Cuando Atila se refugia bajo la mesa
Los animales de compañía sufren gran ansiedad y estrés en estas fechas navideñas por el estruendo de los petardos y cohetes
Atila, un perro mezcla entre mastín y boyero suizo de dos años, se levanta de su manta, camina lento por el pasillo con el rabo entre las piernas y se mete debajo de la mesa por un estrecho espacio que dejan las sillas. Este animal de más de 40 kilos busca a sus dueños, que intentan tranquilizarle. Esta nervioso, asustado y busca alguien que le proteja. De lejos se siguen oyendo petardos y cohetes, cuyos estruendos, pese a estar en una casa bien aislada, se perciben en la vivienda. Esta escena se repite en miles de hogares de toda la región en estas fechas, en las que se han copiado modas de otras comunidades, como es celebrar con pirotecnia las fiestas navideñas y en especial la llegada del nuevo año.
Las tiendas que venden estos productos se encuentran estos días en los de más actividad de todo el año. Según datos de la Delegación del Gobierno en Madrid, existen 31 comercios autorizados para vender los petardos y cohetes. Ninguno de ellos está en la capital. Todos se reparten en los municipios de la región, en especial en localidades de la periferia. En estos comercios se venden los tres tipos de productos pirotécnicos. Los denominados F1 son inofensivos. Son las bengalas que ni explotan ni hacen ruido y están indicados para cualquier edad. Los F2 están limitados a los mayores de 16 años y los F3 a los adultos. La diferencia entre ellos depende de la cantidad de pólvora que llevan.
La actividad de estos comercios es incesante en estas fechas. De hecho, suelen reforzar las plantillas para atender a la clientela, que suele acudir más los fines de semana. Víctor Pérez, de La Traca (siete tiendas en la Comunidad de Madrid), reconoce que no hay un perfil de comprador y que a sus establecimientos acuden personas de todas las edades. “Cada vez se compran menos productos que hacen ruido y se optan por baterías y fuentes más vistosas. También influye en eso que hemos ampliado nuestro catálogo y tenemos más ofertas de este tipo”, afirma Pérez. El gasto medio por cliente es de unos 40 o 50 euros.
Las mascotas son las que más sufren en estos días. Las razones son varias. Los animales, sobre todo los perros, tienen un oído mucho más sensible que las personas, por lo que una explosión les produce mayor agobio. A ello se une que si la explosión se produce cerca, la presión –similar a la onda expansiva- les afecta muchísimo. Igual que si salen a la calle y huelen la pólvora de la pirotecnia. “Los animales reciben todos esos estímulos y no entienden qué está pasando. Todo ese ruido les produce ansiedad, que hace que empiecen a respirar de manera acelerada y que aumente la frecuencia cardiaca. Algunos incluso empiezan a babear y sufren temblores”, explica la veterinaria y vocal de la Asociación Madrileña de Veterinarios y Animales de Compañía (AMVAC), Ana Anglada.
Lo habitual en esos casos es que la mascota se refugie en un punto que considere seguro, como hizo Atila debajo de la mesa junto a sus dueños, según destaca Anglada. La especialista también recomienda fabricar con cartones un lugar en el que las mascotas se sientan seguras, en especial los gatos: “Si se van a su zona de escondite, hay que dejarlos tranquilos. Nunca hay que intentar sacarlos. Tampoco hay que reñirles, ya que el miedo puede acrecentarse”. Otro consejo es sacar a las mascotas a que hagan sus necesidades antes de que comience el lanzamiento de petardos o retrasarlo el tiempo necesario para que los animales sufran lo menos posible.
Hace unos días, la Policía Municipal emitió un tuit en su cuenta oficial en la que se recordaba que está prohibido explosionar pirotecnia en la capital. El mensaje, que sorprendió a más de un seguidor, se refiere al artículo 56 de la Ordenanza Municipal de Policía Urbana y Gobierno de la Villa, una norma aprobada en 1948: “Queda prohibido incendiar petardos y mixtos, disparar cohetes, verter líquidos corrosivos, jugar con animales muertos y promover riñas de perros”. De hecho, no existe ningún establecimiento autorizado para vender esos productos. Las inspecciones la realizan los agentes locales en los lugares habituales que se ofrecen, como los alrededores de la plaza Mayor o los bazares de chinos. Si encuentran hasta 15 kilos de pólvora, los inmovilizan ellos mismos. Si los sobrepasan, tienen que derivar el caso a la Guardia Civil.
Dentro del instituto armado, las distintas intervenciones de armas hacen las inspecciones de paisano, en polígonos industriales, como el Cobo Calleja (Fuenlabrada), según explica una portavoz de la Comandancia de la Guardia Civil en Madrid. En esa zona han detectado, entre otros, a un empresario de origen asiático que ha abierto una nave con numeroso material pirotécnico y sin las mínimas medidas de seguridad. La propuesta es una sanción de 3.000 euros y la clausura inmediata del local. Estos recintos pueden llegar a almacenar más de 150 kilos de pólvora, lo que les convierte en auténticos polvorines, con el consiguiente riesgo. “No funcionan ni las alarmas volumétricas y las salidas de emergencia están bloqueadas por carros o por cajas”, recuerda esta portavoz.
Los guardias civiles también vigilan los mercadillos, ya que está expresamente prohibida la venta ambulante, según el Reglamento de Pirotecnia y Cartuchería, que desarrolla la Ley de Seguridad Ciudadana. Aparte del daño que se hace a los animales, también existe un gran riesgo de que las personas que tiran esos petardos resulten con lesiones graves, según recuerda la portavoz del instituto armado. Esto puede ir desde quemaduras a amputaciones parciales, entre otras.
El responsable de La Traca reconoce que el uso de la pirotecnia no es peligroso si se cumplen las medidas que vienen en cada petardo, fuente o batería y los consejos que dan sus empleados a los clientes: “Siempre les decimos que utilicen mechas, que es un cordón de algodón de 20 centímetros, que las dejen en el suelo y que jamás las cojan con las manos, entre otras. También que acudan a espacios abiertos y que respeten la distancia de seguridad que aconseja el fabricante”. “El que tira un petardo al lado de un perro o de las personas está haciendo un uso indebido de ese producto. Es como el que pone un coche a 180 kilómetros por hora en una autovía en la que solo puede ir a 120”, describe Víctor Pérez. “Muchas veces se debe a la ignorancia o desconocimiento”, añade. Esa ignorancia o ese desconocimiento que llevó a Atila a meterse asustado debajo de la mesa familiar, como tantas otras mascotas estos días.
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