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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La escapada de Pedro Sánchez

Plantear el desencuentro con Podemos en clave catalana es minimizar las otras muchas prioridades de Estado que la izquierda podría compartir. No todo empieza y acaba en Cataluña

Josep Ramoneda
Pedro Sánchez saliendo de la Moncloa.
Pedro Sánchez saliendo de la Moncloa.samuel sánchez

En política, como en la vida, se tiende a eludir responsabilidades. La culpa siempre es de otros: de los aliados (que no por ello dejan de ser adversarios), de la oposición, de la legislación vigente, de los electores que no votaron como era debido. Tenemos un ejemplo de manual en las negociaciones de Pedro Sánchez para formar gobierno. Lo tiene todo a su favor, dobla en escaños al segundo clasificado, dispone de margen para repartir y sabe perfectamente que no hay alternativa viable a su candidatura. Y, sin embargo, no avanza. Y empieza a dejar algunos jirones de prestigio por el camino. Primero cortejó su imagen triunfal: el paria expulsado por los barones del PSOE que fue capaz de derrotar sucesivamente a Susana Díaz, a Mariano Rajoy y al tripartito de derechas, que se pasea por Europa de la mano de Macron, aunque al final salió trasquilado.

Desde la cima, Sánchez asumió el papel de impasible, enviando apelaciones a la responsabilidad en todas direcciones para que legitimaran su jerarquía. De nada sirven las reiteradas y solemnes negativas de PP y Ciudadanos. El propósito es intimidar a Iglesias y tranquilizar a los poderes fácticos, convencido de que Podemos, en riesgo de desguace, no tiene otra salida que aceptar, tarde o temprano, lo que le den. Pero Sánchez debería saber que Podemos, para decirlo con palabras de Santiago Alba Rico, a veces parece formar parte de “cierta izquierda que considera que la mejor dirección es la derrota”. Así ocurrió, por ejemplo, en Madrid, donde Pablo Iglesias, al retirar el apoyo a Carmena, contribuyó eficazmente a que la izquierda perdiera la capital.

Los días pasan y la imagen se deteriora. La realidad es que Sánchez no ha conseguido formar una mayoría

Los días pasan y la imagen se deteriora. La realidad es que, a día de hoy, Pedro Sánchez no ha conseguido formar una mayoría: sigue sin avanzar con su socio principal e incluso ha incomodado a un aliado imprescindible como el PNV. “Estoy dispuesto a contemplar todos los escenarios”, ha dicho. ¿Hay un escenario alternativo a un acuerdo con Podemos que no sean las elecciones? Es difícil ver razones para esta claudicación.

Pedro Sánchez justifica sus líneas rojas en la negociación con Podemos por las diferencias “en cuestiones de Estado”. Y pone como ejemplo el conflicto catalán. Se pregunta si Podemos “estaría en un Gobierno que tuviera que aplicar el artículo 155”. Lo que confirma que la cuestión independentista tiene obnubilados a los dirigentes políticos españoles (y no solo a la derecha) y que tampoco Pedro Sánchez ha entendido que el pacto entre sus primos hermanos del PSC (que están demostrando una inusual habilidad política) y Junts per Catalunya es un reconocimiento en la práctica de lo que muchos se niegan a reconocer con las palabras: que la etapa de la unilateralidad y del frentismo se acaba. Si Sánchez lo hubiera captado, no enarbolaría ahora el 155, sino que más bien buscaría alianzas para una estrategia que volviera el conflicto a su natural cauce político.

¿Hay un escenario alternativo a un acuerdo con Podemos que no sean las elecciones?

Plantear el desencuentro con Podemos en clave catalana es minimizar las otras muchas prioridades de Estado que la izquierda podría compartir: la respuesta a los desafíos económicos y ambientales, la defensa de derechos básicos, el reconocimiento a las personas y la regeneración democrática para defender a la ciudadanía cuando se convierte a la economía en un fin en sí mismo y al sujeto en pura mercancía. No todo empieza y acaba en Cataluña.

El remate en la escapada de Pedro Sánchez es plantear una reforma de la Constitución para evitar un bloqueo como el actual. Podría ser interesante —incluso signo de coraje— abrir el melón de la reforma constitucional: ¿pero es consciente Pedro Sánchez de todo lo que puede entrar por esta puerta si se abre? En este contexto, limitarla al tema que él sugiere es un escarnio. Segunda: la única garantía de una mayoría de gobierno estable es un sistema mayoritario a dos vueltas. Vivimos en una monarquía parlamentaria. La elección del presidente del Gobierno por sufragio directo lo haría insostenible: ahondaría la fractura entre la legitimidad dinástica (eterna) y la legitimidad democrática (renovada regularmente). La elección del Parlamento por sistema mayoritario limitaría enormemente la representación: en cada circunscripción el que llega primero se lo lleva todo. Y, manteniendo el sistema actual, dar la presidencia a la lista ganadora es una devaluación del régimen parlamentario. Hay mil motivos para cambiar una Constitución gastada, pero la dificultad de un candidato para encontrar los apoyos necesarios no es razón suficiente. Las mayorías hay que trabajarlas.

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