España como problema, Cataluña como solución
Artur Mas hace en su libro ‘Cabeza fría, corazón caliente’ un ejercicio de desmemoria y de autocomplacencia, impropio de quien ha sido el principal responsable de la década perdida de Cataluña
No es fácil la originalidad. A veces puede conducir a la extravagancia. Esto es lo que le pasa a Artur Mas, en su libro Cabeza fría, corazón caliente, unas memorias donde el expresidente de la Generalitat hace un ejercicio de desmemoria y de autocomplacencia, impropio de quien ha sido el principal responsable de la década perdida de Cataluña. Adornado, eso sí, por una aportación muy personal a la historia catalana, un punto pretenciosa, consistente en convertir a Cataluña en la solución al problema de España. Y no en una solución cualquiera, sino en la solución existencial y definitiva, en la que radica la auténtica dificultad de una plenitud inalcanzada.
Leámoslo en sus palabras: “España sólo podrá ser una nación plena si Cataluña deja de formar parte de ella”. Mas no nos dice cuál es su idea de la nación plena, pero la podemos intuir, atendiendo al aire de los tiempos y a los tópicos usuales del nacionalismo. Se trataría, es de suponer, de una nación homogénea en lenguas, identidades y sentimientos de pertenencia. De forma que, según esta visión esencialista de las naciones, eliminada la diferencia, cada uno puede ser lo que realmente es y serlo de forma exclusiva: España plenamente española y Cataluña plenamente catalana.
La dificultad detectada por Mas, pues, es que los españoles deben entender el favor inmenso que les hará el independentismo catalán al lograr la secesión, porque será, ya no para bien, sino por su bien, para que puedan tener la nación plena que no tienen ahora. Y aún más: de sus palabras se deduce que no es el independentismo el problema, sino el catalanismo, ahora casi superado, de aquellos catalanes que quieren seguir manteniendo su identidad pero dentro de España: “Lo que impide la plenitud nacional de España es sobre todo la terca y persistente voluntad de nuestro país de querer ser nación y de comportarse como tal”.
En síntesis: la nación inacabada que es España se mantiene como tal gracias a la persistencia en su interior de unos catalanes que quieren mantener su identidad diferenciada, de forma que el día que los catalanes se vayan, llegará la plenitud para todos, para los españoles de la nación única y para los catalanes también de la única nación. Según Mas, esto vale también para Euskadi, aunque no se priva de añadir, siempre con el tono de superioridad y de condescendencia que le caracteriza, que “lo que realmente molesta a la unidad española es Cataluña”.
El análisis de Mas significa una ruptura con el grueso del pensamiento catalanista de todo un siglo y la recuperación burguesa del pensamiento secesionista antiespañol más clásico, que hasta hace una década era marginal y ultra minoritario. La sinergia entre democracia española y autogobierno catalán, a la que aún habría que añadir el europeísmo, situada en los fundamentos de todo lo que ha conseguido el catalanismo hasta ahora, queda definitivamente superada e incluso desautorizada.
Más democracia sólo puede significar el derecho a la autodeterminación y la independencia, según una nueva ecuación que necesariamente destruye a España y lo hace por dos flancos: por la segregación de una parte del territorio tan notable por su peso demográfico y económico y por la propuesta de una Cataluña exclusivamente catalana que se deduce de todo ello. El independentismo de Artur Mas propone así a España que se autodestruya para poder ser democrática y le niega la posibilidad de ser auténticamente democrática si no se destruye voluntariamente ella misma.
La idea de Mas incluye una visión histórica, contradictoria con lo mejor de la historiografía catalana y por tanto extravagante, pero es también la formulación de una voluntad política que habrá que tener en cuenta. “El gran fracaso de España como nación y como proyecto es que haya más de dos millones de votantes independentistas en Cataluña”, escribe. Si es difícil compartir que España haya fracasado como nación y como proyecto, aún lo es más pensar que este fracaso radica en unas mayorías obtenidas en la última década, tras la crisis económica y financiera más importante desde 1929 y en un momento de cambio de época en el que han entrado en barrena muchos sistemas políticos y ha avanzado en todo el mundo el nacional populismo.
Vender internacionalmente el derecho a la autodeterminación para la región española más próspera ha sido complicado, pero aún lo es más intentar colocar la idea de que España es un Estado fallido, tal como insinúa el expresidente. En todo caso, encaja perfectamente con la estrategia de persistir con la continuación conflictiva del proceso, en lugar de entrar en una nueva etapa de entendimiento y de concentración en el autogobierno, porque es la única forma de mantener vivo el objetivo de la independencia.
Esta actitud debería llevar a la reflexión a las fuerzas conservadoras españolas, tan hostiles a la pluralidad nacional dentro de España y nada dispuestas a contribuir a un nuevo entendimiento. Es notable y alarmante su coincidencia de fondo con los conceptos nacionales de Artur Mas, como lo es su culpabilización del catalanismo dialogante y ajeno a la independencia, que es realmente el que ha construido la Cataluña real que tenemos.
Las dos derechas, la española y la catalana, demuestran una complementariedad preocupante, no sólo en sus conceptos nacionales, sino en el rendimiento que sacan de ellos en las urnas. Artur Mas, bajo la apariencia moderada y centrista, demuestra con su libro la radicalidad de un nacionalista bien digno de la época turbulenta que estamos viviendo. Y sufriendo.
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