¿Quién dijo que el diseño era inútil?
El Museo del Diseño de Barcelona incorpora 36 objetos a su exposición permanente, del oso de Tous, al encendedor Clipper
Todos los objetos, por cotidianos y masivos que sean, tienen un padre o una madre, diseñadores todos, que lo pensaron y crearon y acabaron poniéndolos a la venta. Pero no siempre el usuario de estos objetos es consciente de todo lo que hay detrás. Por suerte, hay centros como el Museo del Diseño empeñado a mostrar cómo tras una genial idea hay un trabajo laborioso y duro. Hace cinco años abrió sus puertas el edificio de plaza Les Glòries con cuatro exposiciones permanentes. Una de ellas dedicada al diseño de productos con 250 objetos (de los 2.000 que conserva), desde los años treinta hasta la actualidad, que han pasado de estar en cocinas, comedores, lavabos, plazas y calles a ser considerados patrimonio cultural de todos. “Son el escaparate de los que pasa en el mundo del diseño en Cataluña y en España, pero este es un museo vivo, con una colección semipermanente”, recordó Pilar Vélez, directora de este macro museo, en la presentación de 36 nuevas piezas de esta colección de objetos prácticos y útiles que invalidan la afirmación generalizada, y popular, de que el diseño es inútil.
La incorporación de las nuevas piezas estuvo acompañada, hace unos días, de la visita de sus creadores. La mayoría, contentos por ver sus ideas materializadas y expuestas en la mejor colección de diseño de productos de España. Entre las nuevas piezas, algunas tan icónicas como el oso de Tous; nada menos que una de las primeras piezas creadas por Rosa Maria Oriol Porta en 1985 con este animal después de descubrir un plantígrado de peluche en un escaparate y decidir hacerlo en oro, tal y como recordó Marta Tous, una de sus hijas. “Empezaron a llevarlo las adolescentes y ha acabado siendo el símbolo de la casa y, ahora, pieza de museo. Estamos orgullosos porque ha sido la gente quien lo ha conseguido”, dijo una de las responsables de esta firma de joyería y complementos con más presencia internacional. El oso comparte vitrina con otras dos nuevas piezas: el encendedor Clipper, creado por Enric Sardà en 1971 para Flamagas, el primero recargable de plástico del mundo que hizo que se vendiera de forma masiva. Todo un éxito, incluso para los no fumadores. La tercera, es la clásica tetera Latina, comercializada por Bra desde 1961; uno de los productos puede verse en todos los bares y restaurantes de España.
Otros de los objetos reconocibles por casi todos, que desde ahora puede verse en una primera edición, la de 1981, es el taburete multicolor Dúplex, de Javier Mariscal, considerado un símbolo del diseño gestual español y exponente anticipado del estilo postmoderno. También una motocicleta Impala de 1962 o el prototipo de una portaceitera que creó en 1961 Rafael Marquina en acero inoxidable, aluminio y madera, para sus mundialmente reconocidas recipientes de cristal para servir el aceite en la mesa.
Otros objetos útiles que ahora son considerados piezas de museo son menos populares. Como la rueda de bicicleta aerodinámica de Hed Cycling International de 2005; el taburete Gres, de Miguel Milà, creado por Expormim desde 2017; la nevera con pizarra en la puerta de Miele, el banco de iglesia ¡Por el amor de Dios! convertible en cama, de Curro Claret y Tanka, creado en 1972 por Josep Manuel Anglada, un práctico sistema de cierre y sujeción sin nudos que todos llevamos en alguna prenda. También la lámpara FollowMe, creada por Inma Bermúdez en 2014 y que fabrica la empresa Marset. La diseñadora murciana, que crea para Ikea lavabos y jarrones, no ocultaba su alegría: “tardé dos años en crearla. Y después de estar en el Pompidou de París y el MoMA de Nueva York ahora está en este museo”.
La muestra sirve también para recuperar a diseñadores olvidados como Josep Maria Magem, autor de la lámpara NA 3972. Gracias al trabajo de investigación realizado por Guillem Celada este diseñador que en los años setenta creaba y vendía muchos de sus modelos de lámparas realizada de forma artesanal, ahora vuelve a ver la luz.
Que el diseño nace para resolver problemas lo demuestran dos de las piezas que se exponen por primera vez: una es Perxa, de Pepe Llauradó. “Es la solución para colgar el casco y no dejarlo en cualquier sitio. El problema es que se han vendido solo 3.000 unidades desde que lo creé en el año 1996. Espero que ahora que está en un museo se venda más”. La otra es el casco Closca Fuga, creado en 2016 por Closca Design y el valenciano estudio creativo de diseño CuldeSac; el único casco de bicicleta plegable que permite guardarlo en cualquier sitio, sin necesidad de dejarlo colgado.
Las nuevas piezas ingresan fruto, según explicó Rossend Casanova, conservador del museo, de donaciones de empresas, diseñadores y particulares o tras ser reconocidas con premios como los Delta de Diseño. Las compras, como todos los museos municipales, son escasas. “La colección tiene coherencia por sí misma. Todas ellas o se han diseñado o producido en el Estado o por diseñadores españoles”, remachó Casanova.
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