Por qué los padres tienen un papel esencial en el desarrollo cognitivo de algunos animales
Un estudio sugiere que la presencia parental a largo plazo está estrechamente asociada con una mayor densidad de neuronas
“Se necesita una aldea para criar a un niño”. Este proverbio africano resulta muy pertinente para hablar de animales, según Michael Griesser, investigador del Departamento de Biología de la Universidad de Konstanz (Alemania). Muchas especies, al igual que los seres humanos, necesitan estar rodeados de padres o familiares para desarrollar un mejor sistema cognitivo, una mayor plasticidad del comportamiento o, en otras palabras, más inteligencia. Es lo que recuerda un estudio reciente publicado en Philosophical Transactions que ha recopilado datos sobre córvidos, una de las familias de aves más inteligentes conocida por su percepción numérica. Una de las sugerencias del análisis es que la presencia parental a largo plazo está estrechamente asociada con una mayor densidad de neuronas en el cerebro de algunos polluelos que fomentan sus habilidades, aunque faltan más investigaciones en entornos naturales y sobre otras especies.
El objetivo de Natalie Uomini, principal autora del trabajo e investigadora en el Instituto Max Planck para la Ciencia de la Historia Humana en Alemania, era subrayar la importancia del papel de los padres y de su interacción con las crías en su desarrollo. Los expertos compararon el comportamiento de dos especies que, pese a ser de la misma familia (Corvidae), viven en condiciones muy distintas: el arrendajo siberiano, que está acostumbrado al clima muy frío de Suecia y a vivir en la nieve, y el cuervo de Nueva Caledonia, propenso a vivir en la selva tropical. “Lo que más nos sorprendió”, relatan los dos investigadores por videollamada, “es que estos dos pájaros tuviesen tanto en común”. “Cuando miras de lejos, los dos utilizan el mismo mecanismo”, afirman.
Para Griesser es evidente que el ambiente también brinda oportunidades de aprendizaje, aspecto que se aplica a muchas especies. “Pero cuanto más tiempo permanezcan los ejemplares con sus padres, más tiempo tendrán un entorno social seguro y bases para la formación cultural sin otras preocupaciones que esa. El vínculo entre los padres y nuestra propia evolución histórica es mucho más fuerte de lo que pensamos”, insiste el experto.
Memoria de elefante
Tanto el cuervo como el arrendajo son consideradas especies inteligentes, es decir, con capacidad de adaptación, aprendizaje y supervivencia, Se quedan hasta los cuatro años siguiendo los pasos de sus padres y los dos pájaros tienen un cerebro relativamente grande y pueden, por ejemplo, construir herramientas para ir a buscar insectos en los árboles, al igual que hacen los elefantes con las ramas. Estos mamíferos son una referencia para la comunidad científica por vivir en familia, como los delfines o las orcas. Uomini lo confirma y añade que tienen un cerebro “enorme” y una memoria “increíble”. “Los elefantes también tienen un cuidado parental muy largo y muchas interacciones sociales, lo que también puede tener un efecto sobre su desarrollo mental. Pero faltan estudios todavía”, advierte tras mencionar un artículo muy denso de 1976 sobre la evolución de animales que recopila tácticas parecidas en murciélagos, cetáceos y pájaros.
Sobre los elefantes, Daniel Sol Rueda, experto en el desarrollo cognitivo animal en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) en el CREAF, habla de un “típico ejemplo de estrategia vital en la cual, la inteligencia es importante”. Este mamífero tiene un desarrollo muy lento y pasa mucho tiempo con su madre. Durante este periodo, aprende a distinguir una gran variedad de alimentos. “Sabe qué hojas son buenas y cuáles son tóxicas”, asegura Sol. Las madres también tienen que enseñar a los pequeños elefantes cómo y dónde beber agua. “Viven en sabanas, en zonas desérticas, donde el agua es muy escasa. Tienen que viajar mucho para encontrarla y saben perfectamente los lugares donde la hay”, añade.
Larga vida y estrategia viable
El investigador español explica que este desarrollo de habilidades se debe a la larga existencia de la especie en cuestión: “Al tener una vida larga, tienen más tiempo para aprender. Además, se exponen a cambios y tienen que aprender a enfrentarlos”. El investigador asegura que pasa algo parecido con el ser humano. “El coste del aprendizaje se compensa con el uso. Lo que permite el cerebro grande, el número de neuronas y la capacidad de aprendizaje es protegernos del entorno”, comenta.
Para Alex Richter-Boix, biólogo doctorado en ecología evolutiva y divulgador científico en el CREAF, el hecho de que haya otros organismos que sigan el mismo proceso evolutivo demuestra que la inteligencia no es algo “tan especial”, sino más bien una estrategia viable. “Cuidar a las crías durante mucho tiempo es una apuesta fuerte. El animal disminuye su tasa de descendencia, pero al final, son individuos que sobreviven mucho mejor y que saben adaptarse más”, asevera.
Los cetáceos siguen dicha apuesta para transmitir habilidades a su descendencia. Anastasia Krasheninnikova, del Grupo de Investigación de Cognición Comparativa Max-Planck en Tenerife, explica que las crías tienen un vínculo largo y fuerte con los ejemplares mayores de su familia. Este tiempo les permite aprender, en una gran variabilidad de escenarios posibles, desde tácticas sofisticadas para buscar alimento (como se observa en delfines y orcas) hasta vocalizaciones específicas del grupo. “Tal crianza prolongada va más allá de la tutela continua de las madres. Las hembras más viejas del grupo, las abuelas, transmiten sus experiencias a las próximas generaciones o ayudan con asistencia adicional, un fenómeno extremadamente raro en animales”, añade la experta en cetáceos.
Sin embargo, existen posibilidades fuera del entorno familiar. Los delfines pueden romper el cordón umbilical con su madre o sus abuelos y seguir aprendiendo. Un nuevo estudio publicado en Current Biology demuestra que el delfín de Shark Bay en Australia occidental aprende técnicas de alimentación (el uso de las conchas en particular) observando a sus compañeros, lo que amplia y varía sus capacidades.
La teoría de Mowgli
¿Qué pasa cuando unos padres educan a una cría de otra especie? ¿Qué es más potente: la genética, el entorno social o el cuidado parental? Richter-Boix asegura que todavía no existen certezas al respecto. “El organismo no es un fragmento de ADN en un frasco, sino que está expuesto en un ambiente y eso da el fenotipo, es decir, lo que eres”, contesta. El especialista subraya que las crías alejadas de sus padres biológicos pasan a comportarse como el grupo que les educa, pero depende de las especies. “Hay animales más sencillos que apuestan por los instintos, que son como máquinas genéticas y funcionan bien; el ambiente no les afecta tanto. En cambio, hay otras que apuestan por la inteligencia y el ambiente juega mucho”, cuenta.
Frente a esta cuestión, la investigadora Uomini cuenta una experimento curioso: unos científicos aislaron algunos huevos de un cuervo. Las crías comenzaron a usar herramientas, pero no consiguieron fabricarlas tal y como lo hacían sus padres. “Eso indica que usar herramientas es genético, pero no la fabricación. Es una habilidad innata, pero se necesita aprendizaje y mimetismo para hacer lo que vemos en la naturaleza”, asegura. En otro estudio de 2006, unos investigadores recogieron huevos de herrerillos y carboneros y los cambiaron de nido para ver lo que ocurría. Las crías desarrollaron el comportamiento tanto de sus padres como el de sus ancestros. “Eso demostró simplemente que las dos partes son importantes”, concluye Sol, el investigador del CSIC.
Cooperación y navegación, dos estudios en marcha
El equipo de Griesser está con otro trabajo todavía sin publicar que demuestra que la madre juega un papel clave en cuanto a la cooperación y la unión entre los miembros de la familia. “La inteligencia puede ser un enlace entre todos y subestimamos demasiado la importancia de los padres en todo esto”, comenta Griesser.
Por su parte, Uomini menciona una investigación en marcha de una compañera suya de Ámsterdam. Unas aves migratorias ya no viajan porque la temperatura del invierno, más templada que años atrás, les permite quedarse. El objetivo de la científica es ver cómo este nuevo modo de vida afectará el sistema cognitivo de las crías y si la especie perderá la habilidad de navegación, pues ya no le hace falta aprenderla.
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