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El herbario de Emily Dickinson, entre la ciencia y la poesía

En 1845, la escritora estadounidense recolectó, prensó y clasificó 424 especies de flores en una zona rural de Massachusetts. Hoy, el manuscrito es una fuente de investigación para botánicos y naturalistas de todo el mundo

Fotografía de una de las páginas del herbario de Emily Dickinson / Universidad de Harvard
Fotografía de una de las páginas del herbario de Emily Dickinson / Universidad de Harvard
Juan Miguel Hernández Bonilla

Otros pies caminan mi jardín,

otros dedos remueven la tierra,

un trovador sobre el olmo

traiciona la soledad.

Otros niños juegan sobre el césped,

otros cansados duermen debajo,

y aun así regresa la pensativa primavera,

¡Y aun así la nieve puntual!

El herbario de Emily Dickinson, conservado en la biblioteca de libros raros de la Universidad de Harvard y digitalizado recientemente para la consulta del público, contiene 424 especímenes de flores silvestres de la zona rural de Massachusetts, Estados Unidos, ordenados en 66 páginas con el sistema de clasificación de Linneo. El manuscrito original, que tiene el lomo verde y los nombres de las plantas escritos a mano en latín botánico con la elegante caligrafía de Dickinson, se terminó de hacer en 1845, cuando la poeta tenía apenas 14 años. Con el paso del tiempo, este herbario desconocido para la mayoría de críticos literarios se convirtió en un documento científico que ha servido de investigación para muchas generaciones de biólogos y naturalistas en el mundo.

Con motivo de la conmemoración de los 190 años del nacimiento de la poeta estadounidense celebrados este diciembre, Inés Álvarez, científica titular en el Real Jardín Botánico de Madrid, cuenta por teléfono que el herbario de Dickinson es un documento “extraordinario para la época”. “Conseguir una colección de este calibre”, dice Álvarez, “con el mimo y el cuidado con la que está hecha es sorprendente, sobre todo si se tiene en cuenta que es la obra de una adolescente de principios del siglo XIX”.

De acuerdo con la científica, especializada en la biología evolutiva de las plantas, los especímenes que Dickinson recolectó, ordenó y prensó para su herbario se conservan en condiciones casi ideales. “Ella era naturalista, le gustaban las plantas, pero también los insectos, las mariposas y los pájaros”, afirma Álvarez. Y continúa: “Creo que dejó un legado importante para la botánica. Su herbario es un catálogo de las flores que crecían o se cultivaban en una zona específica de América del Norte, que sirve para que los científicos hagamos estudios y comparaciones”.

El herbario de Dickinson se conserva en buen estado en la Biblioteca de libros raros de Harvard.
El herbario de Dickinson se conserva en buen estado en la Biblioteca de libros raros de Harvard.

Aunque la faceta científica de la escritora ha sido históricamente opacada por su calidad literaria, varios artículos académicos de las últimas décadas reconocen que en el herbario de Dickinson ya estaba contenida su capacidad poética y su amor por la naturaleza. Richard B. Sewall, pensador norteamericano experto en la vida y obra de Dickinson, escribió en un artículo publicado en la revista de Harvard: “En el cuidado que Emily tuvo en su herbario, en el preciso conocimiento botánico que muestra y en la fina composición de cada página, la inclinación de su naturaleza es clara: fue una creadora desde el principio”.

La escritora María Popova cuenta en un artículo de la revista Brain Pickings que la poeta norteamericana comenzó a estudiar botánica a los nueve años y a ayudar a su madre en el jardín a los doce. Cuando inició sus cursos en la escuela Mount Holyoke en su adolescencia, se acercó a la botánica con rigor científico. De acuerdo con Popova, Mary Lyon, la fundadora y primera directora de la escuela, fue una apasionada botánica, entrenada por el famoso educador y horticultor Dr. Edward Hitchcock. “Aunque Lyon animó a todas sus niñas a recolectar, estudiar y conservar las flores locales en los herbarios, el de Dickinson fue una obra maestra de una exactitud poco común y una belleza poética”.

Daguerrotipo de la joven Emily Dickinson
Daguerrotipo de la joven Emily Dickinson

Este herbario, que comienza con un jazmín blanco común y culmina con un racimo de flores de un romero azul, es un documento científico que permite aproximarse con rigurosidad a la vegetación de la zona y es una primera herramienta para trazar el origen desconocido de muchas especies no nativas. Álvarez insiste en que la identificación botánica de los más de 400 especímenes es acertada. “Es cierto que muchos nombres cambian con el tiempo, pero todos los sinónimos usados por Dickinson son correctos para la ciencia”, dice la científica. “Gracias al herbario, podemos saber, por ejemplo, que en el jardín de su finca había cannabis sativa, cáñamo o marihuana”.

Para la investigadora del Jardín Botánico de Madrid, el herbario de Dickinson, a diferencia de la recolección científica clásica, no tiene anotadas las fechas ni la ubicación exacta de las plantas. Además, la poeta no prensó los especímenes completos, con las raíces y los tallos. “En la mayoría de los casos, Dickinson solo clasificó las hojas y las flores. Entonces, si los científicos de ahora quieren hacer mediciones del tamaño o del momento de floración no tienen cómo comparar”.

Emily Dickinson, reconocida por sus poemas como uno de los pilares de la literatura moderna estadounidense junto con Edgar Allan Poe, Ralph Waldo Emerson y Walt Whitman, usó una técnica de recolección y prensa de las plantas muy similar a la que usan los estudiantes de botánica en la actualidad. Álvarez explica que probablemente Dickinson “envolvió las flores en hojas de papel periódico o en un material similar antes de pasarlas a las cartulinas del herbario. Por encima y por debajo de la planta envuelta, Dickinson debió haber puesto almohadillas de material secante para que absorbieran la humedad, igual que se hace ahora”.

Para hacer una pradera es necesario un trébol y una abeja-

Un trébol, y una abeja.

Y un ensueño.

Bastará solo con el ensueño,

si abejas hay pocas.

El herbario de Dickinson es uno de los primeros documentos de botánica realizados por una mujer joven en la era victoriana. “Emily era una mujer rebelde, especial, íntima, que no se relacionaba mucho con el mundo exterior, que no viajó y no tuvo amantes conocidos, pero a quien le interesaba mucho la ciencia y la belleza de la naturaleza”, dice Álvarez. Y añade: “No conozco mujeres de la época con inquietudes similares. Hay científicas, pero esta mezcla de sensibilidad por lo natural, por la ciencia materializada en la poesía y en el arte no era muy común”. Más de dos tercios de las cartas de Dickinson a familiares y amigos, y un tercio de sus poemas tienen a las flores como tema principal.

La editorial Ya lo dijo Casimiro publicó por primera vez en noviembre de 2020 un libro que reúne las fotografías completas del herbario, acompañadas por una antología botánica de poemas que giran en torno a las plantas, los árboles y las flores, en edición bilingüe y con traducción de Eva Gallud. De acuerdo con los editores, los poemas incluidos “recorren los bosques en mitad de la noche, trepan a los árboles, encuentran pájaros dormidos y recolectan flores y hojas a diario para convertirse en un registro del entorno, una radiografía de lo que observa su mirada y acaricia con la yema de sus dedos”.

Las hojas, como las mujeres, intercambian

astutas confidencias;

unos cuantos saludos, y unas cuantas

portentosas conclusiones,

En ambos casos las partes

disfrutan del secreto,

compacto e inviolable,

a la visibilidad.

*Los poemas fueron tomados del libro Emily Dickinson, Herbario y antología poética. La traducción es de Eva Gallud.

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Sobre la firma

Juan Miguel Hernández Bonilla
Periodista de EL PAÍS en Colombia. Ha trabajado en Materia, la sección de Ciencia de EL PAÍS, en Madrid, y en la Unidad Investigativa de El Espectador, en Bogotá. En 2020 fue ganador del Premio Simón Bolívar por mejor reportaje. Estudió periodismo y literatura en la Universidad Javeriana.

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