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Una víctima de violencia machista relata la noche que recibió siete puñaladas: “Golpeó mi cabeza contra el bordillo”

La Fiscalía pide para él 16 años de cárcel y una indemnización de 82.000 euros por unos hechos que ocurrieron en octubre de 2017

Manuel Viejo
Vladimir, en el juicio que se ha celebrado este jueves en Madrid.
Vladimir, en el juicio que se ha celebrado este jueves en Madrid. M.V.

—¿Qué le dijo?

—Que era una puta y que tenía otro hombre.

—¿Le pidió el móvil?

—Sí, quería llamar a su [presunta] pareja.

—¿Fue a la cocina a por un cuchillo?

—Sí.

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El boliviano Vladimir Enrique Sossa se presentó borracho a las dos de la mañana del 23 de octubre de 2017 en su casa de Majadahonda. Aquí dormían su mujer, de 38 años, de la misma nacionalidad y con la que estaba en un proceso de separación, y su hija pequeña, que por entonces tenía ocho años.

—¿Qué hizo con el cuchillo?

—Nada. Me porté como un animal.

—¿Estaba su hija delante?

—Sí, le dije que se echara en la cama.

—¿La primera de las siete cuchilladas fue en el cuello o en la espalda?

—No me acuerdo.

Vladimir, de 41 años alto y corpulento, acudió este jueves cabizbajo y esposado al juicio. Está acusado de intentar asesinar a su pareja en presencia de su hija. La Fiscalía pide para él 16 años de cárcel y una indemnización de 82.000 euros.

—¿Se acuerda de que puso el cuchillo en el estómago a su hija y le dijo que se apartara para que no sufriera igual que su madre?

—No me acuerdo.

—¿El motivo eran los celos?

—No. Estaba atravesando un mal momento en mi vida. No quería hacerle nada.

También dijo que no era cierto que se dejaron en 2016. Que aquello de que él solo iba a estar en casa para cuidar de la pequeña cuando su madre no estuviera en casa no era así. Que no se escondió en el baño con el móvil de ella. Que sí que cogió un cuchillo y que la apuñaló, pero que lo redujeron dos personas: “Una me dislocó”. Y que nada más entrar en prisión se apuntó a un programa de alcohólicos anónimos. “Empecé a beber a los 16 y tengo 41”.

Tras su declaración, Vladimir se sentó. Las dos policías que estaban con él colocaron un biombo blanco a su alrededor para que su expareja no viera al hombre que quiso asesinarla. Un minuto después, la mujer entró en la sala e intentó cerciorarse de que Vladimir estaba ahí mirando al biombo. “Buenos días”, dijo. Se sentó y comenzó a declarar: “Habíamos roto en 2016. No éramos pareja. Él estaba a punto de irse a Bolivia. Estaba en casa para cuidar de la niña. Me ayudaba a llevarla al colegio porque yo trabajaba todo el día. Aquella noche estaba en la cama con mi hija. Llegó a casa tomado. No digo borracho porque no lo estaba. Estaba tomado”.

—¿Qué diferencia hay?, preguntó la fiscal.

—Cuando está borracho come y se va al sofá a dormir.

Esta vez no. “Estaba tomado porque me insultaba. Me dijo que yo era una puta. Una mala madre. Entró en la habitación donde estaba con la niña. Se quitó la ropa. Él quería que estuviera con él. Yo le dije que no. Me dijo que yo tenía otro macho, otro hombre. No era cierto. Dio voces. Me pidió el móvil. Se lo di. Se metió en el baño. Me pidió el pin. Me dijo que si no se lo daba me mataba”.

La menor se despertó con los gritos de su padre. “¿Qué te pasa, mamá?”, preguntó. Él estaba con un cuchillo de 21 centímetros de hoja. “Me puse muy nerviosa. Le dije que habláramos tranquilamente. Temí por mi vida y, sobre todo por la de mi hija”. Dijo que en ese instante se dirigió a la niña: “¡Tápate!, ¡duérmete!”. Que la niño hizo caso. “Pero me miraba de reojo”. Él insistió: “Tu hija lo va a ver todo”. Y salió de la habitación corriendo, abrió la puerta de casa y trató de huir a gritos. “Ayuda, ayuda”. Él salió a por ella. La atrapó. Se cayó por las escaleras. La puerta del portal se rompió. Los cristales se resquebrajaron. Ella salió a la calle. “Ayuda, ayuda”. Él llegó. “Me agarró del pelo y sentía las puñaladas. Le dije que parara. Él me dijo: ‘Sé que vas a morir, puta, maldita’. Su palabra hacia a mí era maldita. Golpeó mi cabeza contra el bordillo. Perdí los dientes y en ese momento vi los pies de otra persona”.

—¿Qué pasó?

—Ya no me acuerdo bien. Un chico me dijo que no me durmiera.

Era Juan Sebastián, un vecino que estaba tomando algo con un amigo en un bar cercano. “Escuché unos gritos y un fuerte ruido. Salí rápidamente con un amigo y vi a un hombre golpeando a una mujer contra el bordillo. Le lancé un botellín de cerveza y se levantó. Salió corriendo. Mi amigo y otro vecino fueron tras él”. Contó que ella tenía mucha sangre por el cuerpo, que trató de taponar todas las heridas como podía. “Sobre todo la del pecho”. Y le dijo que, por favor, no se durmiera. “Ella me preguntaba todo el rato por su hija”. Su amigo y el otro vecino -que resultó ser un policía municipal que estaba en su casa- lograron atrapar a Vladimir en una calle paralela.

Siete mujeres fueron asesinadas por violencia machista en la Comunidad de Madrid en 2019—55 en España— y se presentaron 19.459 denuncias. La cifra total de mujeres asesinadas por sus exparejas y parejas, desde que se contabilizan los datos en 2003, asciende a 1.040. 

Vladimir no tenía antecedentes policiales. La sentencia saldrá en tres semanas. Antes de terminar el juicio, dijo: “Estoy muy arrepentido. Aquella noche no era yo”. Un rato antes escuchó la respuesta del vecino que atendió a su expareja en el suelo:

—¿Usted pudo ver a la niña?

—Sí, estaba en el balcón viéndolo todo. 

El teléfono 016 atiende a las víctimas de violencia machista las 24 horas y en 51 idiomas. No deja rastro en la factura, pero hay que borrarla del registro de llamadas del teléfono móvil. Los menores también pueden dirigirse al teléfono de la Fundación ANAR 900 20 20 10 y los ciudadanos testigos de alguna agresión, al 112.

Sobre la firma

Manuel Viejo
Es de la hermosa ciudad de Plasencia (Cáceres). Cubre la información política de Madrid para la sección de Local del periódico. En EL PAÍS firma reportajes y crónicas desde 2014.

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