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La crisis del coronavirus
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Venido para quedarse

Que un virus cause una crisis pandémica y luego desaparezca es algo muy raro

Javier Sampedro
Un agente de Medio Ambiente de Castilla-La Mancha, en el interior de una farmacia durante su desinfección.
Un agente de Medio Ambiente de Castilla-La Mancha, en el interior de una farmacia durante su desinfección.Joaquin Corchero (Europa Press)

Aunque esta pandemia es la peor que hemos conocido casi todos los que estamos vivos –habría que ser un campeón de longevidad para recordar la gripe española de 1918—, el virus que la ha causado no es un prodigio caído del cielo. Es un coronavirus, como otros que ya conocíamos, y con unas pautas de conducta bastante generales en los patógenos respiratorios, como la gripe y el catarro, y otras enfermedades infecciosas. La bióloga evolutiva Sarah Cobey, de la Universidad de Chicago, argumenta en Science que esos principios generales nos permiten predecir dos cosas. La primera es que este coronavirus ha venido para quedarse, como hizo la gripe A en la década pasada y seguramente la gripe española de 1918. La segunda es que seguirá obligándonos a elegir entre la bolsa o la vida, el desplome económico o la saturación de los tanatorios, al menos hasta que haya una vacuna eficaz y factible a gran escala.

Solo en los últimos dos siglos se han registrado pandemias de sida, tuberculosis, cuatro nuevos tipos de gripe y siete de cólera que habrán matado en conjunto a 100 millones de personas. La covid-19 se ha cobrado de momento 200.000 vidas, o 500 veces menos. Solo la gripe española de hace un siglo mató a 50 millones. En materia de letalidad, el coronavirus SARS-CoV-2 es un mero principiante. Lo que ocurre es que se propaga a tal velocidad que, incluso con una mortalidad baja, los fallecidos se acumulan a una tasa insoportable para el sistema sanitario, la sociedad y la economía.

La humanidad aprenderá a convivir con el leviatán que ahora la arrasa, como lo ha hecho durante cien milenios. De otro modo no estaríamos aquí

Que un agente infeccioso cause una crisis epidémica y luego desaparezca es algo muy raro. Hacen falta unas campañas de vacunación globales y eficientes, y mucha suerte, para erradicar un virus como el de la viruela. Las enfermedades infecciosas que han generado una pandemia suelen seguir trasmitiéndose y adaptándose de un modo u otro a su nuevo huésped humano. La población va inmunizándose mal que bien, los más susceptibles mueren y el resto establece una guerra de armamentos entre su sistema inmune y la consiguiente evolución del virus. La humanidad aprenderá a convivir con el leviatán que ahora la arrasa, como lo ha hecho durante cien milenios. De otro modo no estaríamos aquí.

La ya famosa inmunidad de rebaño –la fracción de población que ha desarrollado anticuerpos contra el virus suficiente para extinguir la pandemia— puede calcularse con precisión si se parte de los datos adecuados, pero aún no los tenemos en este caso. El continuo nacimiento de bebés cuyo sistema inmune está virgen contra el virus afecta a esos cálculos, como también lo hace la duración de la inmunidad, que ignoramos para el SARS-Cov-2. Recordemos que la gripe estacional mata a medio millón de personas en el mundo cada año. La mayoría de ellas no tienen acceso a la vacuna de la gripe, que hay que renovar cada temporada. Es probable que el coronavirus incremente esa contabilidad fúnebre de aquí en adelante.

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