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Me bajo en Callao
Columna
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Donde me salga del casco

La autora critica que los conductores de motos aparcan donde les da la gana sin dejar paso a los peatones

Nieves Concostrina
Motos aparcadas ayer por la mañana en una calle perpendicular a la Gran Vía.
Motos aparcadas ayer por la mañana en una calle perpendicular a la Gran Vía.N. Concostrina

De aquí al punto final de estas líneas me van a llover enemigos. Es más, tras leer las últimas diez palabras de este primer párrafo, muchos abandonarán la lectura y preferirán dedicarse al insulto. Así que, afrontemos esto cuanto antes: estoy hasta la peineta de las motos en las aceras.

De las mal aparcadas, claro. Es decir, la mayoría. Absténganse de ofenderse los moteros que buscan el lugar adecuado en donde dejar su máquina. Sé que los hay, porque los veo. La cosa no va con ellos.

Ser propietario de una moto o alquilarla incluye el derecho a dejarla donde al conductor le salga del casco. Esto es así porque sí y se acabó la discusión. O los peatones lo asumimos, o que nos den.

Un motero no se siente en la obligación de buscar estacionamiento donde esté permitido. Estaría bueno. Para qué leches se ha comprado entonces una moto… ¿para abandonarla cincuenta metros más allá? Ni en broma. En la mismísima puerta o nada.

Allí donde haya una acera de metro y medio, allí hay motos. Los que se creen bienintencionados, las estacionan en línea, haciéndonos el favor a los peatones de dejarnos ochenta centímetros para circular. Gracias. Se me saltan las lágrimas.

Si la acera mide tres metros, eso ya es Jauja, Una larga fila india de motos, pegadas rueda con rueda, impiden cruzar la calle y encontrar el espacio en el que encajar el cubo de la basura de la comunidad.

Las esquinas han dejado de ser espacios de desahogo peatonal. Son el aparcamiento ideal para las motos. Una, dos tres, cuatro… y a veces puestas allí por las propias empresas que las alquilan para que nos demos de bruces con ellas y nos entren unas ganas irrefrenables de subirnos a una.

Las aceras de seis metros son auténticos muestrarios de motocicletas. Hasta tres y cuatro filas dejan aquel antiguo espacio para caminar en apenas dos metros libres. El caos es tal, que he asistido incrédula a violentas discusiones entre moteros porque alguno se ha quedado encerrado entre dos filas.

He revisado la ordenanza de movilidad que afecta a las motos y es un absoluto chiste a partir de su artículo 62. Esa normativa y rascarse la barriga tienen el mismo efecto. La inmensa mayoría pasa de ella puesto que también pasa la autoridad supuestamente competente.

El esfuerzo municipal que se hizo para eliminar bordillos que facilitaran la vida a personas con movilidad reducida, y el cambio de textura en el suelo para que los ciegos identificaran los pasos de peatones ya no sirven para nada. Las sillas de rueda no pasan, y los ciegos se pegan hostias como panes contra bicis, patinetes atravesados y con motos estacionadas donde al motero le sale del casco.

Y, sin embargo, estoy absolutamente convencida de que la convivencia es posible. O no.

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