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Siete piezas del puzle Pla

El ensayo ‘Josep Pla: sis amics i una amant’ retrata a las personas del entorno del escritor que marcaron su vida y obra

Carles Geli

Decía que la había conocido en un bar de camareras de Mataró y convivió con ella en la socialmente angosta L’Escala de 1940 a 1945. Tampoco lo ocultó nunca. Cuando ella tuvo la certeza de que jamás se casaría, se fue a Barcelona, donde él la siguió visitando, especialmente por las noches. En 1948, la joven marchó, siempre en precario, a Buenos Aires. Con el tiempo, él se percató de que esa mujer se había convertido en el eje de su obsesión por el amor, puro e idílico, pero también el carnal. Fue a visitarla cuatro veces a la capital argentina y pasó a ser la persona a la que dedicó más cartas de su larga e ilustre lista de corresponsales.

Aurora Perea, compañera sentimental de Josep Pla.
Aurora Perea, compañera sentimental de Josep Pla.FONS VERGÉS / BIBLIOTECA DE CATALUNYA

 En Notes per a un diari, que comprende los años 1967 y 1968, su nombre, Aurora, o A., aparece 300 veces... Sí, Aurora Perea marcó como ninguna mujer antes al supuestamente misógino, cínico, antiromántico Josep Pla. Y como ella hubo apenas media docena más de personas que determinaron el complejo puzle que fue el autor de El quadern gris. El retrato de esas teselas y su encaje en el mosaico planiano es lo que conforma el ensayo Josep Pla: sis amics i una amant (Empúries), del periodista Xavier Febrés.

“Esa correspondencia aparecerá un día u otro, seguro; Pla tiene escrito: ‘En el cajón donde tengo las cartas de Aurora…’; él guardaba todos los papeles”, dice Febrés, que ya ha visitado antes a Pla (Josep Pla: biografia de l’homenot; Les dones de Josep Pla…). Desliza también en el libro que las de él a ella estarían en manos de un antiguo empresario del corcho de Palafrugell, Miquel Bigas, que ya habría hecho de recadero entre ambos cuando el escritor pasaba ayudas económicas a su gran amor.

El milagro del corcho

En 1897, un 30% de los quintos de Palafrugell sabían leer y escribir. En 1920, la alfabetización era del 65,9% en el Baix Empordà; en España, del 47,8%. Era fruto del milagro del corcho: a rebufo de esa industria, exportadora, los talleres artesanales mutaron en fábricas y los hijos de industriales y empleados cualificados promovieron casinos y tertulias; los trabajadores, ateneos y cooperativas. Y eso explica el surgir de personajes como Agustí Calvet, Gaziel, o Josep Pla, como fija Xavier Febrés en el proteico prólogo del libro.

Inédita sigue también la correspondencia que Pla mantuvo con el crítico literario y periodista Alexandre Plana, “su Pigmalión”, como le bautiza Febrés. Plana, reputado crítico y secretario del Ateneu Barcelonès, le introdujo en la entidad, en el periodismo y le ayudó tanto a escoger ropa y sombreros más finos como a cambiar su estilo literario, desnudándolo de un inicial modernismo un punto rimbombante y cargado, al planiano, riguroso y preciso en la parca descripción. Pla llegó a romper mucho de lo que había escrito para adoptar ese nuevo tono. “El estilo planiano fue idea de Plana y obra de Pla”, resume Febrés.

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Pla y Plana fueron muy amigos, tanto que éste llegó a hacerle los artículos cuando aquél no alcanzaba; “no tendría nada de extraño que más adelante nos hiciéramos una casa en el Empordà, cerca del mar, para vivir juntos”, llegó a escribir el autor de El carrer estret. Ni de lejos: se separaron para casi no hablarse más. De nuevo el sexo jugó su papel: “Pla se sentía incómodo con la homosexualidad de Plana”, dice Febrés. “Y llegó un momento que tampoco le necesitaba ya”.

Ese prejuicio lo había apuntado quien fuera el mejor amigo que nunca tuvo Pla, Josep Martinell, otro de los perfilados: a pesar de su voto de silencio fruto de 40 años de relación (todo un récord ante un hombre “muy inconstante en sus relaciones personales”), fue de los primeros en levantar algunos velos y piruetas literarias de Pla, como que tras la Guerra Civil se escondió en actitud robinsoniana en la playa de Fornells (Begur). “La verdad es que allí estaba Joan Ventosa Clavell, hombre fuerte de Francesc Cambó, de quien cobraba”, fija Febrés.

Cuando el franquismo desechó a Cambó, el mecenas de posguerra pasó a ser el industrial textil Alberto Puig Palau, de billetero nutrido y desprendido, que le encargó libros para una proyectada pero tardía Editorial Barna, como la Guía de la costa Brava, que al final acabó en Destino.

El feliz “caos” del editor

Puig Palau dio el relevo al también influyente y adinerado empresario también del textil Manuel Ortínez, que llevó al escritor a descubrir el, para él, fascinante mundo de la alta burguesía del franquismo y del grupúsculo de catalanes influyentes en Madrid. El hombre de los algodoneros le llevó a ampliar sus colaboraciones periodísticas a El Correo Catalán (pagándole el triple de la miseria que cobraba en la revista Destino), pero no hubo flechazo: aquella burguesía le pareció de bajo nivel cultural, humano y social y ellos le encontraron soez y vulgar, aspectos que Pla acentuaba ante su presencia.

Amén de a Sebastià Puig, l’Hermós, el pescador protagonista de algunas de las narraciones de Pla y que le proporcionó “la mirada sobre el paisaje”, según Febrés, éste cierra el libro retratando a Josep Vergés, el editor de la obra completa de Pla en Destino y que hizo de él lo que fue en una interesada simbiosis: uno necesitaba el dinero y el otro sabía que era una mina comercial, que explotó a fondo. Lamenta Febrés el “caos” con que Vergés publicó la obra de Pla y su obsesión por alargarla. Pero gracias a eso (el editor halló unos cuadernillos de notas que Pla no pensaba publicar, pero finalmente accedió), se filtró la historia de Aurora.

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Sobre la firma

Carles Geli
Es periodista de la sección de Cultura en Barcelona, especializado en el sector editorial. Coordina el suplemento ‘Quadern’ del diario. Es coautor de los libros ‘Las tres vidas de Destino’, ‘Mirador, la Catalunya impossible’ y ‘El mundo según Manuel Vázquez Montalbán’. Profesor de periodismo, trabajó en ‘Diari de Barcelona’ y ‘El Periódico’.

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