Un explorador polar en Vic
Expedición a la ciudad para ver in extremis ‘Amundsen’, la película sobre el conquistador del Polo Sur
Cualquiera que se encontrara el miércoles por la noche en la plaza Mayor de Vic y sus aledaños se habrá sorprendido ante la inesperada presencia en la zona de dos individuos muy abrigados enarbolando una bandera noruega y arrastrando un trineo. Uno era yo.
Dada mi experiencia polar (toda teórica) me arrogué el puesto de jefe de la expedición organizada por mí mismo para asistir a una proyección in extremis de la película Amundsen (2019), un biopic del director Espen Sandberg del famoso explorador noruego que conquistó el Polo Sur. El filme ha pasado con más pena que gloria por la cartelera barcelonesa y tras apenas dos semanas de exhibición lo han retirado despiadadamente. El único lugar en el que en la actualidad puede verse en Cataluña es en los Multicines Sucre de Vic, y en una ardua franja horaria que ríete tú del glaciar de Beardmore.
Consciente de que si me despistaba me perdía la película, decidí montar una esforzada partida, como mandan los cánones, para ir a verla. Pensé en poner en la prensa uno de esos anuncios clásicos como el de Shackleton en 1907: "Se buscan hombres para viaje peligroso. Sueldo escaso. Frío extremo. Peligro constante. No se asegura el regreso. Honor y reconocimiento en caso de éxito. Pago la gasolina y el peaje de Mollet" (la última frase es mía). Pero no tenía tiempo: era mediodía y la peli la pasaban a las 19.20 h.
Necesitaba gente audaz. Llamé el primero a Evelio P., que baña en whisky cada año su pena en el aniversario de la muerte del capitán Scott. "Hum, ¿hoy dices?, ¿en Vic?, ¿estás loco?". Colgué reflexionando sobre cómo algunos dejan pasar la incandescente ocasión de la aventura y la gloria para abandonarse luego a la vana melancolía de las oportunidades perdidas. El siguiente fue Daniel Fernández, que tampoco podía, aunque no solo lo justificó (se marchaba a México) sino que me explicó que de manera premonitoria esa mañana se había duchado con agua fría, pues tenía estropeado el termo. Mi tercera opción era la más lógica: un noruego. Mi amigo Bjarne Nilssen tiene una edad pero está en plena forma y no solo es compatriota de Roald Amundsen sino originario de Telemark, el tío. Sin embargo me contestó muy apesadumbrado: "Me encantaría, pero tengo médico". Aprovechó para advertirme de que las críticas noruegas de la película no eran demasiado buenas y para recordarme que ellos, los noruegos, pese a los éxitos de Amundsen, siempre han preferido a Nansen, "un hombre más completo como explorador y como ser humano".
Vale, pero la peli era de Amundsen y yo no tenía aún a nadie para acompañarme. Me dio en pensar en la soledad de los héroes, en la dificultad de arrastrar a los demás a las grandes empresas, de empujarlos hacia un horizonte infinito en el que aguarda lo que nadie ha visto y te forjas un nombre imperecedero y fama a fuerza de coraje, escorbuto y sabañones. Con tanta épica se me hacía tarde y a lo mejor había tráfico. A ver si iba a ir hasta el Polo Sur para encontrarme con que la película ya había empezado. Me escapé del trabajo y yendo hacia casa para coger el coche me di de bruces con una última oportunidad: Jordi Serrallonga. El prehistoriador y viajero bajaba paseando tan tranquilo por la calle fumando su pipa y quedó algo sorprendido de mi vehemencia al abordarle. "Sí, yo también quiero verla, una vergüenza que haya durado tan pco, iría sin dudar, claro, pero tengo que recoger a mi hijo, dale recuerdos a Amundsen de mi parte". Estuve a punto de tirar la toalla. Vaya líder estaba hecho. No me seguían al cine, así que ni te digo a la Antártida. Presa de una repentina inspiración recordé que Scott llevó con él en su carrera al polo a un ornitólogo, Edward Wilson, experto en huevos de pingüino. ¡Yo también podía hacerlo!
"¿Amundsen?, ¿en Vic?, ¿ahora?... Por qué no, venga, vale". La inesperada respuesta de José Luis Copete me dejó tan estupefacto como entusiasmado. ¡Por fin tenía grupo! Reducido, es cierto, y no sabía yo si el grácil estudioso de los pájaros me tiraría del trineo como el robusto editor Fernández, pero había lo que había (confié en que Copete no se acorxara de cómo acabço Wilson su aventura). Así que allí fuimos. Amundsen partió con cinco hombres, cuatro trineos y 52 perros (de los que por el camino los expedicionarios se comieron 41). Yo iba a Vic, repasé, con 1 hombre, 1 trineo navideño de madera, 2 gorros de lana (uno, souvenir de Noruega), 1 bufanda y la biografía de Amundsen de Tor Bormann-Larsen (History Press, 2011) —de la que la película por lo visto ha sacado mucha información sin citarla: hay polémica—; sin olvidar la perceptiva bandera del país escandinavo. No llevábamos perros para comérnoslos pero podíamos comprar palomitas en el cine.
Entramos en los Multicines Sucre bien pertrechados. Dudé si tenía que comprar una entrada para el trineo
Llegamos a nuestro destino y entramos en los multicines bien pertrechados. Dudé si tenía que comprar una entrada para el trineo —ya que lo había llevado hasta Vic me pareció cruel dejarlo en el coche—, pero la sala estaba casi vacía y pudo ocupar una butaca a mi lado él solo, gratis. Y empezó la proyección. Pese a la opinión comentada por Bjarne —los críticos noruegos han tachado el biopic de aburrido, superficial y "muy frío" (!)— , me pareció una película estupenda y los paisajes grandiosos y de una belleza extraordinaria. Es casi como estar allí (afortunadamente casi). Sale toda la vida de Amundsen, un poco a lo Wikipedia, hasta su desaparición buscando a Nobile en el Ártico. Fue en 1928 así que es inútil esperar que vuelva. El difícil carácter del explorador queda patente: un crítico noruego ha destacado que lo mejor del filme es que el personaje aparece como "el gilipollas que era". Lo interpreta muy convincentemente Pal Sverre Hagen -que encarnaba a ¡Thor Heyerdahl! en el filme del mismo director sobre la Kon-Tiki-. La película, contada especialmente a partir de sus amantes Bess Magids y Kiss Bennet y de su hermano, el sacrificado Leon, no ahorra los sinsabores que hubo de pasar Amundsen. Cómo lo ningunearon y menospreciaron, no solo los británicos, que lo consideraban un advenedizo de la Antártida y glorificaron en cambio a Scott como buen perdedor, gentleman y sportman, sino sus propios compatriotas. Y mira que Amundsen además de conquistar el Polo Sur, abrió el paso del noroeste y fue el primero también, por aire, en el Polo Norte. Era sin embargo de esos hombres sin empatía ni carisma, antipático, y, con la capucha puesta, tenía aspecto de vieja castañera huraña. Además le iban las mujeres casadas (como a Nansen la de Scott). Todo eso no fue óbice para que Copete y yo disfrutáramos de lo lindo la peli y saliéramos contentos como unas pascuas.
Fue entonces cuando decidimos rematar la velada con una marcha hacia la plaza mayor, y unas bebidas. Avanzamos esforzadamente en la noche polar tirando del trineo hasta llegar al mismísimo centro de la plaza desierta. No nos importó que allí se alzara incongruentemente un árbol de navidad y desde todos los balcones y soportales nos observara atónita, entre lazos amarillos, la completa galería de personajes del procés. Plantamos nuestra bandera, dimos tres hurras y nos abrazamos. Lo habíamos hecho.
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