El jardín de esculturas sin esculturas en el solar de la mala fortuna
El nuevo espacio del IVAM sigue cerrado y sin las obras que debían dignificarlo mientras el artista Sergio Belinchón recrea su accidentada historia en un libro
El jardín sigue vacío y vallado. Las obras de urbanización acabaron hace más de dos meses, pero no se ha colocado ninguna de las esculturas previstas, ni se ha abierto la calle que enlaza de la forma más directa el barrio del Carmen con el IVAM, ni el pequeño parque infantil. Las cámaras sí que están instaladas. Pero de momento no vigilan nada. Uno de los problemas pendientes de resolver era la asignación del control del circuito de vigilancia. O bien el Ayuntamiento de Valencia o bien la Generalitat (a través de la consejería de Cultura o del propio museo) debían asumir la responsabilidad de la vigilancia de las obras de artistas consagrados como Andreu Alfaro, Miquel Navarro o Ángeles Marco.
Hace menos de un mes, la consejería de Cultura respondía que no había ninguna discusión entre administraciones, simplemente se estaba coordinando "dónde irá conectado el circuito, que será muy probablemente al servicio de vigilancia del IVAM". Esta semana, Cultura no ha contestado si ya se han atado los cabos sueltos ni cuándo se inaugurará el jardín que antes fue un solar con una convulsa y connotada historia detrás, No hay más que echar un vistazo a los centenares de noticias que ha protagonizado en los medios de comunicación en las últimas dos décadas, o, más recientemente, al libro de artista que el propio IVAM encargó al fotógrafo valenciano, afincado en Berlín, Sergio Belinchón. La publicación tiene como objeto de estudio la singladura de este espacio, emplazado entre las calles de la Beneficència y de Na Jordana y colindante con la parte trasera del museo, al que siempre se le acusó de estar de espaldas al Carmen.
La salida de este libro, titulado Jardí, debía coincidir con la apertura del jardín de esculturas, pero como el asunto se ha ido retrasando, se presentó hace casi dos meses en el IVAM. Se trata de un interesante ensayo escrito y visual que se abre con una recopilación de las principales noticias que los periódicos han ido publicando sobre el solar en el que vivían unas 50 familias cuyas viviendas fueron expropiadas para ampliar el IVAM.
Primero, el museo iba a crecer con un proyecto funcional de perfil bajo. Corría la segunda mitad de los años 90. Luego, el director entonces del museo, Kosme de Barañano, llegado del Bilbao del efecto Guggenheim, encargó al prestigioso estudio japonés Sanaa la elaboración de una ampliación como mandaban los cánones de principios de los 2000. El presidente valenciano, Eduardo Zaplana, lo compró, meses antes de irse de ministro de Trabajo en julio de 2002. Una piel metálica de 30 metros de altura iba a encapsular el actual edificio. Se habló de que costaría 45 millones de euros, pero lo cierto es que el atrevido diseño de los japoneses, que años después ganarían el premio Pritzker, no pasó de ser un proyecto fallido por el que la Generalitat pagó cinco millones, incluyendo las maquetas y la caseta de diseño en la que se exhibió en la explanada del IVAM durante meses. La construcción del jardín enterró definitivamente la piel de acero.
Belinchón, de 48 años, repasa todos estos acontecimientos con recortes que recogen la lucha vecinal, las múltiples promesas incumplidas, el vaciamiento de las viviendas y la posterior okupación, el trapicheo de droga o el chabolismo en el solar abandonado. También hay textos coordinados por María José Fernandez, que recaban testimonios de vecinos, de afectados y también de algún visitante del garito punki e ilegal, con cierta aureola mítica, que se instaló abriendo boquetes en las paredes de las casa ya deshabitadas. Si mostrabas tres (o una, según la versión) estrellas Mercedes, es decir, el logo de la marca arrancado de los coches, te invitaban a una cerveza.
Historias del barrio y también de una etapa de la ciudad de Valencia. Belinchón lo cuenta con la elegancia de un arqueólogo que cuida con esmero sus hallazgos. En este caso, media cinta de casete de Bruno Lomas, unos disquetes quemados de ordenador, una pistola de juguete, mil fragmentos de una litrona, un trozo de cerámica de Manises, una bola de plástico que parece el mundo, una cuchara de plata, una cámara destripada, una cuchilla Gillette, cables, monedas. Son objetos que fue encontrando en el solar antes de que fuera finalmente urbanizado. "Removía la tierra y me encontraba cosas y me las llevaba al estudio. He hecho un trabajo un poco de arqueología. A partir de estos restos fui haciendo fotografías", explica el artista.
Las imágenes se exhiben en el libro editado por el IVAM. Sorprende el magnetismo que ejercen los objetos más comunes que, al ser descontextualizados, adquieren una fuerte carga connotativa y evocadora. Por momentos, la obra parece un cuidado catálogo de arqueología de barrio de arte povera y belleza inesperada.
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