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El misterio de la montaña de Tor se lleva su pieza clave

Fallece ‘El Palanca’, protagonista de los litigios por la propiedad de unos terrenos que causaron tres crímenes

Alfonso L. Congostrina

Jordi Riba Segalàs, conocido (y temido) en todo el Pirineo catalán con el sobrenombre de El Palanca, murió la madrugada del pasado viernes por causas naturales en Lleida. Fue el protagonista de uno de los episodios más oscuros de la crónica negra rural catalana: las tres muertes ocurridas en Tor, pueblo deshabitado del término municipal de Alins (Pallars Sobirà).

Es un enclave colindante con Andorra en el que los conflictos por la propiedad de los terrenos comunales —por donde transitan caminos de contrabandistas y en los que se llegó a barajar la construcción de una estación de esquí— provocó la ira, envidias y pleitos entre los dos caciques del municipio: El Palanca y Josep Montané, El Sansa, al que la justicia otorgó la titularidad exclusiva de la montaña y que poco después fue brutalmente asesinado.

El periodista Carles Porta, en su libro Tor, trece casas y tres muertos fue el primero en hacer pública esta crónica del Far West catalán que se ha cerrado en falso tras fallecer el último de los supervivientes de una larga historia de envidias, intereses y, sobre todo, sangre.

Los problemas en Tor comenzaron en 1896. Fue entonces cuando los únicos 13 vecinos del municipio crearon una sociedad de copropietarios de los terrenos comunales. De esta manera, eran ellos mismos los que regulaban la explotación de los pastos y la madera de la montaña. Entonces redactaron unos estatutos que establecían unos requisitos necesarios para pertenecer a la sociedad: ser cabeza de familia, residir todo el año en el pueblo y mantener, al menos, una casa abierta. Las precarias condiciones en la que vivían los vecinos de Tor— el municipio queda totalmente aislado por la nieve e incluso a principios de este siglo todavía no disponía de luz, ni agua corriente ni teléfono— hizo que poco a poco los descendientes de los 13 copropietarios fueran abandonando Tor y, con ello, fueran perdiendo los derechos sobre los terrenos.

En 1976 apareció en la montaña Rubén Castañer, un controvertido agente inmobiliario aragonés establecido en Andorra. Castañer quería construir una estación de esquí en Tor, hoteles y superficies comerciales, y lo propuso a la sociedad de copropietarios. El Sansa era partidario de la explotación turística de la montaña y El Palanca quería seguir explotando los pastos y la madera de los bosques. Además, la zona era un lugar de paso de los contrabandistas andorranos, por lo que construir un complejo turístico sería una traba para continuar con esa actividad ilegal que dejaba peaje a algunos propietarios del municipio. La propiedad de los terrenos comunales desembocó en amenazas y enfrentamientos entre Sansa y Palanca, hasta el punto de que ambos contrataron leñadores para que hicieran la función de guardaespaldas en la montaña.

El agente inmobiliario —que también tenía guardaespaldas— pactó con Sansa y otra familia, los Cerdà, dejar al resto de vecinos sin derechos en la asociación de copropietarios. Tras firmar un contrato de arrendamiento —durante 99 años por 200.000 pesetas anuales— Castañer se consideraba el amo de la montaña. El 3 de julio de 1980 dos guardaespaldas del agente inmobiliario mataron a tiros a dos de los guardaespaldas de El Palanca, dos leñadores de Vic. Los dos homicidas fueron condenados a ocho años de prisión y Castañer, a indemnizar a las familias con 10 millones de pesetas. Jamás cobraron.

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Pacto imposible

En 1981 comenzó un pleito en la justicia leridana para determinar el propietario de los terrenos de Tor. En un primer momento los herederos de la montaña pretendieron un pacto para dividir el espacio comunal en 13 partes. El Palanca se negó. En febrero de 1995 el juzgado de Tremp publicó una sentencia en la que, siguiendo los estatutos con los que se creó la sociedad de copropietarios, estableció que el único dueño de la montaña era El Sansa. La decisión judicial también fue su sentencia de muerte: en julio de 1995, su cadáver apareció en su domicilio. Tenía un cable enrollado en el cuello y la cara desfigurada. Dos vecinos de La Seu d’Urgell fueron detenidos y absueltos por falta de pruebas tras pasar 14 meses en prisión.

Nunca se resolvió el crimen y nunca se construyó la proyectada pista de esquí en unos terrenos por los que siguen circulando los contrabandistas. El Palanca,si alguna vez conoció lo sucedido, se ha llevado el secreto a la tumba.

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