Tres ecólogos reciben el Premio Fronteras por sus aportaciones al diseño de ciudades sostenibles y áreas protegidas
Las investigaciones de Simon Levin, Lenore Fahrig y Steward Pickett han introducido la dimensión espacial en la ecología y han permitido gestionar los entornos teniendo en cuenta la interrelación entre los sistemas humanos y naturales
El XIV Premio Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento en Ecología y Biología de la Conservación ha recaído en los ecólogos Lenore Fahrig, catedrática de Biología de la Universidad de Carleton (Canadá); Simon Levin, catedrático de Ecología y Biología Evolutiva en la Universidad de Princeton (EE UU), y Steward Pickett, investigador en el Instituto Cary de Estudios de Ecosistemas (EE UU), por su desarrollo de la ecología espacial en el sentido de la relación que existe entre el territorio y las formas de vida. Consiste en gestionar la “interacción entre los sistemas humanos y naturales”. Sus estudios muestran el valor que los hábitats de menor tamaño tienen en sí mismos y como ejemplos que se pueden aplicar en territorios de mayores dimensiones. Estos elementos son imprescindibles para diseñar áreas naturales protegidas, trazar las carreteras y proyectar ciudades sostenibles.
Levin ha introducido el desarrollo matemático para analizar ecosistemas complejos y localizar patrones comunes aplicables a diferentes escalas espaciales, mientras que Fahrig estudia los impactos de la fragmentación del hábitat y la pérdida de conectividad entre esos hábitats y su impacto en la biodiversidad. Pickett, uno de los padres de la ecología urbana, se centra en estudiar cómo conservar la biodiversidad de ciudades en las que se concentra cada vez más población. Porque la biodiversidad es imprescindible para el buen funcionamiento del planeta y comprender cómo afecta el espacio físico a la dinámica de los ecosistemas y a la vida de los organismos “es fundamental”, indica Pedro Jordano, profesor de investigación en la Estación Biológica de Doñana y secretario del jurado. Los espacios y su gestión influyen por ejemplo en las migraciones, en la capacidad de adaptación de las especies o en el impacto de la huella humana en el ecosistema.
Para los investigadores galardonados es imprescindible conectar lo que ocurre a pequeña escala con lo que sucede en regiones más amplias e incluso globalmente. Fue Simon Levin quien marcó un hito en la ecología espacial con su artículo The Problem of Pattern and Scale in Ecology, que explica cómo se integran las distintas escalas espaciales, desde áreas locales a continentes. “Los investigadores empezamos en espacios pequeños, como una charca, pero tenemos que entender procesos a escala planetaria”, concreta Jordano.
Levin ha comentado, tras conocer el fallo del jurado, que la biodiversidad “es fundamental”, pero para poder entender que está en riesgo y buscar soluciones “tenemos que comprender los mecanismos que mantienen la diversidad biológica”. Levin ha desarrollado el armazón teórico y los modelos que faltaban “para entender cómo el espacio físico influye en la dinámica de los ecosistemas y en la vida de los organismos”. Y eso es la base de los estudios que explican los procesos de fijación de carbono por parte de los bosques, cómo se reparten la vida animal y vegetal en la tierra, las migraciones de animales o la dispersión de las plantas, cómo se estructuran y relacionan las poblaciones entre sí, o cómo los procesos de degradación de la naturaleza crean barreras infranqueables y por lo tanto causan situaciones de aislamiento.
Lenore Fahrig, catedrática de Biología de la Universidad de Carleton (Canadá) explica que estudian “cómo el reparto del territorio, las distintas manchas que ves desde un avión, influye en la vida de los organismos”. Su trabajo investiga el papel fundamental de las redes de carreteras y de las pequeñas áreas de conservación en la distribución y abundancia de las especies. Una de las conclusiones del trabajo de Fahrig se centra en el valor de las zonas pequeñas, porque si están bien conectadas pueden ayudar a conservar la biodiversidad. “Creo que no hay justificación alguna para poner una especie en peligro porque queremos obtener beneficios económicos a corto plazo. Sabemos cómo reducir nuestros impactos, y lograrlo es una cuestión de tomar conciencia del valor de la naturaleza y de otras especies”, añade.
Pickett ha desarrollado el campo de la ecología urbana y ha trabajado con especialistas en arquitectura, urbanismo, arte, sociología y economía. Pickett concibe las ciudades “como mosaicos con muchas capas: la capa construida —los edificios, las carreteras, las infraestructuras…—, pero también la capa de las políticas, las normas. Está la capa de las diferencias sociales −de clase, étnicas…−, y la capa verde, la parte ecológica: el reciclaje de nutrientes, la regulación del clima o el flujo de agua. Abordo la planificación urbana integrando todas estas capas”.
Para Pickett, es necesario invertir las prioridades en el urbanismo actual. Porque “ahora las ciudades están diseñadas para los coches” y hay que pensar en “ciudades como lugares en los que la biología tiene que funcionar y la biodiversidad tiene que prosperar, para realizar funciones útiles para el control del clima, del agua e incluso para cuidar la salud física y psicológica de las personas”.
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