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LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Cuando el aborto era clandestino

Un grupo de mujeres ayudaba a las que necesitaban información y contactos

Tomàs Delclós
Anne De Naeyer, pionera de la lucha feminista por el aborto, retratada en su casa.
Anne De Naeyer, pionera de la lucha feminista por el aborto, retratada en su casa.MASSIMILIANO MINOCRI

Anne De Naeyer fue enfermera de cirugía general en su Bélgica natal, en un hospital de la sanidad pública de Lovaina. Por motivos sentimentales, se instaló en Barcelona en 1966. Tardó unos cuantos años en regresar a su querido oficio de enfermera. Militó en el FRAP (Frente Revolucionario Antifascista y Patriota) hasta que un día le dijeron que debía llevar pistola. Se negó. Pero esta militancia le costó a ella, y a su pareja, un año largo de exilio preventivo. Se refugiaron en Bélgica cuando en 1974 cayó su célula.

De regreso, no pudo volver al hospital de la Cruz Roja donde había trabajado y lo hizo en una guardería laboral de Bellvitge. “Era un nuevo modelo, pensado para hijos de obreros. Abríamos a las seis y media y se cerraba a las 19.30”. Fue entonces cuando, abandonada la militancia política, empezó a colaborar en la asistencia a mujeres que necesitaban abortar. Una nueva, inevitable clandestinidad.

Junto con su amiga Nieves Simal, se incorporó a un grupo de mujeres, algunas enfermeras, que difundían información sobre el aborto y la anticoncepción. Una de las fundadoras de este grupo fue Marcel·la Güell. “Empezamos dando charlas en los barrios, queríamos que las mujeres conocieran su propio cuerpo”, explica Güell. El grupo, cobijado por una asociación universitaria, participó en las Jornades Catalanes de la Dona, del 76, donde se reclamó una sexualidad libre, el derecho al divorcio, a la anticoncepción y al aborto dentro de una tupida lista de discriminaciones de la mujer y prohibiciones. Una agenda feminista que, entonces, no estaba entre las prioridades de los partidos políticos cuya máxima urgencia era construir el armazón de la joven democracia, comenta. Finalmente, el grupo tuvo apellidos: DAIA (Dones per l’Autoconeixement i l’Anticoncepció). Y abrieron un local, primero en Còrsega y luego en Casp, éste compartido con la Coordinadora Feminista, donde daban charlas. "Aunque muy al principio pretendimos que fuera un grupo mixto,únicamente un hombre colaboró con nosotras. Muy pronto nos definimos como grupo feminista". Estas sesiones informativas eran colectivas, podían atender a 200 personas en un día. “Quien buscaba información concreta para abortar tenía primero que participar en estas charlas colectivas para que tuviera conciencia de que su problema era el problema de muchas mujeres”.

Ella misma había abortado en una granja de Aviñón, en la mesa de la cocina, con gallinas correteando por ahí

En esta tarea informativa abrieron otro frente que, a la larga, resultó muy fructífero. Pasar la información a las vocalías de mujeres de las asociaciones vecinales para que ellas cogieran el testigo. Güell recuerda que detectaron la infiltración en el grupo de una persona que practicaba abortos de mala manera y quería captar clientela. El trabajo era “emocionalmente muy duro”. Finalmente, el grupo se disolvió en el 84, en vigilias de que se aprobara la ley que legalizó el aborto tras el franquismo. A pesar de que Franco había muerto en 1975, la legalización de los anticonceptivos no se producirá hasta 1978. Y la primera ley del aborto data de 1985, una ley restrictiva que únicamente lo permitía en caso de violación, riesgo físico o psíquico y malformación del feto.

DAIA centraba sus esfuerzos en el combate informativo, pero algunas de sus integrantes gestionaban los contactos para abortos clandestinos. De Naeyer fue una de estas mujeres. Ella misma había abortado en una granja de Aviñón, en la mesa de la cocina con gallinas correteando por ahí. A pesar de todo, los dos jóvenes que los practicaban lo hacían con ciertas garantías, comenta. Habían aprendido el método en Italia. Empezó a ser un contacto conocido. Las primeras reuniones con chicas que necesitaban abortar las hizo en el Zurich de la plaza de Catalunya. Holanda, Londres o Aviñón eran los destinos más habituales. “Los dos hombres de Aviñón, a veces, se acercaban a Barcelona y reuníamos a cinco o seis chicas en un piso. Ellos lo hacían por convicción, apenas cobraban para cubrir gastos”, explica. Aunque era preferible salir al extranjero, en caso de extrema necesidad o apuro, se practicaba en la misma Barcelona. “Nunca pasó nada grave. Sólo una vez hubo que acudir a urgencias del Clínic. Ya sabíamos que no nos denunciarían”. Era precisamente en el Clínic donde el doctor Víctor Conill (1917-1999) había abierto a principios de los setenta un centro de planificación familiar , aunque obviamente no se llamaba así.

La mayoría de las mujeres llegaban sin que las acompañara la pareja. “Vimos muy pocos hombres a su lado. Vivían el problema en una profunda soledad y, algunas, con miedo a ser descubiertas por el padre o el marido. El aborto clandestino, el hecho de que la ley lo persiguiera, no solo dificultaba su práctica si no que, en algunos casos, podía aumentar un injusto sentimiento de culpa”. El grupo conocía muy bien las redes abortistas en el extranjero y cuando una mujer tenía problemas económicos sabía a qué médicos llamar para que saliera gratis o más económico. “Incluso había una agencia de viajes, con la que trabajábamos habitualmente que, en casos muy evidentes, regalaba el pasaje”.

Con los ayuntamientos democráticos empezaron a abrirse centros de planificación familiar que asesoraban a las mujeres. Y De Naeyer trabajó en uno de ellos. “La cola empezaba a formarse a las cuatro de la madrugada”. La ley del 85 recondujo la actividad a las clínicas recién abiertas. Pero desde el centro de planificación seguía siendo necesaria la tutoría. “Desde gestionar un informe psiquiátrico hasta casos extremos, como el de una chica que, me dijo: si mi padre se entera irá a la clínica a matarme. “Estarás conmigo?”, me pidió”. Estuvo con ella.

Ahora, ya jubilada, no ha olvidado aquellos años de lucha. Y sigue estando al día de lo que se mueve en el combate feminista, que no abandonará. Fue ella la que me recomendó la exposición, ya cerrada, de fotos en Colectania On abortion. El primer capítulo de la historia de la misoginia que proyecta Laia Abril. Una exposición particularmente dura sobre el daño que causa a las mujeres no poder acceder al aborto de forma legal y gratuita. Cuando la visito en su piso está leyendo Les mares que ens han parit de Maria Rosa Ribas. Por su parte, Güell sigue activa. Es miembro de la Junta y de la Vocalía de Sanidad de la Federació d’Associacions de Veïns i Veïnes de Barcelona.

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