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VIOLENCIA ESCOLAR
Tribuna
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El refugio imperfecto

Para prevenir la polarización, el miedo y los discursos de odio, es esencial tener un ambiente escolar que otorgue un verdadero sentido de pertenencia y comunidad

escuelas en Chile

Todas las mañanas en nuestro país, miles de niñas, niños y adolescentes se preparan para ir al colegio y en ese desorden un tanto caótico de cada hogar, hay una esperanza de que tal vez sea un buen día. Esa es la escuela que queremos.

Para otros, esos preparativos o la ruta al colegio no son un momento agradable. Hay amenazas, gritos, coerción, abusos y muchos cargan más que una mochila: llevan también sus sentimientos y vergüenzas. La soledad y el abandono emocional forman también parte de sus vidas. La salud mental y emocional es una carga inmensurable para muchos niños, niñas y adolescentes, quienes aún no tienen todas las palabras para decir lo que les sucede o no encuentran espacios adecuados para decirlo. Para muchos de ellos, la escuela es el único lugar seguro, aunque solo por unas horas.

Existe un acuerdo global de que la escuela debe ser un espacio seguro, de protección, no sólo en términos de seguridad física, sino también un lugar donde se respeten y cuiden los derechos. La escuela es un refugio, que aunque sea imperfecto, es real. Para muchos estudiantes, la escuela es un oasis emocional, donde además del descubrimiento de conocimientos, se encuentran con sus pares y pueden hacer realidad el anhelo tan necesario para todo ser humano: pertenecer a una comunidad y sentirse escuchados.

La escuela refleja, a menudo, las fracturas de la sociedad. En algunos lugares de nuestro país, avanza la violencia y la radicalización. Los colegios no son inmunes a estas conductas. Para muchos, la situación se siente insostenible. No hay tiempo que perder. Utilizando las instituciones y capacidades que ya tenemos, es posible realizar cambios significativos, si contamos con las voluntades institucionales y políticas para hacerlo.

Para empezar, es muy útil reconocer que no partimos de cero, porque nuestro país tiene instituciones y capacidades para lograr los cambios necesarios. En estos últimos años, miles de docentes, directivos y estudiantes han participado en talleres de herramientas esenciales para el diálogo, organizados por el Centro Nansen para la Paz y el Diálogo, en colaboración con más de 28 instituciones del país, entre ellas muchas universidades e instituciones de educación superior.

Igual de importante es reconocer que el punto de inicio no es hacer más diagnósticos, sino tal vez preguntarnos: si sabemos lo que hay que hacer, ¿por qué no se hace? ¿Qué podemos hacer para cambiar la desazón por la esperanza y la inseguridad por el respeto?

En Noruega, tras el brutal ataque terrorista de 2011 en la isla de Utøya y la sede de gobierno, donde fueron asesinados 77 personas, el entonces primer ministro Jens Stoltenberg dijo algo que determinó el tono de la respuesta: “La respuesta a la violencia es aún más democracia. Aún más humanidad. Pero nunca ingenuidad.”

La respuesta de Noruega fue consecuente a sus palabras. Decidió proteger la democracia reforzando la conversación democrática en todas las aulas y cultivando el pensamiento crítico como práctica cotidiana. ¿Qué significa esto en la práctica?

Para prevenir la polarización, el miedo y los discursos de odio, es esencial tener un ambiente escolar que otorgue un verdadero sentido de pertenencia y comunidad. La necesidad de crear y sentirse parte de una comunidad no puede ser un lujo ni puede construirse con recetas de corto plazo, ya que es la base que da legitimidad a toda convivencia democrática.

Por eso, la escuela debe sostener esa comunidad desde la edad más temprana, forjando la amistad cívica que nos permite vivir juntos, aun con diferencias. Debe ofrecer un espacio seguro donde equivocarse no signifique ser excluido, sino una oportunidad de aprender, reparar y seguir siendo parte. Cada espacio de encuentro en la sociedad, incluso la escuela, es un nudo que refuerza el tejido social. Sin estos lazos, la resiliencia democrática se debilita y la sociedad entera se vuelve más frágil.

En Chile contamos con instituciones y personas capaces de sostener este cambio. Si reforzamos estas capacidades con colaboración real y apoyo mutuo, podremos construir el país que niñas, niños y jóvenes necesitan: uno donde la escuela enseña, protege, escucha y cultiva ciudadanía desde el primer día.

Inspirados en lo aprendido de comunidades educativas chilenas, junto con las lecciones aprendidas en Noruega cuando se resistió a la violencia con más democracia, hay cinco líneas de acción para que la escuela sea un espacio seguro y una de las primeras líneas de defensa de la convivencia democrática:

  1. Generar conocimiento y habilidades para el diálogo: Incluir herramientas de diálogo y pensamiento crítico en el currículo escolar, para que desde la infancia se aprenda a escuchar, dialogar y transformar conflictos de forma pacífica. Integrar estos aprendizajes en cada asignatura y capacitar a docentes, asistentes y demás miembros de la comunidad educativa, para que también puedan apoyar a las familias en temas de escucha, inclusión, respeto y dignidad.
  2. Fortalecer la capacitación del mundo educativo: Asegurar formación para educadores, directivos y personal de apoyo en diálogo, prácticas restaurativas, prevención de conflictos y contención emocional. Crear marcos institucionales que aseguren que la prevención, la contención y la reparación sean prioridad sobre la sanción. Participar en comunidades de práctica para intercambiar experiencias, actualizar estrategias y coordinar esfuerzos frente a nuevos desafíos. Promover espacios de diálogo dentro de la jornada laboral, como parte de la calidad educativa.
  3. Promover la cooperación y coordinación territorial: Fortalecer la coordinación local, que vincule escuela, municipio, servicios sociales y comunidad. Garantizar que cada institución involucrada, como escuelas, municipalidades, policía, servicios de salud y redes comunitarias, tenga roles claros y trabaje en forma coordinada. Si es necesario, avanzar hacia un marco legal que permita esta articulación intersectorial y asegure recursos adecuados.
  4. Prevenir conductas de riesgo y facilitar la reintegración: Aplicar herramientas para identificar conductas de riesgo de forma temprana, con acompañamiento, apoyo profesional y comunitario. Impulsar procesos de reinserción y diálogo restaurativo, incluso al aplicar sanciones, para evitar reincidencia y construir nuevas oportunidades de pertenencia.
  5. Fortalecer la prevención en el entorno digital Mantener presencia activa en espacios virtuales para detectar y contrarrestar narrativas de odio, noticias falsas y extremismo. Desarrollar pedagogía para un uso consciente y con pensamiento crítico en la vida digital.

Los caminos hacia un futuro compartido se nutren del diálogo y la confianza. Aunque la desconfianza es un obstáculo real, sabemos que es posible responder al miedo con más comunidad y más democracia. Defender la escuela como refugio, aunque sea imperfecto, es parte de esa tarea colectiva que Chile puede y debe sostener.

La paz es mucho más que la ausencia de violencia o conflictos: es el goce pleno de derechos. Uno de esos derechos es crecer, aprender, incluso tener la opción de equivocarse y ser escuchado en un lugar seguro. Necesitamos esa escuela, donde puedan crecer los sueños de nuestro país. Hagámoslo posible, para que cada niña, niño y joven sepa que cuando se tropieza, hay una comunidad que le acoge y acompaña.

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