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Los asientos junto a Bezos y su hermano en el viaje espacial de la ‘New Shepard’ se venden por 28 millones de dólares

El vuelo suborbital del cohete de la compañía Blue Origin, del fundador de Amazon, tiene prevista su salida el 20 de julio, aniversario de la llegada a la Luna

Rafael Clemente
El magnate estadounidense Jeff Bezos, fundador de Amazon y de Blue Origin, la empresa dueña de 'New Shepard', la nave con la que viajará al espacio con turistas en julio.
El magnate estadounidense Jeff Bezos, fundador de Amazon y de Blue Origin, la empresa dueña de 'New Shepard', la nave con la que viajará al espacio con turistas en julio.

El club de turistas espaciales ha sido una comunidad muy reducida: tan solo ocho miembros que han pagado por la experiencia entre 20 y 30 millones de dólares. Las ofertas turísticas que se están preparando ahora son vuelos suborbitales, o sea, de una duración de poco más de un cuarto de hora y entre cinco y siete minutos de ingravidez, el gran atractivo de esa experiencia. El primer viaje previsto es el de la cápsula de Blue Origin, la compañía de Jeff Bezos (fundador de Amazon), que ha desarrollado el cohete New Shepard para este nuevo turismo. Para el primer vuelo, Bezos ha subastado este sábado cuatro asientos en la que han participado más de 5.000 candidatos procedentes de 143 países. Arrancó la puja en 4.800.000 dólares, pero en diez minutos y tras un vendaval de ofertas, la operación ha terminado cerrándose en 28 millones. Bezos y su hermano ya figuran en la lista de pasajeros confirmados para un lanzamiento que, si todo va bien, será el 20 de julio, una fecha simbólica al ser el aniversario de la llegada a la Luna.

El nombre del ganador no se ha hecho público. Pero se desvelará pronto, cuando reciba el primer y breve entrenamiento antes de subir a la cápsula. El aspirante a astronauta ha pagado casi un 50% más de lo que desembolsó Dennis Tito (el primer turista espacial) hace 20 años.

Tito no lo tuvo fácil. Lo empezó a intentar con la agencia rusa Roscosmos para contratar un viaje —y estancia— en la Estación Espacial Internacional, que estaba en fase de construcción. Los 20 millones que ofrecía eran una oferta muy golosa para el programa espacial ruso, que por entonces pasaba muy serias dificultades económicas.

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Pero la NASA no vio el proyecto con buenos ojos. Le parecía una aventura poco seria sin más objetivo que satisfacer el ego de un millonario. Hasta el punto que cuando se presentó en Houston para completar su entrenamiento junto a los dos cosmonautas rusos que debían acompañarle, la NASA le negó el acceso a sus instalaciones.

Hizo falta mucha presión por parte de las autoridades rusas para conseguir que la NASA autorizase el viaje. Tuvo lugar en abril de 2001, a bordo de una cápsula Soyuz. Oficialmente, Tito debía limitar su estancia a la sección rusa de la ISS (Estación Espacial Internacional, por sus siglas en inglés) y en todas sus visitas a los módulos estadounidenses debería ir acompañado por un astronauta autorizado.

A Dennis Tito le siguieron otros turistas, siempre ocupando el asiento de invitados en una Soyuz

A Tito le siguieron otros turistas, siempre ocupando el asiento de invitados en una Soyuz. En general, se trataba de empresarios relacionados con finanzas o, más comúnmente, con compañías tecnológicas. El segundo, por ejemplo, fue Mark Shuttleworth, director de la compañía creadora de la versión Ubuntu, de Linux; el cuarto fue una mujer —Anousheh Ansari—, patrocinadora del premio del mismo nombre para quien pudiera realizar dos vuelos suborbitales con la misma nave en un plazo de 15 días; sin olvidar a Charles Simony, el ingeniero coordinador del desarrollo del Office de Microsoft, que pagó de su bolsillo dos viajes a la ISS en 1997 y 2009. Para entonces, la NASA ya se había acostumbrado o, al menos, resignado, a compartir la estación con turistas adinerados.

John Glenn volvió al espacio en 1998 a alegando que era una gran ocasión para estudiar los efectos del vuelo orbital en una persona de 77 años. Uno de sus compañeros en esa aventura fue Pedro Duque

Cierto que la agencia estadounidense tenía programas similares, como el que pretendía enviar un maestro de secundaria a bordo del transbordador espacial. Lo hizo con Christa McAuliffe, tripulante del Challenger en su último y desastroso vuelo. Esa trágica experiencia fue el principal argumento para negar autorización para que volasen otros civiles. Aunque para entonces ya lo habían hecho un par de senadores en activo. Otro más —el exastronauta John Glenn— también aprovecharía para volver al espacio en 1998 antes de dejar su cargo, alegando que aquello era una gran ocasión para estudiar los efectos del vuelo orbital en una persona de 77 años. Por cierto, que uno de sus compañeros en esa aventura fue Pedro Duque.

‘New Shepard’

El New Shepard de Blue Origin, cuyo nombre homenajea al que fuera primer astronauta americano (Alan Shepard, en 1961), es un cohete relativamente modesto, apto solo para vuelos suborbitales. Ha volado 15 veces, todas con éxito, desde las instalaciones que Blue Origin tiene en Texas, dentro de una gran parcela de terreno privado. Su interior ofrece 15 metros cúbicos de espacio, el doble que una cápsula Apollo de las que fueron a la Luna. Puede llevar seis pasajeros, cada uno acomodado en un asiento individual junto a una enorme ventanilla para que disfrute del paisaje sin tener que pelear con otro viajero.

El cohete impulsará la cápsula a unos 30 kilómetros de altura. Ahí la dejará libre para que continúe por su propia inercia hasta los 100 kilómetros, donde oficialmente comienza el espacio. Los ocupantes podrán soltarse los cinturones de seguridad y flotar durante unos minutos. No necesitarán escafandras, puesto que la nave está presurizada, como un avión convencional. Dentro se han previsto unas agarraderas para facilitar los movimientos en microgravedad y también unas pantallas electrónicas que muestren los parámetros del vuelo y, cuando llegue el momento, el aviso de “regresen a sus asientos”.

El lanzamiento, si todo va bien, será el 20 de julio, otra fecha simbólica: Será el aniversario de la llegada a la Luna

Una vez en el ápex de su trayectoria, la cápsula caerá a plomo hasta que despliegue sus tres grandes paracaídas diseñados en una combinación de azul y rojo de emergencia, para facilitar su localización. Aunque no irá lejos; según sople el viento, irá a posarse en el desierto a, como mucho, unos cientos de kilómetros de distancia. Entretanto, el cohete ya habrá aterrizado cerca de la plataforma de lanzamiento, a punto para repostar y emprender un nuevo vuelo.

Las ambiciones de Blue Origin no terminan aquí. En el tablero de diseño tiene otros dos cohetes, más potentes: Uno es el New Glenn, como homenaje a John Glenn, el primer estadounidense en orbitar la Tierra. Si el nombre quiere decir algo, ese cohete debería ser capaz de satelizar cápsulas o de enviarlas hasta la estación espacial internacional. El otro modelo, aún en proyecto, se llamará New Armstrong. No hace falta mucha perspicacia para suponer cuál se pretende que sea su objetivo.

Además de Bezos, SpaceX, la empresa de Elon Musk, fundador de Tesla, ya ha anunciado la primera misión en la que participarían cuatro civiles, ya seleccionados para la misión Inspiration4. El otro competidor de Bezos, el multimillonario británico Richard Branson, dueño de la compañía espacial Virgin Galactic, planea realizar un vuelo al espacio este año, pero aún no ha anunciado la fecha concreta.

Rafael Clemente es ingeniero industrial y fue el fundador y primer director del Museu de la Ciència de Barcelona (actual CosmoCaixa). Es autor de Un pequeño paso para [un] hombre (Libros Cúpula).

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Sobre la firma

Rafael Clemente
Es ingeniero y apasionado de la divulgación científica. Especializado en temas de astronomía y exploración del cosmos, ha tenido la suerte de vivir la carrera espacial desde los tiempos del “Sputnik”. Fue fundador del Museu de la Ciència de Barcelona (hoy CosmoCaixa) y autor de cuatro libros sobre satélites artificiales y el programa Apolo.

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