Los CSI del bosque
El Seprona realiza unas de las investigaciones más complicadas en los fuegos forestales al destruirse las pruebas
Los medios aéreos se retiran. Decenas de bomberos e integrantes de los retenes forestales se dedican a las últimas labores del incendio. Los vecinos desalojados vuelven a sus casas. Cuando todo intenta volver a la normalidad, comienza el trabajo de los especialistas del Servicio de Protección de la Naturaleza (Seprona) de la Guardia Civil. Estos agentes se ponen el mono verde de trabajo y realizan una de las investigaciones más difíciles, ya que gran parte de las pruebas han quedado destruidas por el propio fuego o durante la extinción.
Casi 4.300 hectáreas este verano
28 de junio. Cadalso y Cenicientos. 3.300 hectáreas.
1 de julio. Orusco. 120.
3 de julio. Robregordo. 30.
24 de julio. El Berrueco. 110.
3 de julio. Navalafuente. 100.
4 agosto. La Morcuera. 627.
Esta forma de actuar siempre se repite. La Guardia Civil se mantiene durante la extinción en labores de seguridad ciudadana y de tráfico. Desaloja las viviendas afectadas por el fuego y desvía la circulación. Cuando ya está apagado, los especialistas del Seprona entran en juego. Su primer cometido es encontrar el punto o los puntos exactos en los que se ha originado el fuego. Para ello, cierran el perímetro y se dejan guiar tanto por los primeros intervinientes en la extinción como en los testigos. “Empezamos con decenas e incluso centenares de metros y luego lo reducimos a un espacio muy pequeño, como la superficie de una mesa”, explica el sargento primero del Seprona de la Comandancia de Madrid, Javier Díaz Martín.
Igual que los cadáveres, el fuego también habla a los guardias. La forma en que evoluciona deja señales inequívocas. El punto en el que en una piedra se concentra más hollín, la forma en que se abren las conchas en una rama, la carbonización en los troncos y el cambio experimentado en la escena son los signos del itinerario de las llamas. Los agentes colocan banderines rojos para señalizar ese recorrido. “Esto no es como un homicidio en el que hay un cuerpo que muestra todas las evidencias de cómo se ha producido la muerte y qué relación tenía con el autor”, añade Díaz Martín.
La escena del inicio de un incendio siempre suele acabar “muy contaminada y alterada”. Los bomberos y los helicópteros suelen echar agua y es fácil que por ella pasen muchas personas. A veces, si se actúa con rapidez, se puede acordonar para preservarlo, pero no es lo habitual.
Los fuegos forestales tienen dos tipos de origen. Los naturales son causados por un rayo o por una combustión espontánea por las altas temperaturas. Eso sí, la mayoría corresponde a la mano del hombre. Y dentro de esta causa, pese a lo que se pudiera pensar abundan mucho más las imprudencias que los intencionados. “Estos últimos tienen mucha más argumentación y más posibles pruebas que los imprudentes”, reconoce el sargento.
Hay varios hechos que ya indican esa intencionalidad. Entre ellos están que haya más de un foco de inicio —“cuantos más focos haya, más indica que se trata de un incendio doloso”, afirma el sargento—; que el comienzo esté cerca de vías de comunicación como carreteras o caminos o que se produzcan en las horas centrales del día o en lugares próximos a otros fuegos.
Uno de los casos más llamativos de la Comandancia de Madrid fue el de un guardia civil, Enrique E. L., entonces de 30 años, que cometió 19 incendios forestales entre el 17 de julio y el 1 de agosto de 2013. Estaba destinado al puesto de Navas del Rey y aprovechaba sus días libres para provocar los incendios. “Según pasaba el tiempo y cometía más fuegos, se vino arriba. Cuando le detuvimos, lo agradeció porque ya no podía parar, según nos confesó. Fue un reto porque no utilizaba artefactos incendiarios”, mantiene Díaz Martín.
La inspección ocular en el terreno implica pasar un detector de metales, mirar con lupa la zona, comprobar si se han utilizado acelerantes como gasolina o pastillas para encender barbacoas y ver si hay “cualquier elemento discordante con el terreno”, como mecheros o maderas agrupadas. De todo ello, se hace un reportaje fotográfico y de vídeo. Los objetos se meten en bolsas precintadas y se estudian en los laboratorios de Criminalística. A veces participan los perros para detectar esos acelerantes. Se buscan huellas y ADN del autor. “Es un trabajo muy lento, que se tiene que hacer en el terreno y sobre el suelo. En algunos sitios hemos llegado a poner hasta 20 banderines”, reconoce el especialista.
El maletín de inspecciones oculares va perfectamente equipado con anemómetro, brújula, lupa, higrómetro, cepillo, un pico pequeño, listones de hierro para acordonar la zona y tiras amarillas con centímetros impresos llamados testigos. Un producto llamativo es un bote de laca. “La utilizamos muy poco. La echamos sobre determinados objetos para llevárnoslos enteros al laboratorio, ya que funciona como fijador”, detalla el sargento.
El estudio también incluye un reconocimiento aéreo desde un helicóptero de la Guardia Civil para captar imágenes y ver cómo evolucionó el fuego. “Con todo, es muy importante lo que nos cuentan las personas de lo que han visto. Una matrícula o un modelo de coche nos permite detener al incendiario”, concluye Díaz.
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