Pereza
Junts per Catalunya y Esquerra Republicana en su particular competición por el liderazgo político, nos tienen sumidos en un bucle sin fin
Cada vez da más pereza escribir sobre lo que nos pasa en Cataluña. Somos muy de echar la culpa a España, pero, pese a lo que determinados sectores mantienen, el principal problema lo tenemos en casa.
El nacionalismo en Cataluña ha estado siempre presente, con un carácter más o menos inclusivo respecto de los venidos de fuera. Esta realidad entorpece el discurso a algunos sectores que ahora niegan que el independentismo sea nacionalista. Ese nacionalismo podrá ser de diferentes tipos, más o menos nativista, más o menos pragmático, más o menos político, pero, en el fondo, siempre está presente, dado que parte de la diferencia como elemento legitimador para desarrollar un proyecto político independiente del resto. Ahora, en un contexto europeo en que los nacionalismos destacan por poner en peligro los valores y estructuras comunes de convivencia, ser visto como un movimiento nacionalista no interesa.
Es cierto que hay un sector del independentismo en Cataluña que se sumó al proceso viendo en él una oportunidad de regeneración democrática, como una oportunidad para desarrollar localmente (en Cataluña) un proyecto constituyente en el que incorporar un nuevo paradigma democrático, en el que replantear las bases del estado constitucional liberal. Sin embargo, llama la atención que aquellas personas que hicieron una apuesta por el procés en esta línea no se desmarcaran de él, sobre todo, después de las leyes aprobadas el 6 y 7 de septiembre de 2017. Su procedimiento de aprobación fue propio de un estado autoritario, y su contenido, inconstitucional. Pero algún día, aquellos que querían un modelo democrático avanzado, deberían leer las leyes en cuestión y aceptar que quedaban muy lejos de sus aspiraciones.
En el espacio constitucionalista se recolocan las piezas para romper las lógicas de bloques
Pero también hay sectores del independentismo que, ya sea de origen, ya sea por la creciente frustración que el procés y sus mentiras han generado, son expresión hoy de la manifestación más reaccionaria del nacionalismo no democrático. Una muestra de este independentismo se puso de manifiesto en el paseíllo de la alcaldesa Ada Colau recién investida y el resto de regidores no unilateralistas. La rabia violenta poco contenida de los que allí se concentraron dice muy poco a favor de un movimiento que se reivindica democrático e incluyente. De hecho, la investidura de Colau fue una representación perfecta del procesismo en estos tiempos. De una parte, el partido de la alcaldesa, azotado interna y externamente por no pactar con Ernest Maragall. Una líder no independentista que pasa, así, a formar parte de los traidores a la causa, un club con un mayor número de integrantes cada día que pasa. El señor Collboni que, recuperadas posiciones, se ha tragado sapos enormes para posibilitar un ayuntamiento constitucionalista en Barcelona.
El señor Valls nos dejó atónitos a todos con su apoyo a una candidatura de la que está ideológicamente alejado, anteponiendo su deseo de salvar a Barcelona de la debacle procesista. Por el otro lado, en cambio, ERC y Junts per Catalunya en rompan filas por no haber conseguido hacerse con Barcelona: unos queriendo separarse del lastre puigdemontista, y, los otros, insistiendo en que, si no van juntos, no tienen nada que hacer.
Pero lo peor puede estar por venir. En unos meses, llegará la sentencia del Tribunal Supremo sobre los líderes del procés. Este momentum (otro más) podría ser aprovechado para convocar unas nuevas elecciones en Catalunya, lo que nos permitiría visualizar cuál es su nueva ordenación política, dentro y fuera del independentismo. En el ámbito no independentista, la nueva Liga democrática tendría que enseñar su músculo en un escenario en que el centro derecha catalanista no existe, desde que fuera dinamitada por Mas en 2012. En el espacio de los independentistas, veremos, por una parte, quien se hace con el mando del PDeCAT/Junts. Dependiendo de quien ostente su liderazgo, podría hablarse de la ruptura definitiva con la estrategia unilateralista. Dicen que el líder de este espacio podría ser Mas. Ellos verán. La otra duda es, si una vez aglutinados, repetirán por enésima vez, su opa hostil a ERC e insistirán en presentarse a las elecciones (las penúltimas) autonómicas conjuntamente para… ¿qué? Esa es otra gran incógnita.
Depende de quién ostente el liderazgo de PDeCAT/Junts, podría romperse la estrategia unilateralista
Así, mientras en el espacio constitucionalista se avanza, se recolocan las piezas con el afán de romper las lógicas de bloques para devolver a Cataluña cierta gobernabilidad y, en el medio y largo plazo, recuperar la convivencia social, en el bloque independentista, Junts y ERC continúan en su particular competición por el liderazgo en Catalunya, lo que nos tiene sumidos en un bucle sin fin. Lo que les decía, pereza infinita.
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