos no va a quedar nada para nuestros hijos”. En unos minutos, el buque zarpará de nuevo hacia el Índico en busca del preciado atún tropical.

La pesca, casi un 30% del PIB de Seychelles

La pesca supone entre el 20% y el 30% del PIB de Seychelles, según explica el ministro de Pesca del archipiélago, Jean-François Ferrari, en su despacho en Victoria: “Obtenemos ingresos tanto de las licencias de pesca como, sobre todo, de la actividad económica de los barcos en nuestras aguas y en nuestros puertos, que incluyen combustible, actividad portuaria, industria conservera, reparación de redes y otros servicios auxiliares”. En su opinión, “la sostenibilidad es muy importante, y sabemos que en el futuro importará más todavía. Los caladeros están bajo presión y sabemos que la certificación permite una pesca más sostenible. Y si tiene una buena certificación, entonces tiene un buen producto para vender y, por lo tanto, la rentabilidad es mejor”. Admite que por ahora certificaciones como la de MSC no computan a la hora de repartir las cuotas pesqueras, pero apunta a que desde el Gobierno están alentando a las compañías a certificarse.

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Sobre la firma

Miguel Ángel Medina
Escribe sobre medio ambiente, movilidad —es un apasionado de la bicicleta—, consumo y urbanismo, entre otros temas. Licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense, ha publicado el libro ‘Madrid, preguntas y respuestas. 75 historias para descubrir la capital’. 

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