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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Odio y democracia: el aviso alemán

El miedo abona el territorio a la extrema derecha porque aumenta la desconfianza con el régimen político y alimenta la servidumbre voluntaria, es decir, la claudicación ante el autoritarismo

Josep Ramoneda
Manifestación en Frankfurt después del atentado a Hanau (Alemania).
Manifestación en Frankfurt después del atentado a Hanau (Alemania).EFE/EPA/M. VON LACHNER

Ya en 1967, en una conferencia en Austria, que Taurus acaba de publicar, Theodor W. Adorno advertía sobre el nuevo radicalismo de extrema derecha: “Cabría decir que los movimientos fascistas son los estigmas, las cicatrices de una democracia que hasta ahora no ha conseguido entender debidamente del todo su verdadero sentido”. Por las fracturas y desajustes de la democracia se cuela la extrema derecha para destruirla. Las décadas pasan, los tiempos cambian, pero las amenazas permanecen porque “siguen vivas las condiciones sociales que determinan el fascismo”.

Adorno hace referencia al “desclasamiento y degradación de unas capas sociales que, según su consciencia subjetiva de clase eran totalmente burguesas”. Su lenguaje puede parecer arcaico en tiempos en que la terminología marxista ha sido declarada obsoleta, pero sus palabras sirven para describir lo que ha ocurrido con la crisis de 2008 como culminación de una enorme fractura en unas clases medias sobre las que se apoyaba la estabilidad de los países europeos. Ciertamente, había mucho de ficción: una cierta unificación de los valores referenciales, sobre la base de una cultura del consumo por la que mucha gente perdió el mundo de vista confundiendo el deseo con la pulsión, hizo que sectores económicamente muy diversos se sintieran parte de una misma clase media, a pesar de las diferencias económicas, que los hábitos y gustos compartidos disimulaban.

La ficción se derrumbó con la explosión de la década nihilista y con ella entraron en dificultades los sistemas bipartidistas que la articulaban políticamente. Los partidos tradicionales tardaron en enterarse de lo ocurrido y trataron de prolongar las inercias. Por sus vacilaciones se coló en toda Europa la extrema derecha, buscando capitalizar la debacle de algunos sectores sociales y especulando con el miedo de aquellos que temen las consecuencias del desarrollo tecnológico. Y así está reviviendo el “nacionalismo de pathos”, utilizando la expresión de Adorno, que alimenta la emocracia y reaparece la melancolía de los regímenes del pasado (sin reparo en evocar el nazismo en Alemania o el franquismo en España). Y se despliega la cultura del odio contra el diferente como bien ha expresado la cancillera Angela Merkel, a propósito del atentado de Hanau: “El racismo es veneno. El odio es veneno. Y este veneno se da en nuestra sociedad y ya es responsable de demasiados delitos. Desde los crímenes de la NSU a las muertes de Halle, pasando por el asesinato de Walter Lübcke”.

Lo que está ocurriendo en Alemania nos interpela: hay que dar la batalla contra la extrema derecha en Europa

El largo final del período Merkel ha hecho que en Alemania emergieran problemas que parecían que estaban controlados. No hay un horizonte claro para la sucesión de la cancillera. Parte de la derecha alemana también se radicaliza, la socialdemocracia sigue desaparecida, y el odio y la violencia reaparecen. Es un aviso para todos, que confirma que Europa está encallada en un mundo que un día creyó haber alumbrado y que ahora se le escapa.

“Hoy tenemos más miedo que ayer”, dice en este diario un ciudadano de Hanau. El miedo abona el territorio a la extrema derecha porque aumenta la desconfianza con el régimen político y alimenta la servidumbre voluntaria, es decir, la claudicación ante el autoritarismo. Por eso lo que está ocurriendo en Alemania nos interpela a todos: hay que dar la batalla contra la extrema derecha en toda Europa. Afrontando los problemas que han llevado a electores tradicionales de la derecha y de la izquierda a votar a los neofascistas, pero dando la batalla ideológica sin ambigüedades y huyendo de cualquier complicidad con ellos. Exactamente lo contrario de lo que hace la derecha española. Y al mismo tiempo trabajar por la revitalización de unas democracias perdidas en su impotencia.

Adorno hablaba de “la conversión de la propaganda en la esencia misma de la política” como una de las características del discurso de la extrema derecha. El problema es que toda la política está contaminada hoy de este vicio. Es la propaganda la que articula a los discursos, en una dinámica difícil de parar en la medida en que está en el eje del modelo de comunicación digital dominante. ¿Hay espacio para la complejidad? Si la política es en blanco y negro los que apuestan por el regreso al pasado tienen ventaja. O sea, termino dónde empecé: la amenaza de la extrema derecha proviene en gran parte de lo poco y mal que poderes públicos y privados cuidan a la democracia.

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