¿Pueden los conflictos emocionales de la infancia estancar el crecimiento?
Los trastornos emocionales ocurridos en la niñez podrían causar un fracaso de crecimiento, tal y como planteó el pediatra norteamericano Nathan B. Talbot en 1947


Peter Pan, el niño que se negó a seguir creciendo, es un personaje que permanece en nuestro imaginario desde la niñez. Bien mirado, puede ser el ejemplo más estimulante que podemos encontrar en lo que toca a rebeldía infantil. Sospechamos que su autor, el escocés James Matthew Barrie (1860-1937), lo creó para dar salida al conflicto que albergaba en su interior desde edad temprana. Porque, cuando apenas contaba seis años, recibió el impacto de la trágica muerte de su hermano —siete años mayor que él— en un accidente, patinando sobre hielo; un trauma del que no se recuperaría y que se fue agigantando a medida que su altura se detuvo. Con el paso de los años, J. M. Barrie llegó a medir poco más de metro y medio. No creció más. Fue diagnosticado de enanismo psicosocial, un síndrome cuyo origen revela, en el caso de J.M. Barrie, el haber sido criado en condiciones emocionales adversas desde que ocurrió la tragedia de su hermano David.
A partir del momento en que tiene lugar el trauma, los mecanismos fisiopatológicos implicados en el crecimiento físico de J.M. Barrie se pusieron en marcha, obligándolo a aceptar la parte más siniestra de una madre en tensión que lo llamaba David, como si su hermano no hubiese muerto y él fuese su hermano. El golpe estaba servido y el creador de Peter Pan dejó de crecer tras recibirlo, encontrando en el polvo de estrellas la sustancia mágica para elevarse a las alturas y llegar al país de Nunca Jamás. De esta manera, la fantasía vino en su ayuda para superar el conflicto.
Con todo, el denominado “enanismo psicosocial” tiene una raíz hipotética. Según la hipótesis más aproximada a la materia científica que data de 1947 —y a partir de la cual se avanzó en la experimentación— los trastornos emocionales podrían causar un fracaso de crecimiento, tal y como planteó el pediatra norteamericano Nathan B. Talbot, expresando un cuadro clínico poco investigado hasta ese momento y que se caracteriza por un retraso del desarrollo. El origen de la anomalía reside en la privación afectiva, una carencia que repercute en el sistema endocrino, en especial en la hormona del crecimiento (GH) que es segregada por la glándula pituitaria, “glándula maestra” del tamaño de un guisante y que Aristóteles —de manera equivocada— creía que originaba la flema que se exterioriza por la nariz. Esto es algo que hoy nos puede resultar un asunto de fantasía, pero que, en los tiempos de Aristóteles, se tomaba por válido. Entonces la ciencia médica estaba sin desarrollar en lo que se refiere a la relación efecto-causa de muchos de nuestros órganos.
Es fácil hacerse a la idea de lo mal que lo tuvo pasar James Matthew Barrie, y cómo, para defenderse y seguir creciendo interiormente, echó a volar su imaginación, consiguiendo escapar de un ambiente familiar sórdido y opresivo, creando con su fuga un personaje libre con voz crítica; la rebeldía de Peter Pan contra el mundo de los adultos lo convertirá en su compañero invisible.
En un arranque de generosidad, J. M. Barrie nos lo regaló. Con este gesto, nos hizo ver que nacemos poetas y que los conflictos emocionales mal encarados pueden llevarnos a perder la rima. Por eso, Peter Pan siempre acudirá en nuestra ayuda para indicarnos el camino al país de Nunca Jamás una vez hayamos alcanzado lo más alto del cielo, y hayamos girado en la segunda estrella a la derecha.
El hacha de piedra es una sección donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad científica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento.
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