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ME BAJO EN CALLAO
Columna
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No corten el rabo al perro

Cuando la ciudad esté libre de humos montamos el pollo para traernos los Juegos Olímpicos

Nieves Concostrina
La alcaldesa de Madrid en funciones, Manuela Carmena, posa en una entrevista para EL PAÍS.
La alcaldesa de Madrid en funciones, Manuela Carmena, posa en una entrevista para EL PAÍS.ÁLVARO GARCÍA

Manuela ha ganado, pero no puede gobernar. Ha cumplido 75. Es una mujer joven con más años que otras mujeres viejas que tienen 35 años menos. Se metió en el berenjenal de la política para intentar hacer algo en beneficio de su ciudad. Ni moría por una poltrona, ni mataba por un titular.

El alcalde de infausto recuerdo Alberto Ruiz Gallardón disparaba con pólvora ajena y nos dejó a los madrileños una deuda de 6.348 millones de euros; su colega de partido y nefasta sucesora, Ana Botella, sumó y siguió hasta llevar a Madrid al cielo del endeudamiento con 7.400 millones, para dejárselo finalmente a Carmena solo en 6.000. La alcaldesa en funciones de Madrid abandonará el cargo en un par de semanas tras haber reducido la deuda del Ayuntamiento a menos de la mitad, y, encima, nos ha dejado amplia y bella la Gran Vía, la tercera calle más transitada de Europa.

Quienes vengan, disponen de cuatro años para volver a disparar el gasto sin temor a que nadie les pida cuentas. Tradicionalmente, los madrileños han creído que la deuda de la ciudad es algo que no va con ellos. Cuando Gallardón derrochó 500 millones de euros para adaptar el palacio de Cibeles a su megalomanía, los vecinos de esta ciudad salían de hacer la visita alabando “lo bonito que les había quedado”. Como si el dinero lo hubiera puesto Bill Gates.

Con sus aciertos y sus errores, Carmena tuvo que torear a mansos propios y ajenos que la tomaron por una novillera que no sabría manejarse sin apoderado. Podría haber abandonado a mitad de mandato y enviar a unos cuantos a hacer gárgaras, pero aguantó el tirón porque todo lo que empieza, lo termina. Las magdalenas no se sacan del horno hasta que han subido.

En 2017 no tenía intención ni necesidad de presentarse a la reelección, pero la convencieron para que siguiera hasta cumplir los 79. Sin ella, lo mismo se complicaría retener el Ayuntamiento. Carmena aceptó, que hacen falta ganas, pero no iba a firmar un cheque en blanco. Imposiciones, las justas. Y entonces los desconfluenciadores empezaron a desconfluenciar las confluencias porque resultó que la alcaldesa no se dejaba mangonear. Y hasta aquí hemos llegado.

Carmena ha sido, con diferencia, la mejor de sus colegas en los últimos 20 años. “Porque tú lo digas”, dirá alguien. Pues claro que porque lo digo yo, puesto que yo soy la que lo dice. Si lo dijera otro, diría otra cosa.

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Las cuentas son las que son, y aunque Carmena haya sido la candidata más votada, con 500.000 papeletas, no podrá gobernar en el Ayuntamiento, mientras el PP de la Comunidad ha perdido en el camino 350.000 votos y su candidata podrá ser presidenta con todas las de la ley, por supuesto.

No encuentro mejor reflexión que apropiarme y adaptar lo que ayer le leí al gran guionista Roberto Villar: “A veces no gana la lista más votada sino la menos lista menos votada”.

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