500 carteristas se mueven por el metro de Madrid
La Policía Nacional tiene identificados a los especialistas en bolsillos ajenos que cometen 10.000 delitos al año en el suburbano
Largas escaleras mecánicas de una estación de metro del centro de Madrid. Un turista intenta hacerse un hueco. Lleva la maleta, una mochila y un plano. Le faltan manos. Detrás de él, suben dos hombres, de aspecto normal que no levantan sospechas. En cuestión de segundos, le abren la mochila al visitante y le roban el dinero en efectivo y el teléfono móvil. La víctima, ajena a lo que le acaba de suceder, no se dará cuenta hasta que llegue al hotel. En el mejor de los casos.
Esta escena se repite de media unas 30 veces al día en el suburbano madrileño. Las líneas que pasan por la almendra central —todas las que están dentro de la M-30— son las que tienen mayor incidencia de estos delitos leves de hurto, cuya cuantía no suele exceder los 400 euros. Si hace años el botín preferido eran las carteras, estas comparten el protagonismo junto a los teléfonos móviles. Los terminales inteligentes tienen gran salida en el mercado negro y muchas veces abandonan nuestras fronteras, donde se pagan a altos precios.
El subinspector y el oficial de la Brigada Móvil (80 funcionarios) cogen un pequeño taco de folios. En cada uno hay unas 15 fotos, en cuyos márgenes aparecen los nombres, la nacionalidad y el año de nacimiento de cada uno. “Los que están más arriba son los que hemos identificado más recientemente. Estas son las fotos que utilizamos por si les vemos cuando estamos de patrulla”, afirman ambos agentes. De media, en el metro de Madrid actúan unos 500 carteristas. “La cifra va fluctuando, porque muchos se desplazan a otras ciudades e incluso países según esté el turismo. Ahora, por ejemplo, en verano ha bajado su actividad porque se han ido a la playa o a ciudades con más visitantes, como Praga o las italianas”, explica el subinspector.
Otra escena típica se da en los ascensores. Entra una mujer que está consultando el móvil. Lleva colgado el bolso de un lateral. Mientras un gancho habla con ella con ella o le pregunta una calle, su compinche se lo abre y le roba la cartera o el móvil. Su práctica es tal que la víctima no se percata de que se lo han sustraído, ya que le cierran incluso hasta la cremallera. Antes de salir del elevador, el ladrón se lo pasa a un tercero, que lo guarda por si son descubiertos. Muchas veces incluso no es necesario ni que haya una conversación. Al ser un espacio tan reducido y haber tanta gente, los carteras pueden actuar con impunidad.
El año pasado se denunciaron 11.000 delitos en el metro madrileño, de los que 10.000 corresponden a hurtos y el resto casi en su totalidad a apropiaciones indebidas. “Muchas veces, como no podemos demostrar que una persona haya robado un móvil o una cartera, pero sí descubrimos que lo tiene entre sus posesiones, es el delito que le imputamos”, explica el oficial. Las cifras de delitos se mantienen estables durante los últimos años. Las aglomeraciones en hora punta y los grandes eventos, como la final de la Champions League, son los momentos más apreciados por estos ladrones.
Si se tuviera que establecer el mapa de los robos en el metro esté tendría casi todos los puntos rojos dentro de la línea 6 (la circular) y casi nulos fuera de ella. Las más frecuentadas son las que pasan por el centro de la ciudad, como la 1, la 5 y la 10, además de la propia 6. A los carteristas no les interesa ir al aeropuerto porque saben que los turistas tienen los hoteles en la almendra central. Los agentes reconocen que no hay ni un horario ni un día fijo en el que se registren más delitos. “Influyen muchos factores y unos días cambian de una semana o de un mes a otros”, concluyen. Por tanto, no se puede hacer ni un mapa ni un cronograma de riesgos para intensificar la vigilancia. “Cuando hay un partido de fútbol, el metro se queda vacío a las ocho de la tarde”, reconocen los agentes, que tienen bastante experiencia en los túneles del metro.
Vagón repleto en plena hora punta. Un sesentón con gafas y sombrero parece que va despistado. Se monta junto a un grupo de turistas y las observa. El metro pega un pequeño frenazo, instante que es aprovechado por el hombre para hacerse con el móvil de una mujer. Cuando el tren se detiene en la siguiente parada, el hombre baja despacio. Aun pasará un rato hasta que se percate de la sustracción. A veces utilizan algunas muletas, como un libro o un periódico doblado.
Por nacionalidades, los rumanos son los más numerosos, “a gran distancia de los siguientes”, según los agentes. Detrás están los búlgaros, los marroquíes y, en menor medida, los peruanos y los cubanos. Ya casi no hay españoles, según los datos de la Brigada Móvil. Los turistas orientales (japoneses y chinos) y los italianos son sus predilectos. Tienen fama de llevar importantes cantidades de dinero en efectivo. Y los agentes lo corroboran. A una turista china le sustrajeron 8.000 euros. Eso sí, el récord lo tiene un visitante argentino que iba con toda su familia y que iniciaba una ruta por varios países europeos. Le volaron un sobre con unos 10.000 euros que llevaba en el bolsillo exterior de una mochila. Hay carteristas de todas las edades. Algunos de los que están en activo nacieron incluso en 1950, según los archivos policiales. “Son personas que han estado metidos en estos delitos toda la vida y que no saben hacer otra cosa”, afirman los policías.
Seis de la mañana. Domingo. Estación de inicio de una línea. Suben tres o cuatro viajeros que han apurado las últimas horas de juerga. Nada más recostarse en los asientos, entre el cansancio y la borrachera, se quedan dormidos. El momento es aprovechado por algunos especialistas de lo ajeno, que les hurgan en los bolsillos sin que los afectados se enteren. Muchas veces incluso les quitan los móviles de las manos sin que se despierten. A este grupo de ladrones se les llama en el argot policial los chinaores. Antiguamente llevaban una cuchilla con la que rompían los bolsillos y se quedaban con las pertenencias de los pasajeros. Ahora ya no suelen utilizar esa técnica.
“Estos ladrones, a diferencia de los otros, pueden utilizar la violencia si se despierta la víctima. Los carteristas jamás lo hacen porque saben que el delito es mucho más grave y las penas son mayores, con cárcel incluso”, reconoce el oficial.
- ¿Cuánto puede sacarse al día un carterista en Madrid?
- La respuesta es muy difícil. Ellos dicen que les da para sobrevivir que no ganan más de 20 o 30 euros. Pero no debe ser cierto. Si se les da bien, pueden ser 200 o 300 euros al día e incluso más.
- ¿A eso ayuda que las penas son muy bajas?
- Si lo que roban no supera los 400 euros, se considera un delito leve de hurto y no supone pena de prisión, tan solo de multa de uno a tres meses.
Cuando los agentes reciben una denuncia, visionan las grabaciones de las cámaras de seguridad del metro para identificar al autor. Para eso es fundamental que se acuda a comisaría cuanto antes para que no se borren esas imágenes. El número de ojos electrónicos es tan alto en el suburbano madrileño que se puede reproducir todo el recorrido de un viajero.
Un joven escucha música con sus cascos bluetooth, aislado de todo el trasiego que se produce en el vagón. Se agarra como puede a la barra para no caerse, mientras de fondo oye a su grupo favorito. Se abren las puertas y suben y bajan decenas de personas. El metro arranca despacio e inicia su salida de la estación. De repente, el viajero deja de oír la música. Cuando se echa mano al bolsillo, le ha desaparecido el móvil. Su ladrón ya está escaleras arriba con total impunidad.
Los agentes explican que lo primero que hace el ladrón es abrir el teléfono y tirar la tarjeta. Además, lo apagan. En cuestión de segundos se lo pasan a algún compinche por si la víctima o la propia policía se percata del robo e intenta recuperar el terminal. “Hace tiempo, bastaba con llamar y le localizábamos. Después, los rastreábamos con los programas de seguimiento. Ahora se han sofisticado y ponen muchas más precauciones para no ser detectados”, afirman los agentes.
Estos terminales son reprogramados y se venden en terceros países del norte de África o en países del este europeo, donde gozan de un gran mercado. “Para evitar todo esto, bastan algunas medidas de seguridad, como llevar los bolsos cruzados, los objetos de valor en los bolsillos delanteros de los pantalones y el dinero guardado fuera de lugares accesibles para los ladrones. Muchas veces se trata de aplicar un poco el sentido común”, recomiendan el subinspector y el oficial.
La falsa denuncia de un atraco a las tres de la madrugada
“Pues estaba sentado en el andén, vino un hombre, me pegó un manotazo, me quitó el móvil y salió corriendo”. Esa es la resumida declaración que a veces reciben los agentes de la Brigada Móvil. Es el método que utilizan algunos usuarios para estafar a los seguros y hacerse con un terminal nuevo de última generación. Lo que no saben es que los agentes comprueban todas las denuncias y que muchas veces el denunciante no aparece ni en la estación ni en el día ni en la hora.
El caso más flagrante ocurrió hace unos meses, cuando se presentó en comisaría un hombre para denunciar que le habían atracado y le habían robado el móvil y sus pertenencias. Cuando los agentes le preguntaron la hora del delito, el hombre les dijo que a las tres de la madrugada. Le rehicieron la pregunta y mantuvo la respuesta. Así hasta en tres ocasiones. “Caballero, queda usted detenido como supuesto autor de un delito de denuncia falsa”, le soltaron los agentes. El hombre no salía de su asombro. Casi no podía pronunciar palabra. Entró para denunciar y terminaba arrestado. Lo que no se percató es que había cometido un fallo de libro. A las tres de la madrugada, el metro está cerrado. Por tanto, supuesto autor de un delito contra la administración de justicia.
Los agentes también comprueban pasado el tiempo si funcionan los teléfonos robados. “Mucha veces llamamos y nos lo coge el propio denunciante, o su novia, o algún familiar cercano. En ocasiones nos cuelgan, pero les citamos para que vengan y notificarles que están investigados por un delito de estafa”, añaden los agentes.
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