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Acuerdo medioambientales
Tribuna
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Chile y la gobernanza del océano: una oportunidad enmarcada en el Tratado de Altamar - BBNJ

Tenemos hoy la posibilidad de contribuir de forma decisiva al establecimiento de un programa de biodiversidad para ecosistemas fuera de aguas jurisdiccionales

El día 23 de septiembre de 2025 quedará en los anales de la historia de la conservación del océano como el día en que se oficializó el tratado de áreas marinas protegidas de alta mar (BBNJ), el cual entrará en vigor en enero 2026, 120 días después de su ratificación.

61 países ratificaron el tratado, una firma más de las 60 necesarias, lo que permitió actar este acuerdo en la 80va conferencia de la ONU. Al momento de escribir esta columna son ya 74 los países que han ratificado el BBNJ. Aunque la cifra representa menos de la mitad de los países del mundo, el ritmo de adhesión confirma una tendencia positiva. La historia demuestra que los grandes tratados ambientales toman tiempo: el Protocolo de Montreal tardó 20 años en lograr ratificación universal desde su firma en 1987; el Protocolo de Kioto, casi una década; y el Acuerdo de París que entró en vigor en 2016 reúne hoy 194 ratificaciones.

El BBNJ sigue ese mismo camino, con un crecimiento progresivo en el número de adopciones en las últimas semanas.

Dicho esto, su implementación traerá los mismos desafíos que los tratados mencionados anteriormente y aún más. Recordemos que el tratado busca no sólo conservar sino el uso sostenible de la biodiversidad marina en alta mar. Representa la voluntad de proteger y porque no, de restaurar un espacio que no le pertenece a nadie y al mismo tiempo es responsabilidad de todos.

En este marco, Chile ha tenido un papel protagónico: fue el primer país de América y el segundo del mundo en ratificarlo, y actualmente postula a ser sede de su Secretaría Técnica en Valparaíso. Pero asegurar la secretaría y contribuir a la gobernanza de aguas internacionales no es trivial.

Para un país como Chile, con una salida ininterrumpida al mar en su geografía, la posibilidad de llevar este desafío tiene que ver tanto con la gestión y gobernanza internacional como con la priorización interna del océano en su estrategia climática a largo plazo y otros instrumentos clave como las NDC y la política oceánica. Contamos con más del 42% de las aguas nacionales con algún grado de protección, lo que refleja una vasta experiencia en la creación de áreas protegidas y en la promoción de la gobernanza oceánica. Ejemplos como la creación del Parque Marino Nazca-Desventuradas y la activa participación en foros internacionales demuestran su capacidad de ejercer un liderazgo efectivo.

Otro punto importante para considerar es que todos los modelos globales que anuncian las condiciones climáticas para el planeta en 25, 50 o 100 años más se validan con datos que son mayoritariamente colectados en las primeras 200 millas. El océano abierto es la zona menos estudiada del mundo y al mismo tiempo aparece en todos los pronósticos climáticos. Es tiempo de conocer lo inaccesible para protegerlo, creando una armonía de uso y conservación. Protegemos lo que amamos y amamos lo que conocemos.

El océano es de interés del Estado; por lo tanto, Chile tiene la oportunidad de convertirse en referente global, partiendo desde lo local. Y para ello se requiere la participación de todos los estamentos de la sociedad, desde tomadores de decisiones, la sociedad civil, las comunidades, el sector privado y, ciertamente, la educación y la ciencia.

De hecho, desde junio de este año en la Tercera Conferencia del Océano de las Naciones Unidas - UNOOC 3 realizada en Niza, la comunidad científica internacional ha estado preparando programas ambiciosos para avanzar en el catastro de biodiversidad de lo que BBNJ quiere proteger. Y tales iniciativas son más pertinentes que nunca, puesto que sabemos muy poco de la biodiversidad del océano abierto y profundo.

Desde las ciencias marinas es evidente que Chile puede jugar el rol que BBNJ requiere y eso no sólo desde Valparaíso. Las ciencias del mar en nuestro país se realizan en regiones a lo largo de nuestros 5000 km de costa. Entidades como el Instituto Océanos de la UdeC en Concepción congrega a los principales proyectos marinos de Chile, incluyendo el Instituto Milenio de Oceanografía responsable de la impresionante exploración de la fosa de Atacama y los avances en biodiversidad de las profundidades hadales.

El COPAS Coastal que está dedicado a la oceanografía, opera en todo Chile desde la región del Biobío con programas multianuales de observación, modelación y desarrollo tecnológico que permiten hoy a la Universidad de Concepción tener un número sin precedentes de boyas oceanográficas en el agua observando, escuchando al mar y procesando información con fines predictivos, un logro solo equiparable a la red de observación del Servicio Hidrográfico de la Armada, SHOA. El conocimiento generado de esta forma se puede aplicar hoy a los puertos, a la actividad acuícola y pesquera y a la cultura oceánica. También sabemos hoy más sobre la vulnerabilidad de nuestros extremos, la gran biodiversidad del norte de Chile y la vulnerabilidad del océano austral, Antártica chilena y canales patagónicos gracias a programas emblemáticos como CIMAR y a los esfuerzos de centros de investigación que han marcado camino en las regiones de Atacama, Coquimbo, Biobío, Los Ríos, Magallanes, entre otros y eso junto a instituciones como IFOP e INACH que robustecen cada vez más nuestras posibilidades de observación a nivel nacional.

Juntos podemos hoy afirmar que Chile es un polo oceanográfico para Latinoamérica y que está operando mayoritariamente fuera de la capital. No por nada este año se prepara el primer informe Nexo Océano Clima, Biodiversidad en el marco del trabajo del Consejo Asesor de Cambio Climático C4 del Ministerio del Medioambiente, y esto con participación nacional de científicos de todo Chile en las áreas competentes dentro y fuera del agua. BBNJ tendrá así un pilar de apoyo en todo el país y con un enfoque integrador, participativo y transdisciplinario.

BBNJ es una buena noticia para el mundo, pero sobre todo para Chile. Tenemos hoy la posibilidad de contribuir de forma decisiva al establecimiento de un programa de biodiversidad para ecosistemas fuera de aguas jurisdiccionales e incidir entre otros aspectos, en la valorización racional de los recursos genéticos, potenciar las áreas marinas protegidas, estimar impactos ambientales en zonas de alta mar y formar una nueva generación de científicos abiertos a la cooperación y diplomacia científica.

Es de esperar también que el desafío logre re-encantar a la nación chilena con el océano y volver a poner nuestro imaginario en mar abierto, tal como lo estuvo en el tiempo de los grandes navegantes. Podemos hoy hacer que las generaciones de mañana consideren al océano costero como una extensión del continente (como lo es climáticamente hablando) y sueñen con las grandes profundidades y sus misterios. ¿Quizás hay más lectores de Julio Verne este año marcado por BBNJ? Esperemos que sí.

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